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Una invención escocesa contribuyó a erigir a Galicia en potencia pesquera

d. s. REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

cedida

López Veiga recopila en un libro la historia marítima desde la Edad de Piedra

11 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A mediados de los años cincuenta se produjo en Escocia la gran innovación que en muy pocos años convertiría a Galicia en una potencia pesquera de primer orden. El astillero Lewis & Sons botaba en Aberdeen un barco bautizado con el nombre de Fairtry, el Justo, que fue el primer buque de pesca del mundo dotado con la eficiente rampa de arrastre por popa y con la tecnología necesaria para filetear y congelar el pescado a bordo. Su diseño se le atribuye —aunque esto está disputado— a sir Charles Dennistoun, aristócrata, ingeniero y diputado tory, e incluso fue objeto de espionaje por parte de la Unión Soviética para poder desarrollar sus propios prototipos.

El Fairtry, al que seguiría el Fairtry II en 1959, supuso para la pesca de gran altura algo así como la imprenta en el nacimiento de la Edad Moderna. Solo un año más tarde, se fundaba Pescanova en la extinta bacaladera Copiba, en Chapela, y en 1961 botaba el Lemos, primer congelador de España, pero todavía sin rampa de arrastre trasera, incorporada ya al Villalba y el Vimianzo, botados en 1963 y 1964 para explorar con gran éxito los caladeros de Sudáfrica y la Patagonia, una estela que seguirían de inmediato otras empresas con el centro de operaciones en Vigo.

Este es uno de los pasajes recogidos en la obra Historia Marítima de Galicia, dos volúmenes de más de 900 páginas publicados por Hércules de Ediciones del que es autor el exconselleiro de Pesca Enrique López Veiga. Los libros repasan la vinculación de Galicia con el mar, la Armada, la pesca o la industria conservera desde la Edad de Piedra hasta el ingreso en la Unión Europea, pero fueron las estrecheces de la posguerra civil las que empujaron a pescadores gallegos a explorar caladeros de todo el mundo en búsqueda de proteína con la que alimentar a la población, primero salando las capturas a bordo, como con el bacalao, y después congelándolas y aplicando esta técnica a múltiples especies.

La publicación no obvia que la llegada de los fomentadores catalanes, junto con los astilleros, acercaron la revolución industrial a una Galicia todavía muy rural e invertebrada, pero se trataban de experiencias que, en la mayoría de los casos, se emprendieron con capital foráneo o inversiones del Estado. La gran transformación en escala del sector pesquero se produjo ya muy entrado el siglo XX, cuando la flota autóctona empezó a desligarse de la economía social de las cofradías y miró más allá del litoral cercano para lanzarse al Gran Sol, Terranova o el Sáhara español, obteniendo beneficios con las capturas que se reinvirtieron en barcos cada vez mejores y en industrias transformadoras en tierra, tanto de fresco, salazón o conserva, y después del congelado y el precocinado.

Relata López Veiga que no bastó con que España, y muy particularmente Galicia, estuviera rodeada de mar para convertirse en un potencia pesquera. De hecho, también Irlanda o Argentina disponen de caladeros ricos y, sin embargo, no generaron un sector pesquero reseñable. La diferencia en Galicia, y en el resto de España, la aportó el hábito de consumir pescado, que era una proteína apreciada ante la escasez de carne. Esto no ocurrió en Irlanda, pese a las hambrunas que generaron sus oleadas migratorias, mientras que Argentina se abasteció en los ranchos más que en los mares.

Y hubo otra diferencia que hizo despuntar al sector: trabajadores sin otras alternativas laborales, muchos y experimentados, y un ecosistema de armadoras que reinvirtió sus beneficios generando el primer clúster empresarial.

El «golpetazo» de la ampliación a las 200 millas al que se logró reaccionar con capital mixto

Hasta los años sesenta del siglo XX, los países tenían derechos exclusivos de pesca solo en la franja de las 6 millas. A partir de esa línea, podía faenar libremente la flota de cualquier pabellón. Islandia fue el primer país en cuestionarlo, provocando dos guerras del bacalao con Gran Bretaña, logrando extender los derechos hasta las 12 millas tras la Convención de Londres de 1964.

A Canadá o Noruega enseguida se le pusieron los dientes largos. Pero lo determinante, describe López Veiga en su obra, fue el giro estratégico que dio Estados Unidos, pues si bien inicialmente no era favorable a extender la Zona Económica Exclusiva a las 200 millas, por temor a que pudiera interferir en las maniobras de su Armada, al final acabó abanderando esta causa.

Eso provocó el «golpetazo», como lo define el autor, a la flota española del área de Terranova, donde en 1968 faenaban 26 bous y 145 parejas españolas, sobre todo del País Vasco y Galicia. Con la misma, a la pesquería de la pota de las costas de Boston descubierta por gallegos se le echó el candado, y más tarde ocurría lo mismo en el Sáhara Occidental tras la ocupación de Marruecos.

«Pero, ojo, que nos defendimos bastante bien», sostiene López Veiga, pues eso fue un «acicate tremendo para buscar soluciones imaginativas» y entrar en los caladeros de terceros con sociedades de capital mixto o comprando sus barcos, como el Reino Unido. En eso Galicia también fue pionera.

Enrique López Veiga: «Existe una leyenda negra con la pesca gallega que es absurda»

López Veiga (A Coruña, 1947) tiene un cierto resquemor porque se haya diluido el papel «importante» de Galicia en la Armada española o el descubrimiento de América, pero este biólogo y conselleiro de Pesca en dos etapas cree que es más difícil ocultar su trascendencia en la pesca.

—¿A que responde su libro?

—Después de dedicar gran parte de mi vida a asuntos del mar, me di cuenta de que la historia enseña mucho y me pareció conveniente hacer un trabajo de síntesis que no existía. Hay grandes trabajos, como el de Elisa Ferreira Priegue, pero no una síntesis completa, así que espero que pueda servir para entender la economía marítima de Galicia, aunque solo sea para llevarme la contraria.

­—¿Qué papel jugaron los fomentadores catalanes para crear el sector que hay hoy en día?

—Fue esencial, llegaron a Galicia tras los Decretos de Nueva Planta de los borbones y se quedaron propiciando que exista una industria del salazón y la conserva, hicieron lo que nosotros hacemos ahora en Namibia, trajeron el know how y un impulso que permitió modernizarnos, demostrando que las sociedades abiertas son las que más progresan.

 —En un pasaje alude a la botadura del Fairtry, el primer arrastrero congelador, ¿que supuso?

—Lo explica muy bien Paz-Andrade en La marginación económica de Galicia. La bajura estaba proporcionando expertos, lo que facilitó el paso al arrastre, primero al Gran Sol, y con el nacimiento de Pescanova vieron la posibilidades que aportaba el congelado y los caladeros lejanos como Sudáfrica. Supuso la industrialización del sector y fuimos capaces de convertirnos en una gran potencia pesquera, que aún lo seguimos siendo, de otra forma, generando toda una industria de frío y procesado en tierra.

—¿De dónde procede la mala fama de la pesca española como depredadora de los mares?

—Nunca fuimos buenos en márketing, nos pasó con la leyenda negra de la colonización de América. El despegue de la flota de gran altura nos cogió todavía con Franco, y fuimos un chivo expiatorio propicio para pagar el pato y acusarnos de esquilmar y de otros males del mundo. No supimos reaccionar bien y lo arrastramos hasta el ingreso en la Unión Europea, que tuvo mejor tratamiento la conserva marroquí que nuestro sector pesquero.

—¿Existió entonces una leyenda negra con la pesca gallega?

—Existió y todavía existe una leyenda negra con la pesca gallega que es absurda. Cuando más sobrepesca hubo fue con el bacalao en el mar del Norte, y ahí nunca tuvimos cupo, y Canadá o Noruega también nos usaron como el bicho exterior en el que cargar sus culpas. Y ahora hay una segunda oleada falsamente ambientalista, que nos dice que la pesca provoca poco más o menos que el cambio climático. Y como bien explica Ernesto Penas en su libro La proteína azul, lo dicen oenegés pagadas por el lobby del petróleo. Es el colmo, a ver si llega un comisario europeo capacitado para llevar pesca.

—¿Qué comisario fue el mejor?

—Lo sorprendente es que echo de menos al austríaco Franz Fischler, con él se podía razonar, y desde luego Manuel Marín tuvo un desempeño ejemplar.