Cuenta la leyenda que al Cid, ya fiambre, lo subieron a un caballo y ganó una batalla en Valencia. Desde entonces, no se conocen casos similares. Napoleón jamás presentó un plan para embellecer París tras su derrota en Waterloo. Robespierre no volvió a dictar leyes tras perder la cabeza en Termidor. El zar Nicolás II abandonó sus obras en Petrogrado tras caer fusilado en Ekaterimburgo. Y Rasputín, tras su asesinato, se apartó de toda actividad política, dedicándose sólo a protagonizar letras de canciones del grupo Boney M. Lo normal, pues, desde el Cid, es que si un personaje público cae derrotado, muerto o en desgracia, abandone sus actividades habituales. Pero Vigo, por supuesto, es distinto. El pasado viernes, el presidente de la Autoridad Portuaria, Jesús Paz, decidió presentar a su consejo de administración un plan para el puerto que implica inversiones por 150 millones de euros. Revolviendo en cajones, baúles, armarios y arcones de la institución, el mandatario logró reunir un popurri de proyectos con ampliaciones de muelles, torres de vigilancia, paseos, centros comerciales, plataformas logísticas y hasta un spa de agua marina. Tras la actuación en Vigo de Les Luthiers, la pasada semana, y de Faemino y Cansado, en ésta, debemos convenir que nos hemos convertido en la capital mundial del humor. Imaginamos la escena en la que Jesús Paz, al que no le quedan ni tres semanas en el cargo, aparece en la reunión con sus cartapacios. Los consejeros del puerto no es que se partiesen, es que la sala de juntas se tuvo que venir abajo. Desde que Elena Espinosa era la jefa de la antes más modestamente llamada Junta de Obras del Puerto, no ha habido presidente del asunto que no haya querido dejar un plan para la posteridad. Memorables fueron el World Trade Center de Juan Corral, los rellenos de Julio Pedrosa y el Plan Nouvel de Abel Caballero. Ni uno solo se hizo. Pero lo insólito de este Plan de Paz es que se presente cuando a su impulsor le quedan en el puesto dos telediarios. En Vigo, suceden cosas siempre asombrosas. Nunca hay aquí lugar para el aburrimiento. Ni con las decisiones que se toman en la praza do Rei, ni tampoco con las que se adoptan en la plaza de la Estrella, sede de la Autoridad Portuaria que ya está esperando otro luminoso astro que añadir a su firmamento.