El faro de Mera, la llama doble

carlos lópez (De Pinto & Chinto) LA VOZ

SOCIEDAD

CESAR QUIAN

En pleno golfo Ártabro dos torres de enfilación cuidan, vigilando con su ojo brillante como ángeles de la guarda, del ir y venir de los barcos por los caminos del mar.

25 nov 2023 . Actualizado a las 08:54 h.

Llegada la hora de buscar título para estas líneas, el cronista se tomó la licencia de pedir prestada una metáfora del escritor mexicano Octavio Paz, dado que cuando decimos «faro de Mera» hablamos en realidad de dos: el pequeño y el grande. Y, tirando del hilo de don Octavio, al cronista se le viene a las mientes el feliz verso de su coterráneo, el bardo José Tomás de Cuéllar, en el que a una estrella le dice «faro errante», por lo cual podríamos convenir en que un faro es una estrella fija. Y no olvida al poeta marino Manoel Antonio cuya obra, más que profunda, es abisal. El de Rianxo escribió una vez, en bella imagen, sobre un «faro extraviado». Los poemas de Manoel Antonio emiten luz propia.

Hasta el lugar se llega por una carretera sinuosa, ondulante, como navegando olas de asfalto. Las dos casas donde vive la luz se irguieron en 1917 y, siendo centenarias, asombra que en su resplandor no haya ni una sola arruga y que no precisen gafas para ver de lejos (hasta ocho millas náuticas) las embarcaciones que se adentran en la bocana de la ría de A Coruña. El cronista cree que probablemente el faro grande hubiese enseñado al pequeño cómo alumbrar; y piensa que el alumno ha superado a su maestro, pues este solo proyecta luz blanca y aquel blanca y roja.

Ambos están pintados de un color blanco tan intenso que no sería necesario encender las lámparas para guiar al barco que surca la noche, partiéndola en dos con su quilla. Como un fulgente grito a dos voces, alertan al buque de la presencia submarina del banco As Xacentes, un Leviatán de piedra que con sus dientes de granito amenaza con engullirlo. Los dos muestran planta octogonal, como ocho puntos cardinales, y un par de balaustradas de celosía ciñen sus cabezas a guisa de coronas. Las sobrevuela el vencejo real, enseñando su cola en forma de tijera, que al cronista le corta la respiración. Los vencejos pasan casi toda su vida en vuelo: se posan en el aire. En este litoral proliferan los tojos, que proveen de espinas a la rosa de los vientos; y también se asentó la flor del brezo, mínimo faro de luz morada.

El cronista se halla ante el Aula do Mar, aula donde el viento nordés aprendió a silbar su canción, donde la marea aprendió a subir y a bajar, donde el faro grande y el faro pequeño aprendieron a conversar con la cercana torre de Hércules en un morse secreto de destellos cortos y destellos largos.

El sol ha ido bajando poco a poco hasta la línea del horizonte, funambulista en su alambre. El faro pequeño está mismo al borde del acantilado, como presto a arrojarse al agua para rescatar a un náufrago.