Hay pocos términos que definan tan bien el mundo en el que estamos inmersos como tecnofeudalismo. Un vasallaje casi imposible de evitar de un grupo reducido de grandes corporaciones a las que el diezmo se paga con datos, mientras ellas intentan operar al margen de los estados. O por encima de ellos. Ahora, Meta se ha dado de bruces con las leyes, que han conseguido impedir que el gigante, que aglutina Facebook, WhatsApp e Instagram, utilizase toda la información generada por sus usuarios para entrenar su propio algoritmo de inteligencia artificial.
No ha valido de nada ese correo electrónico que llegó a través de Facebook diciendo que cambiaba su política de privacidad y que, en fin, existía la posibilidad de negarse a ceder un trocito importante de vida para que una gran corporación siga enriqueciéndose. El comunicado de Meta suena más a rabieta de quien está obligado a cumplir con la legislación que a explicación sobre lo que estaba ocurriendo. Ahí, parapetada tras el argumento de que esto frena la innovación europea, se olvida el señor feudal de que el petróleo del nuevo siglo son los datos. No es el primer escándalo que afrontan por comerciar con la privacidad de sus usuarios más allá de lo que la ley permite en Europa. Al final, lo que quiere el señor es recoger su diezmo.