
Todo lo dicho en los dos primeros artículos sería un brindis al sol si no lo relacionamos con las migraciones genéticas y tróficas que permiten la continuidad de las especies: las primeras para procrear y las segundas para alimentarse. Sobre esta dinámica de vida, es en lo único que podemos interactuar.
En las migraciones (al igual que en la desgraciada vida actual de algunos semejantes), los primeros en migrar son los machos y luego las hembras. La diferencia radica en que los seres de sangre fría, como los peces, solo lo hacen en primavera (Madina y Carrillo, 1974). También se sabe que durante las grandes concentraciones de migración genética, la mayoría de ejemplares maduros —tal es el caso de la otrora abundante merluza de nuestras costas— muchas especies abandonan la puesta demersal, alrededor de los 200 metros de profundidad, para desplazarse verticalmente hacia arriba en función de las isotermas de los frentes oceánicos. Esas grandes concentraciones hacían muy productiva la pesca de palangre que se practicaba en los fértiles cantos gallegos hasta que la masificación y los bous franceses dejaron tocado el caladero. Por el contrario, en las migraciones tróficas, cuando las especies corren en busca de alimento, se produce una dispersión en forma de un sálvese quien pueda que hace menos probable las capturas masivas (C. Bas, D. Lloris y Botha).
Conociendo todos los factores tales como los efectos upwelling, los frentes oceánicos y las migraciones, que inciden en la abundancia o escasez de la mayoría de especies, ¿a qué esperamos para que la pesca se convierta en una explotación científica? Ahora que podemos desplazarnos en coches sin conductor, conocer las temperaturas del mar sin mojarnos y medios técnicos e informáticos para cuantificar la densidad de los cardúmenes pesqueros, ¿por qué seguimos pescando igual que en el último tercio del siglo XIX?
El objetivo de la pesca debe ser uno: conseguir la proteína necesaria para la supervivencia de las personas por medio de una pesca sostenible. Así como en otras actividades se diversifican los esfuerzos, en la pesca parecemos anclados en los tiempos de asnos y mulas con orejeras. Así, tenemos una flota de arrastre que tan solo se puede dedicar al arrastre y lo hace arando sobre fondos yermos de vida. Y otra flota de cerco que tan solo puede cazar rodeando escasos cardúmenes; o barcos dedicados al pincho, forzados a aumentar anzuelos sin límite, por no hablar de las nocivas artes de enmalle que siguen pescando cuando se pierden.
Toda esta tabarra, hablando de nutrientes, plancton, upwelling, frentes oceánicos y migraciones, fue para tratar de sacudir las anquilosadas y continuistas mentes de nuestros dirigentes pesqueros, haciéndoles ver que los barcos deben ser polivalentes y esa polivalencia solo podrá ser limitada por el esfuerzo pesquero, por encima de cualquier otra consideración. Sostener actividades obsoletas como licencias exclusivas por actividad no tiene cabida en una sociedad 5.0, en la que la colaboración entre ciencia, máquinas y humanos deben llevarnos a mejorar la productividad y la eficiencia.