Igual que hay trekkies y fans de Star Wars, también hay friquis del universo de Tolkien. Uno de ellos, descontento con el chicle estirado en que ha convertido Peter Jackson El Hobbit, se ha puesto delante de su ordenador, ha cogido las tijeras digitales y ha creado lo que denomina El Hobbit: El montaje de Tolkien, que recorta el metraje de la trilogía del director neozelandés desde las ocho horas originales a poco más de cuatro. Se cepilla la postiza historia de amor entre el enano Kili y la elfa Tauriel, el prólogo con el viejo Bilbo, la trama de Dol Guldor entera y docenas de escaramuzas de relleno protagonizadas por los orcos. Le ha quedado así una película a su medida y, sobre todo, fiel a la novela que inició la saga mitológica de El Señor de los Anillos.
Algo parecido a lo que ha hecho este aficionado despechado es lo que está ocurriendo con la televisión del siglo XXI: la tecnología da la posibilidad de crearte tu parrilla a la carta, sin depender de horarios, ni de programadores de contenidos. Ayer Netflix, uno de los principales actores de esta nueva forma de consumir series y películas vía streaming, se disparó en bolsa un 17 %, tras anunciar unos resultados récord, con una facturación de 5.500 millones de dólares y más 57 millones de usuarios. Este año llegará a España y veremos si cambia un sector creado a medida de las cadenas generalistas.