Decisiones y excesos del luso se saltan la normativa del Madrid, donde Ramos y Alonso podrían ser castigados por la UEFA
25 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Nada es gratuito en Jose Mourinho, trabajador concienzudo y detallista, estratega, motivador, excelente conductor de grupos, desestabilizador de los rivales directos, persona non grata en el Camp Nou y comediante a la hora de mostrarse, explicarse o justificarse. Como demostró en el Ámsterdam Arena, un templo blanco desde la séptima labrada por Mijatovic, el portugués idea un plan, lo traza y lo ejecuta sin importarle la imagen que arrastre el Real Madrid.
Como diría Luis Aragonés, Mou sólo piensa en ganar, ganar y ganar, en engordar su palmarés. No lo inquieta que se le tilde de ser un «Maquiavelo del fútbol» para quien el fin justifica los medios, un «personaje contracultural», un técnico «falto de vergüenza» o un «cínico». Éstos son sólo algunos de los calificativos aparecidos en los medios tras el último show de Ámsterdam.
Es capaz de conquistar la ansiada Copa de Europa con el Inter y de quedarse negociando en Madrid su futuro, ajeno a las celebraciones de los lombardos en su regreso triunfal a Milán. No disimula a la hora de forzar las expulsiones de Xabi Alonso y Sergio Ramos ante el Ajax, con el meta polaco Dudek como emisario de sus órdenes, pero a continuación arroja una botella en señal de protesta y se queja de la actuación del árbitro escocés. Por este último caso, la UEFA ha abierto una investigación y podría sancionar al lateral y al centrocampista blanco.
Tampoco le altera salir al césped de San Siro y, desafiante, mostrarle a la afición del Milan tres dedos en alusión al triplete del Inter. Ni hacerle el gesto de la victoria, o de a Segunda, a Manolo Preciado, en el aparcamiento de El Molinón.
Jugadores, técnicos, árbitros...
Mou posee su propio código, alejado de esas normas no escritas en el fútbol. ¿Quién dijo que los trapos sucios se lavan en casa? Al menos a los más humildes de su plantilla, el técnico no ha tenido problema en desairarlos públicamente. Con Pedro León, recordó que el curso pasado jugaba en el Getafe y, con cierto desprecio, insistió en que no es Maradona o Di Stéfano. También dijo ante los periodistas que no le gustó Canales, y añadió que juega como entrena.
Si alguien creía que entre bomberos no se pisan la manguera, Mourinho le desacreditó. Sin citarle, acusó a Preciado de mal profesional al regalarle el partido al Barça por alinear suplentes en el Camp Nou. Cuando un informador le comentó unas manifestaciones de Gregorio Manzano, nuevo técnico del Sevilla, Mou exhibió retranca: «¿Quién es ése? ¿No lo conozco?».
¿No hablar de los árbitros? Aquí es más parecido al resto. Lo hace, según interese. Les trata de mediatizar al trasladar su temor de que a Cristiano le «den una h...», les critica su criterio o les pelotea, como hizo con el inglés Howard Webb cuando, tras su pésimo arbitraje en el Milan-Real Madrid, dijo que es el mejor del mundo.
¿No negociar con otros si hay contrato en vigor? Tras el despido de Queiroz como seleccionador luso, Mou llegó a un acuerdo para sucederle un par de partidos. El Madrid se lo impidió y él lo lamentó en público.
Ha lanzado varias andanadas al Barça. Y, sin citarle, se acordó de Villa en una defensa de Benzemá: «Otros han costado muchísimo dinero y no han marcado un gol a nadie». Primer mandamiento: los partidos comienzan en la conferencia de prensa anterior y acaban en la posterior.