Memorias de los compañeros de Carlos González Fernández: Vivencias del amor y del mar en Portosín
SOMOS MAR
El empresario del grupo Nogar falleció este mes tras quince años con ELA
22 oct 2021 . Actualizado a las 21:52 h.Portosín, el Portus Sinum o Puerto Ensenada de los Romanos, cuando arriban los fomentadores catalanes a finales del 1800. El lugar era eso, una ensenada natural para embarque y desembarque de los escasos barcos de los pocos residentes; un pequeño lugar como tantos de la costa gallega. Sus pobladores los Mariño, Romero, Blanco… vieron cambiar sus vidas desde la llegada de los catalanes y sus familias, los Roig, Roura, Romaní, Ferrer, Poch, Martorell…, que propulsaron el desarrollo de la pequeña ensenada con la instalación de doce almacenes de salazón de sardina, generando una intensa vida pesquera y comercial que mejora y renombra a Portosín y la convierte en un centro fabril aumentando su población, construcciones, servicios y flota.
Sobre los 50, la actividad de salazón desaparece y hay un bajón de la vida y economía local. Como único testimonio queda una pequeña fábrica de conservas.
En las vueltas que da la vida, hace que por esa década se produzca un nuevo fenómeno: la llegada de familias veraneantes, mayoritariamente santiagueses que, conocedores de la belleza y bondad del lugar, desembarcan todos los veranos para reanimar la vida cotidiana de la pesca. Es así como a los locales y familias catalanas que allí siguieron se unieron los santiagueses. La gran familia González Menéndez y Cuca Fernández, los Cucos, los Pardal, Villanueva, Lens, Banet, Lalinde, Jáudenes, Montaña, Ramallo…, que con su intensa vida en verano, sus construcciones y su movimiento hacen reactivar la vida y economía de Portosín.
A ellos se suman unos noieses amantes del mar que, amparados por el Liceo noiés -en una sección de vela y por la ausencia de agua en Noia- crean en Portosín el Club Náutico Deportivo de Noia, en 1977. Este desembarca en un antiguo edificio de Salvador Batista. Estaba en la ensenada de Portosín, frente a la playa del muelle y localizado por mi, quien en sus días de playa, invitados por la querida familia de Pablo Roig y Pilar Mayán, husmeaba con la pandilla los entresijos de aquel almacén en semiabandonado.
Nació este club con una clara idea de vocación de mar y convivencia con las gentes de Portosín, sus veraneantes y pescadores. Tanto fue así que se renombró, pasados pocos años, como Club Náutico de Portosín.
En esta naciente aventura deportivo-empresarial, al ser relativamente pocos los practicantes de la vela y pesca deportiva, tenía y tuvo mucho peso la convivencia con actividades al margen del mar. Surgen escuelas deportivas de tenis, fútbol sala, cenas, bailes, bingos, romerías, cenas de Fin de Año y muchas otras propiciadas por directiva y asociados. Así fue como, a los pocos años de vida del club y en el viejo local de un catalán -lindante con otro local de los descendientes de José Roig-, se instaura una jornada gastronómica asturiana, organizada por los Cucos, animada por los mismos y dirigida por todos ellos a la par, según manifestaba en su discurso final el portavoz familiar Carlos González Fernández. Así fue este homenaje a Asturias y a su gente, en el que Carlos hizo de guía y portavoz, y todos entonábamos el «Asturias, patria querida». Así convivíamos estrechamente, con la gran descendencia de don Eduardo y doña Cuca, Mora, Boró, Fátima, Ajo, Carlos, Jaime, Javier.
Y así disfrutamos de su motora asturiana y de singladuras veleras y nocturnas a Muros a bordo del Atlante. Toda esa convivencia estrecha nos hizo ver el talante de esta familia, de Carlos, de su bonhomía, de sus cariñosas formas, de una persona de bien, unida a otra persona ejemplar, Julia, y que nos deja como a ella y a sus hijos «huérfanos a muchos de sus amigos».
Un refrán marinero del Son, dice así: «Mar ancho, colchón de navío». Pues bien Carlos, como gran persona que supiste navegar por la vida, gozas ahora del mar más ancho y seguro, el mar de la eternidad, para esa singladura definitiva.