
La escasez de este producto se ha convertido en un quebradero de cabeza para importadores y exportadores
22 nov 2021 . Actualizado a las 16:06 h.Sin contenedores, la recuperación está en el aire. Con ese título coronaba mi compañera Cristina Porteiro una información publicada en las páginas de La Voz hace ya algunos meses (el 27 de junio, para ser exactos). En ella daba cuenta de los problemas que estaba ocasionando en la economía mundial el gigantesco cortocircuito que estaba sufriendo —y aún sufre— el tráfico internacional de contenedores.
La preocupación era, y sigue siendo, máxima. Porque la escasez de contenedores marítimos se ha convertido en todo un señor quebradero de cabeza —otro más— para importadores y exportadores, que luchan a brazo partido por sortear la interrupción de cadenas de suministro internacionales.
Nunca antes habían sido tan difíciles de encontrar. Por vía marítima se mueve aproximadamente el 90 % del comercio mundial. Cada año se envían unos 2.000 millones de toneladas de manufacturas, materias primas y otros productos. Pero nada de eso sería posible sin los contenedores. Son la piedra angular del comercio internacional. Y tienen padre: Malcom McLean, un camionero que en cierta forma ha pasado de puntillas por la historia. Vino al mundo en 1913 en Carolina del Norte (Estados Unidos) y falleció hace ya algo más de 20 años, en mayo del 2001. De origen humilde, tuvo que conformarse con dejar los estudios después del instituto. En casa no había dinero para más. Luego, el trabajo en una gasolinera de su pueblo. Hasta que, tras mucho ahorrar, en 1934 consiguió comprar un camión. De segunda mano. Eran 120 dólares los que tenía y no llegaban para más. Con él se dedicó a trabajar para las tabaqueras de la zona. Como conductor. Su hermana Clara y su hermano Jim se encargaban de las otras tareas que exigía el negocio.
Con el tiempo, no mucho, aquella pequeña empresa familiar, creció. Y mucho. Tanto que se convirtió en la segunda mayor compañía del sector en Estados Unidos. Cuando llegó a lo más alto corría el año 1955. Tenía entonces la firma, la McLean Trucking Co., que así se llamaba, una flota de 1.700 vehículos y 32 terminales repartidas por todo el país. Hasta cotizaba en Wall Street. Palabras mayores.
En aquellos tiempos, las mercancías se transportaban por mar a bordo de cargueros, como ahora. Pero se descargaban del camión y se cargaban en el buque en cuestión, para volver a descargarlas nuevamente en los puertos de destino. Un proceso que, ya se pueden imaginar, resultaba de lo más lento. Dependiendo de la naturaleza de la carga, podía durar semanas. Y costoso, claro. También había quien cargaba directamente el camión en el buque. Era más rápido, pero la pérdida de espacio también era notable.
Cuenta la leyenda que andaba un día McLean apostado en el muelle del puerto de Nueva Jersey observando a los estibadores realizar la tediosa tarea de descargar camiones y colocar su contenido en los barcos cuando se le ocurrió la idea. ¿No sería mejor que el remolque del camión fuese de quita y pon y se pudiese depositar sin más en el barco?, se lo imagina una preguntándoselo. Sencillo, ¿no? A toro pasado, desde luego. Hasta entonces nadie lo había pensado. Y revolucionó el mundo. El del transporte y el que no es el del transporte. Ni que decir tiene que el primer envío de este tipo que se hizo en el planeta llevaba su firma. En abril de 1956: 58 contenedores desde el puerto de Newark (Nueva Jersey) hasta Houston, a bordo del SS Ideal-X, un viejo petrolero de la Segunda Guerra Mundial reconvertido en carguero que hizo historia.
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