Hay que partir de la base de que la importancia del balón parado es enorme, incluso para muchos equipos que presumen de jugar bien al fútbol, en contraste con los que lo hacen de un modo más directo. Todos necesitan trabajar este aspecto del juego porque, si analizamos las estadísticas, vemos que hay una gran cantidad de partidos que se abren con una acción de este tipo. Y más si hablamos de competiciones tan igualadas como puede ser la Segunda, en la que cada duelo es tremendamente igualado. Partiendo de esa premisa, la clave del éxito para dominar este arte del fútbol, si hablamos de las jugadas que se resuelven en dos toques, es el acierto de los lanzadores y la fiabilidad que puedan tener los rematadores. Incide mucho más la fe, la confianza y el talento de los futbolistas que el trabajo diario que se pueda realizar. Y es ahí donde se explica que pueda haber fases de la competición en las que estés más acertado que otras. No es que se haya dejado de trabajar. Pasa como con el olfato goleador de los delanteros, influyen mucho las rachas. Hay momentos de confianza máxima en la que sale todo: el lanzador la mete donde quiere y el rematador va con fe ciega de que la va a rematar y la mete. Hablamos siempre de jugadas de remate directo. Con más de dos toques ya requiere de más análisis y trabajo diario. Pero la experiencia es lo que me dice, también como buen rematador de cabeza que fui en su día. Pero ojo, el golpeo del lanzador también se trabaja a diario a base repeticiones. En el caso particular del Dépor, también hay que tener en cuenta que sus principales rematadores [Duarte, Marí..] no eran conocidos en la categoría y lo aprovecharon para sorprender. A medida que pasan las jornadas, los rivales ya saben qué zona de influencia tiene cada uno y pueden trabajar para contrarrestar sus fortalezas. Un poco parecido a lo que sucedió con el rombo, que tardaron en ver la debilidad.