Martin Sheen viene a Galicia menos de lo que quisiera, por eso se entiende que, cuando lo hace, trate de exprimir al máximo el tiempo. Y es que aquí se siente como en casa. Ha vuelto a demostrarlo en esta última visita, en la que primó el trabajo, pero en la que buscó (y encontró) tiempo para el placer (sobre todo gastronómico) y para la familia.
Al primero se entregó sin reparos en casa de María Domínguez y José Manuel Cerviño, es decir en O Novo Cabalo Furado de Tui, una de las escalas fijas de su agenda. De lo mucho que le gusta la cocina de María (y de Geni, de Luci y de Natalia) dice mucho el hecho de que, de los tres días que pasó en la ciudad (con escapadas a Parderrubias y Vigo), cenara allí dos y comiera el tercero.
Así hemos sabido que, en cuestión de alas, tanto monta la Oeste como la Este. Al menos en el caso del picantón que el martes se metió entre pecho y espalda después de dar cuenta de un buen plato de jamón ibérico, que regó con agua con gas y refrescos (cuatro) de limón. Y es que un buen día prometió no volver a probar el alcohol y sigue cumpliendo la promesa.
Compartió ese día mesa y mantel con su hermana Carmen, su cuñado Ángel Fuentes y su hijo Ramón que, respectivamente, se apuntaron al bacalao, las nécoras y el solomillo, viandas que en este caso mojaron con vino de O Rosal.
Martin Sheen ya había exhibido sus gustos sencillos la noche anterior, cuando acudió con todo el equipo de rodaje del documental que bucea en las raíces del mítico Capital Willard, que es lo que esta vez le ha traído a Galicia. Se lanzaron a los platos con más sabor local de la carta: pimientos de padrón, empanadas (puedo dar fe de que la de rape la bordan), pescados variados...
María atendió también un antojo de Martin bien fácil de atender: huevos fritos con chorizo, ambos caseros. Quién sabe si era uno de los platos que tomaba Francisco, su padre en el Viejo Cabalo de Salustiano y Encarna, del que tantas veces hablaba en Estados Unidos cuando le embargaba la morriña.
Y entre col y col, chapuzón en la piscina del parador de Tui, que es donde se hospedó con todo el equipo. Aunque tuvieran que madrugar, alargaban la tertulia nocturna. Una mansión en Los Ángeles, que es donde vive, rodeada de medidas de seguridad, está bien, pero una terraza con vistas al Miño y buena compañía no tiene precio.
En esa terraza hicieron la cena de despedida con un arroz con bogavante como protagonista principal y tarta con mirabeles. Claro que con la parte que más disfrutaron, especialmente los americanos, fue con la de la preparación (y posterior cata) de la queimada. Me cuenta Ángel Fuentes, cuñado del actor, que uno de los contados comensales gallegos se sabía el conjuro, así es que la ceremonia fue completa. Quién sabe si hasta Geraldine, una de las responsables de producción, comedida como buena oriental, se soltaría la melena. Desde luego, tiempo para ello hubo, porque cuando se acostaron ya era jueves. Hasta la próxima.