El abogado de la víctima advierte de que este delito no está tipificado en Francia
24 nov 2024 . Actualizado a las 12:57 h.Una mañana del finales del 2020 el teléfono sonó en casa de los Pelicot. Descolgó Gisèle, que entonces tenía 68 años, y al otro lado de la línea un agente le pidió amablemente que se presentase en comisaría. Al llegar, le mostró cientos de imágenes de distintos hombres llevando a cabo todo tipo de prácticas sexuales sobre su cuerpo inerte. No sabía quiénes eran, no recordaba absolutamente nada de esos encuentros. Las fotografías y los vídeos habían sido encontrados en el ordenador de su marido, Dominique, que durante diez años se había dedicado a drogarla sistemáticamente para ofrecerla, inconsciente, a través de internet. En un radio de 50 kilómetros encontró como mínimo a 70 desconocidos dispuestos a violar a una mujer dormida. Cincuenta —los que han podido ser identificados— se sientan junto a él desde principios de septiembre en el banquillo del juzgado de Aviñón. El 20 de diciembre se conocerá la sentencia. Estas son algunas claves del caso:
a puerta abierta
«Que la vergüenza cambie de bando». Es este —como lo fue en su día en España el de la Manada— un proceso que trasciende el episodio concreto, que va más allá de la esfera penal. Consciente de que es el debate público lo que hace avanzar a la sociedad, la propia víctima determinó desde el minuto uno que el juicio sería abierto, que habría ojos y oídos dentro de la sala, que todo lo que allí pasase y se hablase no solo podía, sino que debía ser contado. Durante los últimos dos meses ha escuchado en silencio a medio centenar de hombres justificar lo injustificable, soportando que se la acusase de cómplice, de alcohólica, de «dispuesta y juguetona». En su presencia se proyectaron los metrajes de los abusos que su marido atesoró no solo para tener un «registro de los participantes», sino también por placer y «vicio». Gisèle se presentó ante el Tribunal de lo Criminal de Vaucluse proclamando que la vergüenza debía cambiar de bando, e hizo de este lema bandera; este miércoles compareció por última vez: «Este es el juicio de la cobardía», acentuó. Lo hizo por ella y lo hizo por todas. Todo esto, dijo su abogado, «formará parte del testamento que transmitiremos a las generaciones futuras».
LAS PENAS
Agresiones «de oportunidad». Además de no tener en cuenta la sumisión química —en España, un agravante desde el 2022—, el Código Penal francés únicamente entiende como violación la penetración sexual, de cualquier naturaleza, cometida sobre persona ajena «con violencia, coacción, amenaza o por sorpresa». Ni rastro del consentimiento en una definición que, ahora, podría cambiar. Su inclusión explícita cuenta ya con el respaldo del presidente Macron y del ministro de Justicia galo, y las dudas sobre su significado expresadas por varios de los procesados constatan que es una tarea tan urgente como necesaria. Precisamente en el hecho de que Gisèle no diese su permiso —imposible darlo estando inconsciente— han situado sus abogados la clave del juicio, yendo incluso un paso más allá: «Fue víctima de una violación masiva —señaló uno de sus letrados—, una tipificación que ni siquiera existe». La defensa, por su parte, ha decidido parapetarse en la falta de intencionalidad —«No hay violación si no hay intención de violar»—, lo que abre otro debate social, el de las «agresiones de oportunidad», sin premeditación, cuando se presenta la ocasión. El proceso se retomará mañana con las peticiones de penas de la Fiscalía. El máximo de cárcel para estos hombres es de 20 años.
EL MOTIVO
«Quería someterla sin hacerla sufrir». Para su declaración final dejó Dominique Pelicot el móvil de su conducta: «someter» a Gisèle «sin hacerla sufrir». Dominar a «una mujer insumisa» era su fantasía, explicó. Lo hizo evocando de nuevo los presuntos abusos sufridos por su madre a manos de su padre y mencionando, una vez más, los supuestos episodios vividos de niño, cuando —siempre según su testimonio— fue víctima de una violación y obligado a participar en otra. Antoine Camus, abogado de Gisèle, incidió esta semana en que los traumas infantiles a los que aludieron buena parte de los acusados no les eximen de responsabilidad. «Tomaron la decisión» de violar, insistió.
Coco
El foro anónimo en el que todo valía. ¿Cómo fue capaz Dominique Pelicot de encontrar a tantos hombres dispuestos a participar en sus particulares depravaciones sexuales? A través de Coco, una web abierta en el 2003 y clausurada por las autoridades europeas a principios de este año. Esta jungla sin reglas ni moderación —implicada en asesinatos, pedofilia, ataques homófobos y agresiones sexuales— permitía mantener conversaciones privadas de forma anónima. Dominique abrió en ella un foro que llamó «Sin que ella lo sepa». Fue aquí donde reclutó a su séquito.
#NOTALLMEN
¿Monstruos? El caso Pelicot ha recuperado un clásico desde el MeToo: la réplica de que no todos los hombres son violadores. El debate —otro más— está aquí en si esto, lo monstruoso, es la excepción. Si bien no todos los hombres son agresores, los datos corroboran que una abrumadora mayoría de mujeres han sufrido violencia sexual o temen sufrirla.