Reportaje | Precisiones a la escenificación (y 2) En 1823, los mismos franceses de 1809 volvieron a invadir España, sin que ningún abad llamara a las armas
25 mar 2006 . Actualizado a las 06:00 h.Es curioso que el pomposamente llamado «héroe de Pontesampaio», derrotase en el mismo e histórico lugar, en 1923, a los patriotas do «cañón de pao», enrolados ahora bajo las banderas de la Honrada Milicia Nacional y el paisanaje liberal. Pese a todo esto, el chauvinismo local prefiere seguir honrando una sarta de mentiras y adulteraciones o inexactitudes, como las famosas banderas de las Alarmas del Fragoso, que difícilmente pudieron estar en la gloriosa jornada del 28 de marzo de 1809 por la sencilla razón de que fueron tejidas en 1810. Pablo Morillo sigue disfrutando del lugar de honor del monumento a los héroes de Pontesampaio y Vigo. Es una paradoja. El cuadro merecería, acaso, una anotación posterior para que se sepa que el 4 de agosto de 1823 mandó abrir fuego contra los mismos paisanos. Cuando Morillo llegó a Vigo, el 21 de marzo de 1809, el abad de Valladares y don Joaquín Tenreiro ya habían iniciado las negociaciones para la rendición de la ciudad. Conviene recordar que los frailes, abades y clérigos en general no se alzaron contra el francés tanto por ardor patriótico, como por fanatismo religioso, en no pocos casos, ya que se temía que entre los morrales de los soldados franceses se hubiera colado alguna idea de la denostada Ilustración. No en vano, al invadir España, Napoleón había dicho a sus generales: «Vamos a modernizar el país de la Inquisición». Cazados como alimañas Los abades de 1809 no mueven un dedo cuando el duque de Angulema, con su ejército, que no eran cien mil, ni mucho menos (de Hijos de San Luís) viene a reponer al Rey Absoluto. La heroica Zaragoza, la mártir Gerona, el bravo Vigo, abrieron sus puertas a la reacción, sin rechistar, salvo unos escasos elementos liberales, que serían cazados como alimañas. Fue el propio duque francés quien hubo de poner el contrapeso a la brutal reacción de los fernandinos. Un golpe de suerte vino a jugar, en el momento adecuado y conveniente, la baza decisiva en el futuro del antiguo sargento Morillo: el coronel Chalot, jefe de la guarnición sitiada, pidió rendirse a un oficial de igual grado, pero de fuerza regular. No vale, por tanto, Cachamuiña, que es un oficial de milicia provincial. No hay otra cosa a mano que el capitán recién llegado. De este modo, Pablo Morillo se salta tres dos pasos en el escalafón y es nombrado coronel. A partir de este momento, la carrera del ex sargento salmantino fue fulgurante: enviado a contener la sublevación americana se muestra duro e inflexible. Pese a sus orígenes humildes es un defensor de los privilegios de la nobleza y de la sociedad estamental. Sus hazañas de juventud le suponen el título de Conde de Cartagena y el grado de teniente general. El alzamiento A finales de junio del año 1823, el general Morillo llega a Lugo al frente de Cuarto Ejército de Operaciones. Se alza contra la regencia, instalada en Sevilla y reúne en torno suyo a un escogido grupo de elementos reaccionarios, con abundancia de representantes del clero ultramontano. El general Quiroga y el coronel del Regimiento de Aragón le instan, sin éxito, a mantenerse leal a la Constitución de 1812, pero el traidor ya tiene otros planes. Los liberales no comprometidos con la invasión, lucharon por los principios que animan a todos los patriotas: defender el territorio de toda ocupación extranjera. Curiosa paradoja de estos españoles que se batieron al lado del clero absolutista y de toda la tropa fernandina: la doctrina liberal, nacida en Francia y difundida por el ejército de la Revolución en toda Europa provocó, entre quienes pretendían aplicarla en España, la oposición más decidida a todo lo francés. En cambio, los «patriotas absolutistas» de 1809 no movieron un dedo en 1823 cuando, los mismos veteranos franceses volvieron a invadir su país.