¿Por qué me enganché a «Carnivàle»?

TELEVISIÓN

20 feb 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Porque no es una serie de policías o de médicos, cuya atractiva pareja de protagonistas mantiene, desde el capítulo uno, una mojigata tensión sexual muy americana. Porque su ambientación es tan buena que sus personajes parecen fotogramas de Dorothea Lange, la gran fotógrafa de la Depresión. Porque, aunque de pequeño nunca tuve la tentación de fugarme con el circo (sobre todo después de ver Zampo y yo, o a un impostor disfrazado de Orzowey) siempre me atrajeron esos personajes sórdidos y diferentes, que deambulan por la frontera. El tierno bestiario que está tatuado en nuestra memoria visual desde que en 1932 Tod Browning rodó La parada de los monstruos, anunciando el movimiento freak. Por su estupendo casting de célebres secundarios como John Carroll Linch, el convicto Stround a las órdenes del hermano Justin. Le recordarán como el dócil maridito de la jefa de policía de Fargo, de los hermanos Coen. Porque la caravana de Carnivàle no transita por lugares comunes, aunque se ocupa de uno de los temas sobre los descansa el pensamiento: la lucha entre el bien y el mal. Además otras líneas argumentales se entrecruzan, como la masonería o los templarios ¿A quién no le molan las sociedades secretas? La política está retratada de un modo crudo. Un grasiento candidato se dirige al público diciendo algo como «no me gusta el New Deal, ni el comunismo, ni el modernismo. El único ismo es el americanismo». La gran masa anónima de norteamericanos, sucios y empobrecidos, permite que los predicadores o los políticos especulen con sus miedos. En tiempos de profunda crisis, el pueblo necesita líderes que les transmitan esperanza. ¿Les suena?