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Casa Pousadoira, aún más ecologista

CRISTÓBAL RAMÍREZ REDACCIÓN / LA VOZ

TERRA

CLAUDIA PENA DE SILVESTRI

El establecimiento, ya veterano, abre en Miño tras remontar el río Lambre

27 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El Lambre coruñés, que une Miño con Paderne, sigue siendo precioso. Al menos sus últimos kilómetros, antes de perderse en el mar y tener que pasar, humillado, bajo un puente moderno de la Autopista del Atlántico que a él nada le aporta, feliz como estaba con el decimonónico y, sobre todo, con el gótico que mandó construir aguas arriba Fernán Pérez de Andrade, o Bo. Seguro que si pudiese hablar estaría contento, porque desde hace cuatro años escasos por esa obra medieval circulan los peregrinos, que es lo que hicieron siempre hasta que a algún iluminado se le ocurrió señalizar el Camino Inglés oficial por el decimonónico. Y Lambre arriba se encuentra Casa Pousadoira. La de Begoña de Bernardo, la obra de una mujer ingeniera agrónoma que diseñó un proyecto fin de carrera y que con ayuda inicial del Igape lo convirtió no solo en realidad sino también en su medio de vida. Y ahí se empeñó en sacar el negocio adelante sin importarle los altibajos de la vida, crisis económica incluida.

Una característica de la dueña de casa Pousadoira es que le echó imaginación. Siempre. No es de las que se quedó parada esperando a que llamara el cliente a la puerta. Ha sacado e inventado productos nuevos. Y con esa fuerza, esa experiencia y esa esperanza vuelve ahora. Se anima con la propuesta de una chef vegana -que además es vecina suya- con experiencia internacional en organización de actos. En concreto, durante esta primavera están haciendo, y así seguirán, con un brunch (brunchiño, le llaman) los domingos a las 11.30 en su amplio jardín trasero. Y lógicamente, tal y como está la situación, con plazas limitadas y reserva previa.

De lo que se trata es de dinamizar con una propuesta nueva y que, desde luego, se está poniendo de moda. Otra cosa es que, por citar un ejemplo de los platos que componen el menú, la «ensalada mixta con nopales asados, feixóns e crema de queixo vexetal» sea lo que uno desea meter entre pecho y espalda o no. Y a los que no militan en esa tendencia hasta les dará una cierta pena que no se le añada alguno de los excelentes huevos que ponen las gallinas de Begoña, que por allí campan a su aire. Lo cierto es que entrar en esa casa, que no deslumbra por su (carente) lujo, sino por su autenticidad e integración en la pequeña aldea que le da nombre, es poner los pies en un sitio muy dinámico. Desde hace algo más de dos docenas y media de años, cuando Begoña abrió las puertas la primera vez, hasta hoy no ha parado de sacar ideas, desde el huerto ecológico cuando la ecología era cosa de cuatro utópicos hasta, en su momento, la apuesta de Casa Pousadoira por recuperar el antes más famoso que ahora vino de Betanzos, y de hecho tuvo una etiqueta propia. Súmesele el buen carácter de la propietaria, siempre con palabras amables en la boca para sus pocos vecinos, y ya se entenderá una parte del éxito.

«A horta segue sendo ecolóxica -quiere aclarar la mujer-, pero dinme de baixa do Craega, así que no teño o seu selo». (El Craega es el Consello Regulador da Agricultura Ecolóxica de Galicia). En cualquier caso, no vende al exterior nada de lo que saca de ella, sino que es «para o noso consumo». Y muy cerca del huerto está el juego de la rana. Lleva ahí desde el comienzo, va camino de convertirse en seña de identidad del establecimiento. La mujer lo duda: «Hai moita xente que xoga, claro, pero non creas, hai outra que nin o mira».

De la casa -o mejor dicho, casas, puesto que la principal de alguna manera se prolonga en otro edificio trasero, si bien este es el privado de Begoña y sus hijos- va a destacar el horno (según se entra en el amplio recibidor, a la izquierda), y en el jardín es el hórreo el que llama la atención. De las cinco habitaciones, de tamaño medio y nada constreñidas es de justicia reseñar la cama del siglo XIX que hay en una de ellas; otra es cuádruple, por cierto, siguiendo la estela de Francia, que tiene habitaciones familiares (así se llaman) por todas partes.

¿Y el comedor? Pues primero estuvo en la casa original, luego pasó a la de la parte de atrás y ahora está en un espacio acristalado que ha cerrado sobre el jardín. En él se sirven los desayunos y las cenas, estas últimas siempre previa encarga. En Casa Pousadoira no se dan comidas. Ahora toca el turno al brunch vegano. ¿Y después? «Non sei, pero eu sigo dando cursos de como traballar e procesar a lá de ovella, ás veces aquí mesmo e ás veces chámanme de asociacións, e dous ou tres ao ano sempre os levo a cabo», asegura. Está al pie del cañón desde 1995, y no para. Y no parece que vaya a hacerlo, por mucha pandemia que haya.