Pepe «El Marismeño» confiesa su peor momento con las drogas: «Durante cinco años tomaba cinco o seis gramos de cocaína diarios»

P. V. LA VOZ

SOCIEDAD

Pepe el Marismeño, en el pódcast «Ahora Me Entero»
Pepe el Marismeño, en el pódcast «Ahora Me Entero» YOUTUBE: @JuanjeDianez

El artista de flamenco, ex de Carmina Ordóñez, recuerda en una entrevista en un pódcast cómo cayó en las drogas, cómo lo superó y critica la normalización del consumo en la actualidad

23 oct 2024 . Actualizado a las 17:11 h.

Pepe El Marismeño tendría que pasar a la posteridad por su arte. Ha demostrado sobradamente a lo largo de su vida sus tablas en el flamenco. Pero una parte de su historia siempre estará marcada por los excesos de su relación con una de las más famosas de nuestro país, Carmina Ordóñez. Se conocieron en 1994; él, 20 años más joven que ella. Y con las drogas marcando en buena medida su fallido romance. «Yo tomaba cocaína delante de todo el mundo», confiesa ahora José Luis Gómez en el pódcast Ahora me entero, de Juanje Díaz, donde se ha abierto en canal sobre su adicción a la sustancia: «Si había 20 gramos, 20 gramos me tomaba». A sus 51 años, critica ahora, desde la distancia y la experiencia, la normalización de las drogas en la actualidad y refuta a los defensores del consumo: «Hay que terminar con ese populismo de las drogas; yo nunca he hecho nada que no haya hecho otro antes». Por suerte, ahora está ya curado. «Hace 22 años que las dejé».

Sus años de relación con Carmina Ordóñez coincidieron con su peor momento, cuando, por fin, fue consciente de su problema y de la necesidad de dar marcha atrás. «Durante cinco años me tomaba cinco o seis gramos diarios», puntualiza sobre su consumo de cocaína. Pero su vicio de las drogas le venía de mucho antes, sobre todo cuando pasó de ser un simple trabajador en la hostelería que participaba en concursos de tablao a convertirse en un artista profesional. «Ahí es cuando veo otro tipo de cosas», explica.

Toda su carrera se cimentó a partir de un castigo. Siendo aún un adolescente, cuando a Pepe le quedaba mucho todavía para ser un Marismeño, sus malos resultados académicos llevaron a su padre a aplicarle un escarmiento. Lo metió a trabajar en la hostelería. Era un chaval de 15 años en un entorno de adultos. Para él no fue un castigo en absoluto. «Me encantó, me dio lo que necesitaba», recuerda. Lo que precisaba, pero también otras cosas que no eran tan imprescindible. «Ese niño que entró ahí castigado se fue acostumbrando a una vida de gente mayor», valora.

Sus hábitos cambiaron enseguida. Al igual que los clientes, él hacía lo que los demás: tomar alcohol y porros. Fue su primer contacto con las drogas, en una época de transición en la que los excesos comenzaban a aflorar de otras formas, pero todavía muy atenuado. «En aquel momento las drogas había que buscarlas; y la heroína había matado a mucha gente», recuerda.

José Luis era el más joven del grupo y eso le garantizó una cierta protección por parte de los mayores. «Me dejaban fumar porros y tomar copas, pero no me dejaban pasar de ahí». Fue lo que él considera una forma de respeto, la de mostrar la precaución con las drogas, que cree que se ha perdido en los últimos años. «Somos los responsables de haberles dado esa naturalidad», lamenta, «ese respeto que tuvieron conmigo no lo han tenido con otras personas de ahora».

Porque lo que le hizo empezar, y luego caer, fue precisamente provocado por quienes no tuvieron esos reparos que habían mostrado previamente con él. Fue cuando dio el salto a la escena profesional. En el camerino, junto con otros compañeros de profesión, le ofrecieron una raya de cocaína. Por primera vez tenía acceso a eso, y lo probó. «Me daba lo que el alcohol no», dice sobre la cualidad estimulante de la droga con respecto a la depresora de las bebidas con graduación. «Desde el minuto uno, me hizo clic en la cabeza». Ese momento supuso un antes y un después para él: «Me hizo cambiar mi forma de subirme al escenario, de relacionarme con los demás, porque yo era muy tímido».

Ahora, con el tiempo, ve el problema. «El problema no es el uso que yo le doy, es que la cocaína es la que me usa a mí». De repente, no podía salir tranquilo sin llevar droga encima, con el gasto añadido que eso suponía, además, en su vida.

Pero se niega rotundamente a romantizar sus efectos. «Hay que terminar con ese populismo de las drogas», desmiente Pepe a muchos artistas, que venden en muchas ocasiones que su consumo de estupefacientes ha aumentado la creatividad. Y lo remata con una sentencia aplastante: «Con las drogas no he hecho nada que no haya hecho otro antes».

Su llegada a Madrid, y su fichaje por parte de Los Marismeños, no hizo más que acentuar el consumo, y la irrealidad que le provocaba. «La droga fue haciendo su trabajo desde ese niño camarero castigado por su padre al artista que llega a Madrid y se encuentra la vida hecha», resume.

En esos momentos estaba en la élite. Se codeaba con los más grandes. Rocío Jurado, Alejandro Sanz o Paco de Lucía iban a sus reservados. Pero, mientras esos artistas se iban en algún momento de la noche, entre las 2 y las 5 de la madrugada, él se veía obligado a seguir. «Se va convirtiendo en una monotonía donde hay drogas, prostitución, juego,...», reflexiona. Las relaciones familiares también se resienten. Y su pareja entonces, y que ahora es su mujer, lo pone de patitas en la calle por su actitud y su dependencia.

El punto de inflexión llegó poco después, justo coincidiendo con su relación con Carmina Ordóñez. Tenía él unos 24 o 25 años, y los periodistas del corazón entraron en su vida. Entendió entonces que todo era un circo en el que él participaba. «Nos teníamos que quitar de en medio para poder descansar, irnos a Marruecos o a otro lugar». Y fue ahí consciente de que, a diferencia de en otros problemas, en la adicción eres «completamente consciente de lo que haces». También que si salía en la tele no era, para nada, por su trabajo, sino solo sobre sus relaciones.

«Llegaba a invitar a los periodistas a entrar en mi casa para ofrecerles unas rayas», revela, «tomaba cocaína delante de todo el mundo». Fue ahí cuando «tomaba unos cinco o seis gramos diarios».

A partir de ahí vino lo peor. Intentos de suicidio, mentiras, desinterés por sus allegados,... La solución al problema llegó con «una encerrona». Fue cosa de varias personas, entre ellas su actual mujer, con la que seguía teniendo muchos amigos en común. Con ella coincidió de nuevo en Sevilla, y pasaron la noche de fiesta juntos. A altas horas de la madrugada, él quiso seguir. Pero ella notó durante esa noche que las señales del consumo seguían ahí. «Si tú quieres, te vas a un centro, y cuando lleves un año me llamas», le dijo ella como ultimátum. Y se fue.

«Ella no era cualquiera, no era parte de los excesos, y me hizo sentir mal», confiesa. Fueron momentos duros, y no se lo tomó de la mejor forma. «Intenté quitarme de en medio», confiesa. Tras tres días desaparecido por un consumo compulsivo, todos sus allegados fueron a por él. Su mánager, su actual mujer, sus amigos. «Me dijeron que me duchara y que me levantara, que querían hablar conmigo». Y esa conversación fue la que le hizo hacer clic. Les hizo caso y dijo «Sí».

Pidió por fin ayuda y, gracias a la rehabilitación, consiguió salir de ahí. «Lo pasé muy mal, pero al mismo tiempo fui muy feliz, porque vi que era capaz», reconoce, «la vida volvía a tener sentido». 22 años después, sigue teniéndolo.