No hubo finalmente tongo en La Voz. No ganó Jorge, que era lo temido por parte del público suspicaz. Pero para quienes se han papado estos tres meses de cuadrilátero, batallas y llantos, hay un pequeño tufillo cuando menos sospechoso. Si alguien no lloró el jueves fue Melendi. ¿Tiene eso alguna explicación? Sí. Por eso, si hoy se acaba el mundo, lo lógico es pensar que él era el único preparado para este gran final. Nada le sobresaltó. Será que su concursante, Maika, se desinfló (es un decir) con el primer without you como una declaración de intenciones. Y es que la fuerza de los cuatro coaches quedó reducida en la gala solo a dos: a una sobreestimulada Rosario y a un Bisbal que parecía el único que se había estudiado el guion. Él elevó a Rafa, el heavy con espíritu blandiblú, a la categoría de ganador. Si como dice Jesús Vázquez «España es heavy» lo es gracias a una nana (Hijo de la luna) con acento almeriense.
Rafa es la voz, aunque no se le vea la cara, porque en este concurso aterciopelado los coaches han acabado por tragarse a los concursantes. Melendi le ofreció su peor canción a Maika, Rosario revivió a Jorge, con toda su energía cósmica, y Malú... Malú... se hizo la mejor gala a sí misma. Bailó bulerías y sonrió para buscarse el mismo asiento con pulsador. No hubo tongo. Ni llantos. Ni mucha emoción. Me quedo con Jesús Vázquez... y su calor.