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Las dificultades de vivir en Malvinas

e. a. REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

Marcos Buig

A más de 1.000 kilómetros de la capital que las administra, los kelper tienen servicios médicos básicos y algunas islas esperas de tres semanas para recibir provisiones

01 ago 2024 . Actualizado a las 04:46 h.

El naufragio del Argos Georgia arrojó luz sobre ese aislamiento que acompaña a cualquier territorio de ultramar. Lo de las Canarias o las Azores, por poner un ejemplo cercano, no es nada en comparación con lo que ocurre con las islas Malvinas, situadas a unos 600 kilómetros de la Patagonia argentina, pero a casi 13.000 de ese Reino Unido que la administra. Casi tantos como los que ocupan de superficie si se suman los cientos de islas escarpadas, sin apenas un árbol, donde aún no 4.000 habitantes, la mayoría apiñados en la capital, Puerto Stanley (Puerto Argentino), crían ganado ovino.

Las limitaciones que supone vivir en ese archipiélago británico las conoce bien Marcos Buig, que ha estado empleado como jefe de máquinas para una empresa local entre la tripulación de un ferri que hacía el recorrido entre New Haven (Puerto Nuevo) y Port Howard (Puerto Mitre). Trabajaba 7 u 8 semanas seguidas, viviendo a bordo del barco, y pasaba otras tantas en su casa, en Boiro. En pasado, porque no piensa volver. «Malo será que no encuentre nada aquí». Se cansó. Más que del trabajo, de los viajes. De que para llegar a destino necesitase dos días. Eso, en el mejor de los casos. Volaba desde Madrid a Santiago de Chile para, desde ahí, volar a Punta Arenas y, finalmente, tomar un vuelo hasta el aeropuerto militar de Mont Pleasant (Monte Agradable). «Pero solo lo hay los sábados y como no llegues a tiempo para enlazar, tienes que esperar una semana hasta el siguiente».

Las conexiones no son el único problema. «Las islas tienen servicios médicos muy básicos», de ahí que no extrañe a quien conozca esas latitudes la imposibilidad de practicar la autopsia a los cuerpos de las víctimas del naufragio del Argos Georgia. Buig relata que para obtener el visado para trabajar para la empresa malvinesa, tuvo que realizar un examen médico más exhaustivo de lo habitual, con «analíticas de todo tipo, revisión bucodental, de los oídos... Si hay un problema grave hay que ir a Uruguay, Chile o al Reino Unido».

Espera de tres semanas

El ferri en el que trabajaba se regía por un calendario que alternaba una semana como buque de pasaje con otras en las que se dedicaba a transportar mercancías entre islas. «Una semana llevaba pasajeros; la siguiente distinta carga para las islas del este, volvía otros siete días al transporte de personas y la siguiente llevaba mercancía a las islas del oeste», relata. ¿Qué mercancía? «De todo, alimentos, bebidas, combustible, repuestos...» Eso quiere decir que si algún habitante de las islas del oeste (o del este) necesitaba alguna pieza o elemento debe esperar tres semanas para recibirlo. Por eso, casi todos saben reparar la maquinaria agroganadera. No hay talleres en cada esquina. Kelpers, como se conoce a los habitantes de ese archipiélago, pocos. En todas las islas suman 3.800 habitantes. La mayoría viven en la capital, Puerto Stanley (Puerto Argentino). Y hay islas «con apenas un puñado de personas que crían carneros y ovejas». Granjas que suman hasta medio millón de cabezas de ganado ovino. De hecho, lana y carne son, con los productos pesqueros, sus principales puntales de exportación. Petróleo y alquiler de licencias de pesca son otra fuente de ingresos. Los pingüinos también abundan. Y minas, recuerda José Pino, capitán de pesca que hace años faenó al calamar en las Malvinas. Recuerda amplias zonas cerradas al paso con alambre de espino porque si te adentrabas podías saltar por los aires. Y el viento, recuerda también cómo soplaba y el mal tiempo en invierno. «Un centro de formación de borrascas». Como la que el pasado día 22 contribuyó a llevarse al fondo al Argos Georgia, cobrándose 13 vidas.