Recoger los peces que han quedado en las rocas en mareas vivas es una práctica nacida hace siglos, que hoy pervive en Chipiona, Rota y Sanlúcar de Barrameda y que el Gobierno andaluz quiere ahora regular
28 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.La población gaditana de Chipiona mantiene viva en sus nueve corrales de pesca una actividad ancestral de gran valor cultural, antropológico y sentimental que se trata de preservar con la protección adecuada. El ciclo lunar, que determina el avance o retroceso de las mareas, marca también en el calendario de muchos hombres y mujeres de Chipiona (Cádiz) el momento de acudir a la playa a practicar una actividad que ya conocieron sus antepasados.
Su destino son los corrales de pesca, estructuras que, a modo de enormes trampas de roca, facilitan la captura de peces y otras especies marinas, que llegan con la subida de la marea y quedan atrapados en su interior cuando esta baja, cuentan desde la Junta de Andalucía.
Se trata de una práctica nacida hace varios siglos y de la que hoy solo queda presencia en una parte del litoral gaditano. Únicamente Chipiona, junto con Rota y Sanlúcar de Barrameda, cuentan con corrales en todo el territorio nacional. Preservar esta práctica, de reconocido valor cultural y medioambiental, es uno de los objetivos del Gobierno de Andalucía.
«Los corrales son enclaves naturales de una gran importancia social», valora el director general de Pesca y Acuicultura de la Junta, José Manuel Martínez Malía, que subraya la necesidad de ofrecerles una protección adecuada.
El Gobierno autonómico va a regular por primera vez estos espacios y prevé que la revisión de los Grupos de Desarrollo Pesquero abra la puerta a que las asociaciones dedicadas a esta pesca a pie reciban ayudas. Sus particulares características condicionan que en la gestión de los corrales intervengan varias Administraciones.
Por su ubicación en primera línea de costa, pertenecen al dominio público marítimo terrestre, competencia del Gobierno central, aunque al tratarse de aguas interiores, su regulación corresponde a la Junta de Andalucía.
Finalmente, los ayuntamientos de las poblaciones implicadas tienen una concesión administrativa, que -en el caso de Chipiona- se cede a un tercero, la asociación Jarife, que lleva a cabo la gestión directa.
Solo los días que presentan mareas vivas (con luna llena o luna nueva) son óptimos para realizar la pesca o recolección en estos espacios, al alcanzar el mar su cota más alta y más baja. En estos días, los momentos más productivos para la pesca a pie se registran a primera hora de la mañana o de la noche, mientras que las jornadas de mareas muertas (por encontrarse la luna en cuarto creciente o menguante) quedan descartadas para esta actividad.
Existe bibliografía que apunta a la época romana como origen histórico de los corrales, aunque no se dispone de documentación concluyente. «Algunos documentos los sitúan antes de que Chipiona existiera como población», explica Raimundo Díaz, secretario de la Asociación de Mariscadores de Corrales de Chipiona Jarife y gran conocedor de esta actividad de enorme arraigo en la localidad. De hecho, no fue hasta julio de 1477 cuando Chipiona obtuvo por Rodrigo Ponce de León su carta puebla o privilegio de población.
Hondo, Chico, Canaleta del Diablo, Mariño, Nuevo, Cabito, Trapillo, La Longuera y Montijo -este último, doble- son los nueve corrales que se distribuyen por los 12,6 kilómetros de costa chipionera.
Las especies que en ellos pueden capturarse van desde la corvina al pulpo, pasando por el choco, el boquerón, la sardina, la dorada, el lenguado, el camarón, distintos tipos de cangrejo y el erizo, entre otros. Siempre se destinan al autoconsumo, porque los corrales no acogen una actividad profesional y, por tanto, no puede comercializarse con sus especies.
En el trazado de rocas que dibujan los corrales no existen diferencias de sexos ni de edad. Aunque la presencia masculina es predominante, al menos un 10 % de los pescadores a pie son mujeres. No obstante, sí suele haber algunas distinciones en las modalidades. «El hombre se decanta más por la captura activa; la mujer, por la recolección de moluscos», explica Díaz.
«Ir a la marea», como los propios pescadores a pie lo denominan, es una práctica que refuerza la pertenencia al pueblo y sirve de nexo de unión de familias enteras. Son muchos los casos de niños que han crecido yendo a los corrales y que, ya de adultos, participan en la actividad acompañados por sus padres e hijos. «Hemos llegado a tener a cuatro miembros de una misma familia acudiendo juntos», señala el secretario de Jarife.
Raimundo Díaz rememora también los casos de algunos vecinos a los que ni la edad ni la enfermedad han disuadido de seguir participando en una actividad que ha marcado su vida. «Ha habido casos como el de Francisco Aguilita, que falleció con 88 años y bajaba dos veces a la marea casi hasta su muerte, o el de Joaquín Cebrián, al que después de sufrir un ictus sus hijos llevaban a la playa en silla de ruedas», recuerda.
Para pescar en un corral es obligatorio contar con el permiso correspondiente. Además de tratarse de una actividad extractiva propia de expertos, tiene un importante papel ecológico en el ciclo de la vida de muchas especies.
Acceder a ellos cuando no se es personal cualificado y tomar algún ejemplar puede suponer la eliminación de la base de la cadena alimenticia y contribuir a la desaparición de un ecosistema y de unas especies únicas.