La expresión está muy de moda en el ámbito político, al que se ajusta como un guante porque hace años que se ha convertido en un lodazal inmenso. Y sin embargo, habría que poner (de verdad) el foco en la gran máquina del fango, que, atrincherada en la pantalla del teléfono, de la tablet o del ordenador, hornea bulos con la misma naturalidad con la que encendemos cada mañana la cafetera.
Brasil ha suspendido X en el país porque Elon Musk se ha negado a suspender varios perfiles que extienden mentiras y discurso de odio y él, en ese Trump vibes en el que vive instalado, se ha lanzado a verter amenazas en la red social que se ha comprado y que es el hogar perfecto de la gran máquina del fango. No hay que irse al otro lado del océano para ver cómo funciona últimamente su red social. Recordemos los bulos racistas y xenófobos que empezaron a circular tras el crimen de Toledo.
Nadie ha hecho nada. A las redes sociales (este no es un problema exclusivo de X) les interesa seguir alimentando la máquina del fango. El odio es rentable. Muy rentable. La ira que cada día nos enreda en un scrolling eterno, el tablero en el que cualquier discusión se ha convertido en un conmigo o contra mí, el eco continuo que refuerza la opinión propia y denigra la contraria. La máquina del fango es tiempo, interacciones. Todo esto no es más que dinero.