Las otras ayudas del campo: Europa y Estados Unidos apoyan la implantación de veterinarios en zonas rurales
GANADERÍA
Ofrecen estímulos ya durante la carrera y para el pago de los estudios
10 oct 2024 . Actualizado a las 19:51 h.La Europa y la América donde la ganadería aún conserva importancia socioeconómica tienen, como Galicia, problemas para mantener veterinarios en el medio rural. Sin embargo, países de uno y de otro lado del Atlántico aprobaron en los últimos años medidas para intentar corregir la situación. Lo que hay de fondo, según una expresión que empieza a utilizarse en el sector, es el temor a la aparición de desiertos veterinarios, zonas donde los profesionales ya no queden pese a resultar necesaria su presencia. «Ahora mismo, ya no es un problema solo español; afecta a todo el mundo», dice el gallego Juan Caínzos, formado en la Facultade de Veterinaria del campus de Lugo y ejecutivo de ABS, una multinacional relacionada con asuntos de la genética del ganado vacuno.
En Francia, en años pasados, se aprobaron dos decretos para intentar que los profesionales de la veterinaria tuviesen en cuenta las áreas rurales para elegir su lugar de trabajo. El primero de ellos recogía la firma de un acuerdo entre el profesional y las autoridades locales: el veterinario podía recibir una cantidad económica fija o una prima por instalarse en una zona, disponer de un local para trabajar o tener una rebaja total o parcial en los costes de inversión y de funcionamiento. Como contrapartida, se comprometía a permanecer al menos tres años en ese lugar y a devolver toda la ayuda o una parte si incumplía el acuerdo.
El segundo decreto ya se dirigía a los futuros veterinarios. Los estudiantes podían recibir, durante la carrera, ayudas para la vivienda, para prácticas o para el pago de las tasas de matrícula, comprometiéndose a ejercer al menos cinco años en zonas rurales cuando empezasen a trabajar.
En Alemania, por su parte, las medidas empezaron a estudiarse en el estado de Baviera, aunque la falta de profesionales en áreas rurales afecta a todo el país. Lo que se estudió, con implicación de la administración bávara y de la estatal, fue la creación del cupo de veterinarios rurales con vistas a fomentar los vínculos entre los profesionales y las ganaderías. También se ha planteado, como uno de los criterios de admisión de alumnos en universidades, la introducción del compromiso de trabajar en zonas rurales tras acabar los estudios universitarios.
Las ayudas de Estados Unidos se rigen por un criterio distinto y se centran en apoyos económicos tras la carrera. Juan Caínzos recuerda que en el modelo norteamericano un estudiante suele pedir un crédito para financiar los estudios y lo va devolviendo cuando empieza a ejercer su profesión. Para paliar la falta de veterinarios en zonas rurales, se dan 25.000 dólares anuales durante tres años, lo que supone un total de 75.000. Así, el tiempo necesario para devolver el crédito solicitado para la carrera se reduce.
Además de ayudas a quienes se establecen en zonas rurales, hay países con otros alicientes para los veterinarios, sobre todo si la situación es vista desde otros países. En Irlanda, país donde la cabaña vacuna tiene gran peso por la importancia del sector lácteo, se ofrecen contratos con sueldos que, según los casos, pueden llegar a 70.000 o a 80.000 euros al año, lo que supone un atractivo para que profesionales de otros países se instalen en la isla.
Juan Caínzos: «Mis abuelos tenían vacas. Los abuelos de los que están ahora en Veterinaria, ya no»
Juan Caínzos subraya que el alejamiento del campo que muestran los nuevos profesionales responde a causas no solo económicas. En su opinión, la distancia ya se va marcando desde bastante antes de que inicien la carrera: «Mis abuelos tenían vacas. Los abuelos de los que ahora están en Veterinaria, ya no», dice. «Lo rural les suena a prehistoria a quienes empiezan hoy», afirma.
Considera que las consecuencias no tardarán en notarse. En primer lugar, los veterinarios trabajarán más horas porque habrá menos profesionales para cubrir la demanda existente. En segundo, será más difícil mantener los niveles de sanidad animal, debido precisamente a esa reducción de personales. La salud pública, con el control de enfermedades, y la vigilancia de los alimentos también se resentirán. «El problema que tiene nuestra sociedad es ese: la sociedad está separando el mundo rural del urbano», subraya.
Caínzos pone el acento en los variados cometidos que se le pueden encargar a un veterinario, que llegan, dice, a la supervisión de un comedor escolar o de un servicio de cáterin sin olvidar la función que desempeñaron durante la pandemia. «La sociedad cree que solo tratamos perros y gatos en clínicas y desconoce todo lo demás. La profesión no está reconocida socialmente», asegura.
¿Cuál puede ser la manera de darle más prestigio? Él opina que «hay que visibilizar el trabajo del veterinario», hacerle comprender a la sociedad que se trata de un profesional que puede trabajar tanto en un matadero como en una lonja y que su importancia en la cadena alimentaria resulta vital.
Que la profesión tiene salidas es algo que él percibe a menudo, puesto que comenta que suele recibir ofertas de trabajo todas las semanas. Citando datos del portal de empleo Zippia, Caínzos destaca que la tasa de paro de los veterinarios ha disminuido en los últimos diez años. La firma de la que él es directivo firmó el año pasado, con la Facultade de Veterinaria de Lugo (USC), un convenio por el cual ABS se incorporó a la lista de empresas en las que los alumnos hacen prácticas en el último curso. Con esa medida, que a veces incluye un trabajo de fin de grado en el que hay un tutor de la empresa, se pretende facilitar la inserción laboral de los jóvenes al terminar los estudios.
Juan Carlos Castro: «Cando un veterinario teña que desprazarse dende sesenta quilómetros, o seu traballo vai ter maior prezo»
A sus 54 años, en la vida del veterinario Juan Carlos Castro hay ya más de 30 de trabajo. La mayoría de ese tiempo transcurrió en Guitiriz, en donde empezó como profesional en solitario antes de dar el salto, con otros colegas, a una empresa de servicios veterinarios con una plantilla en la que incluso hay una persona graduada en Enxeñaría Agrícola. La sede está en el municipio guitiricense, y las casi mil explotaciones atendidas se reparten por distintas comarcas de Galicia, pero también por Castilla y León y por Castilla-La Mancha. Unos 60.000 kilómetros al año demuestran el amplio terreno que pisa.
Este profesional sabe lo que es estar pegado al teléfono. «A clínica de campo necesita un labor de 24 horas ao día os 365 días do ano», dice. De todos modos, también reconoce que las circunstancias han cambiado y que hoy la prevención y el asesoramiento son más importantes, con lo que las enfermedades tienen menos presencia. Lo que no ha cambiado tanto, detalla, es el precio que un veterinario cobra por algunos servicios: recuerda que por una cesárea, en los años noventa, podían pagarse unas 25.000 pesetas (unos 150 euros) y que hoy esa operación anda por los 200 euros. «Os gandeiros non están para tirar foguetes, pero outras tarifas incrementáronse, e as dos veterinarios, non» explica.
En esas cifras, dice Juan Carlos Castro, puede haber una razón para entender el desapego hacia el trabajo en el campo. También advierte de la situación que se avecina, porque dentro de no muchos años empezarán a jubilarse quienes formaron parte de las primeras promociones de la Facultade de Veterinaria de Lugo, creada en los ochenta. Castro afirma que las tarifas de la profesión se encarecerán porque la oferta de veterinarios será menor y la demanda de servicios se mantendrá aunque haya menos granjas.
«Cando, dentro duns anos, un veterinario teña que desprazarse dende sesenta ou setenta quilómetros, ese traballo vai ter un maior prezo. Será unha carga engadida para as explotacións», dice. Hoy, no solo en las grandes ciudades, las clínicas para pequeños animales suponen una importante vía laboral para graduados. Otero no cree que ese fenómeno disminuya a corto plazo, sino que piensa que es un bum «e vaino seguir sendo».