La miseria en los puertos de África fue lo que más huella le dejó a Pepe Díaz de sus años en alta mar
08 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Su historia no empieza en una dorna ni ayudando a su padre en la captura del centollo. En contra de lo que es habitual, el protagonista de hoy se hizo a la mar por primera vez con 22 años y en la pesca de altura, sin haberse bregado antes en las aguas poco profundas de las rías. José Díaz, Pepe, iba para albañil, pero con este oficio no se ganaba lo suficiente para sacar una familia adelante y arreglar la casa, de modo que optó por embarcarse. Sus hermanos, que habían emigrado en Suiza y trabajaban en la hostelería, lo animaban a cruzar los Pirineos, pero él siempre tuvo claro que, llegada la hora de abandonar O Grove, sería para trabajar en un barco. Y así fue.Primero, en una embarcación dedicada a la pesca de merluza en el sur de África y, a partir de ahí, fue de compañía en compañía, siempre en atuneros, en los que recorrió los mares de mundo.
Empezó faenando en cubierta, entre los aparejos, pero poco tardó en ser trasladado a la quilla para trabajar entre los motores. Ejerció de engrasador y caldereta, aunque, llegado el caso, arrimaba el hombro para largar la red y subir atunes descomunales de hasta cien kilos.
Pepe hace repaso de sus años en alta mar mirando a la ría de Arousa, donde echó amarras definitivamente en el 2008, cuando se jubiló a los 56 años de edad. Hasta ese momento, su vida fue un ir y venir entre O Grove y los puertos de Madagascar, Venezuela, Costa de Marfil, Tailandia o las islas Seychelles. Allí, en el paraíso del Índico, después de mucho tiempo surcando océanos y algún que otro susto debido al mal tiempo, fue donde sitió más miedo del mar, en el 2004. «Fora o tsunami en Tailandia e nós, que estabamos xa nas Seychelles, sentimos como subía para arriba o mar. Despois vías as imaxes na televisión e o que pasou alí..., eu collín medo. Ao mar hai que respectalo sempre, hai xente moi valente, pero contra o mar ninguén é valente», señala Pepe. Con todo, se congratula de no haber sufrido ningún percance grave a bordo y de haber tenido mucha suerte con los barcos y las tripulaciones con las que se encontró por el camino.
Lo peor, cuenta, eran las ausencias de casa. Llegó a pasar cinco meses embarcado «e dábannos só 45 días en terra». Entre contrato y contrato, pasó alguna temporada en su pueblo, donde aprovechó el tiempo para construir su casa en Reboredo, con sus propias manos. Queda dicho que iba para albañil, y las mañas no cayeron en saco roto. En aquella casa vio crecer a sus cinco hijos y hoy disfruta de la jubilación con la familia y haciendo trabajos en tierra, bien sea echando una mano en la parroquia, bien labrando la finca con el tractor.
Una vida tranquila que nada tiene que ver con aquellas largas jornadas a bordo, que arrancaban con el punto de mira en el horizonte, buscando el gran banco de atunes que permitiera llenar la bodega del barco lo antes posible. Siguiendo las indicaciones de los aparatos de navegación se podía dar con el preciado botín, pero, una vez que se echaba la red, los mejores aliados de los marineros eran los pájaros, relata. «O peor inimigo dos peixes son os paxaros».Y José lo explica. «Cando botas a carnaza para que suban os peixes, quedan moitos desperdicios que van comer os paxaros e entón sabes que ese é o momento de subir a rede».
Una vez que la pesca estaba a buen recaudo, tocaba poner rumbo a puerto para descargar la mercancía. «Ás veces facían falta tres ou catro días para descargar, estouche falando de ata 1.500 toneladas de peixe». Era entonces cuando la tripulación aprovechaba para bajar a tierra, tomarse una cerveza y conocer un poco del país de turno. Pepe no era de los que hacía demasiado vida con la población local, pero siempre que podía aprovechaba las visitas a tierra para repartir la ropa que siempre llevaba de más en la maleta con el fin de ayudar a los pobres entre los pobres, eso cuando las autoridades del país no se la confiscaban antes. «Había moita corrupción», apostilla. «O que máis me impactou foi ver á xentiña tirada durmindo en cartóns na rúa. Un día deses sabáticos, en Madagascar, fomos á praia a comer e quedamos sen comer nós para darlle a comida aos nenos que nos apareceron por alí. Vin moita miseria, e a que seguirá habendo». Pepe piensa en los migrantes que cada día cruzan el Mediterráneo hacia Europa. «Botarse ao mar nun caiuco..., esa é xa a última carta da baralla».