Digamos que en materia de entretenimiento la televisión pública últimamente no da pie con bola. Primero permitieron un capítulo (otro más) bochornoso contra una concursante de Masterchef que quiso colgar el delantal porque, digámoslo de una vez, los presentadores se han vuelto, por decirlo de una manera suave, algo inaguantables. Ahora hay que esconder como se pueda en la parrilla televisiva el último desastre —este bien caro— que ha adquirido la televisión pública española. 245.000 euros por programa y un ¿salario? conjunto de 41.000 euros por capítulo para un programa de ricos haciéndoles reformas a ricos... e incluso a su propia madre.
La oleada de críticas llegó por el jardín de Ana Obregón, pero la reflexión sobre si es en eso en lo que hay que invertir el dinero público debería haber llegado con la primera promo. Primero lo trasplantaron del prime time a la madrugada de los martes y esta semana, directamente, lo han cambiado de día. Habrá que ver si a final Televisión Española decide que es mejor meter a los hermanos Iglesias (dos de ellos) para siempre debajo de la alfombra de los programas fracasados ante el tamaño descalabro que supone un programa de reformas por y para millonarios que se emite (y se paga) desde un ente público. A su lado, los exabruptos de los chefs parecen un casi nada.