Se cataloga como especie amenazada y se pide un certificado para exportarla
27 nov 2022 . Actualizado a las 04:44 h.De nada ha servido que el panel de expertos de la FAO (Agencia de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) haya determinado que nada justificaba incluir al tiburón azul (Prionace glauca) —que no es otra especie más que la quenlla que pescan los palangreros gallegos— entre las amenazadas del apéndice dos de la Cites (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres). Tampoco que la secretaría de la Iccat (Convención para la Conservación del Atún Atlántico), organismo que gestiona la explotación de la especie, haya afirmado que limitar el comercio de este escualo en nada va a ayudar a proteger otros que sí están en una situación delicada y que podrían confundirse con las quenllas. Ni ha pesado la opinión de los científicos que sostienen que ningún stock, ni del Atlántico, ni del Pacífico ni del Índico estaba siendo sobrepescado.
Finalmente, las partes contratantes de la Cites aprobaron la propuesta de Panamá y la UE (que se sumó a la iniciativa) de introducir en ese apéndice II un total de 54 especies de tiburones de la familia Carcharhinidae. Pero no porque todas estén amenazadas. En situación crítica están unas 19. Las otras 35 tienen un parecido razonable con aquellas, así que se ha optado por incluirlas a todas. Las 54. La quenlla en el mismo saco.
Así es que los 70 barcos que componen la flota palangrera gallega tendrán en un año tantos problemas para vender la quenlla como los que han tenido con el marraxo. O más, porque la tintorera, aunque pesa entre un 40 0 50 % en la facturación, supone entre el 60 y el 70 % del volumen de capturas, en cálculos de la OPP 7 Burela, y la propia Administración ha confesado que no dispone de personal suficiente para expedir todos esos certificados que se precisarán ahora para comercializar quenlla.
Frustración del sector
El sector mostró ayer en Celeiro, en el colofón de sus vigésimo sextas Xornadas de Pesca, toda su frustración, decepción y, sobre todo, impotencia, ante una nueva batalla perdida frente a las organizaciones ecologistas. Porque consideran que, de nuevo, la puesta en escena de las oenegés conservacionistas ha vencido a las evidencias científicas y a las opiniones de los expertos en la materia. Para más burla, lo han hecho a través de un país como Panamá, que acumula ya dos tarjetas amarillas por no luchar contra la pesca ilegal, y engatusando a la Unión Europea, cuyo Consejo —con la oposición de España— acordó copatrocinar la que, en opinión de los profesionales pesqueros, no es más que una operación de blanqueo ecológico (o como quiera traducirse ese greenwashing) de un país que no controla su flota.
Javier Garat, secretario general de Cepesca y presidente de IFCA (Coalición Internacional de Asociaciones Pesqueras), narró en el foro la experiencia vivida en esa cumbre panameña, que las organizaciones medioambientalistas habían decorado con fotografías de tiburones, «preciosas», los activistas recibían a las delegaciones disfrazados de escualo y repartían «extraños» peluches de escualos «con pezuñas». Numéricamente ganaban por goleada. Más de un centenar de oenegés de todo el mundo, la mitad dedicadas a los océanos y como media docena a los tiburones. Frente a eso Garat relata que consiguió reunir a un grupo con dos australianos preocupados por que el carallo de mar acabase también con la quenlla incluido en el apéndice dos y otros tantos panameños que no habían entrado en otra delegación.
Y a pesar de toda esa superioridad numérica y la corriente a favor que había en el ambiente, no dudaron en «reventar el acto paralelo que organizó la FAO» para sensibilizar sobre las consecuencias de dificultar el comercio de quenlla y atacar en directo y en redes sociales al encargado de presentar el acto.
Con ese caldo de cultivo difícil que prosperase la propuesta de Japón, por la que paradójicamente apostaba la flota española —ya se ha dicho que la UE iba con Panamá—. Los japoneses, también preocupados por la quenlla, sugerían que se controlase el comercio de las 19 especies amenazadas, pero no el de las 34 que se le parecen. No prosperó. El sector cruzó entonces los dedos para que prosperase la iniciativa de Perú, que era la de dejar fuera la quenlla. Tampoco. Venció la de Panamá-UE por dos tercios de los votos. Contó Garat que la algarabía de las oenegés fue tal que el moderador les llamó la atención.
Con todo esto, el secretario general de Cepesca vino a decir que es hora de «armar al ejército» porque nadie va a acudir en defensa de la pesca. ¿Quiere la Comisión Europea cargarse al sector pesquero? Era el título de su ponencia. A los hechos se remite.
El grupo Arbulu, homenajeado este año en Celeiro
Por más que esté compuesto por un conglomerado de empresas tecnológicas, al Grupo Arbulu le interesa que siga la pesca. Ha nacido y crecido con ella. Ya desde los tiempos en los que el banco canario-sahariano estaba lleno de barcos gallegos. Y aunque ahora ha diversificado su actividad y además de diseñar y fabricar equipos y soluciones para pesqueros, lo hace también para mercantes y megayates, no quiere ver desaparecer un segmento al que quiere acompañar en el futuro hacia la digitalización que viene. Es vital para un grupo que hoy enrola a 520 personas en varios países y que ha sido el homenajeado en esta edición de las Xornadas de Pesca.
El grupo está compuesto por nueve empresas, cada una independiente y líder en su nicho de mercado: Nautical, Marine Instruments, Aage Hempel, Thalos, Navteam, Silecmar, SMD, e3Systems y Radioelectronic.