Operarios de Barreras se afanan desde hace días en limpiar la piedra del cierre exterior del que fuera uno de los astilleros más febriles de España. La ocupación de sus obreros no va más allá de apaños de mantenimiento mientras no se refleje en sus gradas el oro negro mexicano. El resto de firmas del naval vigués con su medio millar de empleados, desgraciadamente, no va mucho más allá. En las naves de Freiremar, de Cordelerías o de Alfageme silva el viento, y en la de Frigoríficos Berbés solo queda la muestra de su esqueleto y algunas alegóricas puertas al vacío en lo que aún queda en pie del castigado edificio. La banca medita comerse a Pescanova, aunque sea sin descongelar. La autopista del mar no pasa de carreiriño todavía, y la ciudad no es capaz de agarrar a la crisis por los cuernos para poner en marcha una nueva edición de la World Fishing, el espejo marítimo con el que deslumbró reiteradamente al mundo con su capacidad de construcción naval, de innovación tecnológica, de esfuerzo colectivo y de sabiduría marina.
Pero pese al negro diagnóstico, la tragedia del Mar de Marín devolvió ayer a Vigo a una realidad olvidada con demasiada facilidad. Solo de la pesca extractiva en Vigo dependen 32.679 personas. Si a ellos se suman las familias que aún viven del naval y sus industrias auxiliares, investigadores, transportistas, plazas, sector del frío, las conserveras que aún conservan y decenas de empleos más, no puede caber ninguna duda de que Vigo es mar, aunque se haya ocultado más al querer abrirlo, aunque con el auditorio se haya dado una dentellada a la línea de producción industrial, aunque en los colegios se coman filetes de fletán vietnamita, Vigo es mar y el naufragio en plena ría lo volvió a recordar ayer de manera desafortunada, como hace el mar cuando se le ignora.
@carlospunzon