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La pasarela deteriorada en Os Praceres: madera podrida y clavos al aire

Marcos Gago Otero
marcos gago PONTEVEDRA / LA VOZ

SOMOS MAR

Las mariscadoras de Lourizán usan la estructura paralela a la autovía para trabajar y muchos vecinos para pasear

31 jul 2021 . Actualizado a las 04:55 h.

El aspecto deteriorado de la pasarela de las mariscadoras en Os Praceres, en Pontevedra, llama la atención desde que una persona pone un pie en la estructura. En el mismo arranque del recorrido de 800 metros paralelo a la autovía de Marín ya faltan travesaños en la barandilla. No es una excepción. Es la norma según se avanza hacia el otro extremo, donde se encuentra la rampa de cemento y piedra que da servicio a las mariscadoras que se ganan el pan trabajando en este banco, en la ría de Pontevedra.

Esta pasarela la construyó en su día la Consellería de Pesca, actual Mar, en respuesta a la demanda de las mariscadoras, que tenían que arrastrar sus carritos cargados con mercancía y rastrillos por la arena camino a las zonas productivas del banco de Os Praceres. Fue hace quince años y desde entonces, salvo algún momento ocasional en que la Administración repuso las piezas de madera más dañadas por el paso del tiempo, no se hizo nada más. Ni siquiera se repusieron las dos grandes piezas de piedra que el temporal de hace bastantes inviernos, tantos que ni se acuerdan de cuál fue, derribó a la playa.

La patrona mayor de Lourizán, María del Carmen Vázquez, reproduce las quejas de las mariscadoras que tienen que atravesar esta pasarela todos los días de faena. De paso, aunque no se hizo para ellos, también se hace eco de las críticas de los vecinos, que aprovechan la pasarela para pasear, aprovechando que sirve de ventana a la ría, con la isla de Tambo y el monte Castrove como telón de fondo. Cientos de personas usan esta pasarela también todas las semanas para dar una vuelta en sus horas de asueto.

Vázquez señala los clavos al aire, algunos aún en buen estado, pero otros llenos de óxido; las tablas podridas que se convierten en astillas al tacto, los huecos en la barandilla, por la que cogería hasta un carro; las escaleras de bajada al mar, para las que es recomendable tener un buen sentido del equilibrio y mucha atención para no resbalar. Las personas que van pasando mientras la patrona mayor enseña los desperfectos no tienen duda cuando se les pregunta si hay que hacer algo en la pasarela. Si algo encuentran incomprensible es por qué se tarda tanto en actuar.

En el tramo final está uno de los puntos más delicados para las mariscadoras, que reducen en seco la marcha e intentan eludir, como mejor pueden, la rejilla que sirve de unión entre la estructura de madera y la rampa de piedra y cemento que pone término al trayecto. Las planchas están desencajadas y los carritos y los pies se hunden con facilidad. Intentan no pisar la parte en peor estado -que dicho sea de paso es casi toda la rejilla- para evitar tener el disgusto de que se hiera un pie o se rompa una rueda de los carritos. Sorteado el problema, se llega a la playa, pero llegado el momento hay que emprender el mismo camino en sentido contrario. Y mientras esperan a que se arreglen, los días se han convertido en quince años y sumando.