La calle Mercedes Núñez Targa, en Bouzas, honra a la viguesa que logró salir viva de Ravensbrück y fue secretaria de Pablo Neruda
11 ago 2014 . Actualizado a las 10:30 h.Mercedes Núñez nunca olvidó los números en alemán. «Hasta el fin de sus días, contaba de carrerilla hasta treinta», recordaba recientemente su hijo, el vigués Pablo Iglesias Núñez, promotor de la Amical de Mauthausen en Galicia, la asociación que mantiene viva la memoria de los españoles en los campos de exterminio.
Su madre era natural de Bergondo (A Coruña) y sobrevivió al campo de Ravensbruck, el mayor para mujeres en suelo alemán. Allí se practicaba el famoso Appell, un odioso método de tortura. Los presos formaban en el patio -una vez hasta 40 horas seguidas- en posición de firmes, con temperaturas bajo cero: «Quien moviese la cabeza era apaleado hasta la muerte», explica Iglesias. Además, los sometían a latigazos: «Tenían que contar cada golpe y, si se equivocaban, volvían a empezar». Mercedes Núñez, que falleció en 1986 en Vigo, terminó así dominando los números en la lengua de Johan Sebastian Bach y Enmanuel Kant.
Mercedes Núñez Targa tiene hoy una calle en Vigo, en la zona de Bouzas. Su mayor mérito en la vida fue sobrevivir al holocausto. Y seguir viviendo tras ver aquello. Pero tuvo una existencia intensa, en la que también fue secretaria del poeta Pablo Neruda o autora ella misma de varios estudios. El presidente De Gaulle la condecoró con Legión de Honor.
Su paso por los campos nazis es una historia común a otros republicanos españoles. Detenida tras la Guerra Civil, fue condenada a 12 años de prisión y trasladada a la cárcel madrileña de Ventas. Pero un error burocrático le permitió escapar, cruzó los Pirineos y terminó internada en el campo de Argelés y Carcassonne, desde donde la Gestapo la traslada a Alemania. Sobrevivirá casi tres años en Ravensbrück. Destinada al crematorio (Renacimiento, 2011) es uno de los libros que rescatan la memoria de esta viguesa de adopción.
Pero hubo más gallegos en el holocausto. Algunos sobrevivieron para ver en Mauthausen a los tanques del general Dager entrar en el campo para liberarlo el 5 mayo de 1945. Una foto histórica muestra el momento, con una pancarta sobre el portalón que dice, en castellano: «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras».
106 muertos gallegos
Faltan datos, pero sólo en el campo de Gusen entraron 3.846 presos republicanos y sobrevivieron 444. En Mauthausen están documentados 106 muertos naturales de Galicia entre miles de españoles. Su historia es la de una formidable derrota. Francia los internó en campos de refugiados tras la Guerra Civil. Y, con la invasión alemana, se convirtieron en un problema. Cuando Himmler pregunta a Franco qué hacer con ellos, Serrano Suñer responde: «No nos interesan, no son españoles». Así, se les aplicó la misma «solución final» ideada contra los judíos: sólo saldrían de los campos «por el humo de la chimenea».
Otro superviviente gallego, Ramón Garrido Vidal, de O Grove, describió en un diario las horas previas a la foto de la liberación: «Amanece lloviendo. Durante la noche, murieron dos o tres por extenuación». Esos compañeros no despertaron para ver a los Sherman de Dager entrar en Mauthausen.
Desde el principio de la guerra mundial llegaron republicanos españoles a los campos de la muerte nazis. El 6 de agosto de 1940 apareció en la estación de Mauthausen el primer tren cargado con prisioneros españoles, muchos de ellos gallegos. Van en el convoy los vigueses Agustín Cameselle y Francisco Pena. Junto a ellos, vecinos de Bueu como José Fernández o Manuel Rei. Otro vigués, Manuel Fernández Gutiérrez; pontevedreses como Antonio Gómez o Claudio Tizón; y coruñeses como Adriano Castillo o Luis Rafales Lamarca.
El 13 diciembre de 1940 llega el mayor contingente de gallegos. José Jornet, un catalán que viajaba a bordo, relata aquel viaje: «Los de la Gestapo nos metieron en vagones de carga. Fueron tres días y tres noches encerrados, sin agua ni comida, haciendo nuestras necesidades en un rincón del vagón, que estaba precintado; viajamos entre vómitos y diarreas, sin saber a dónde íbamos».
La candidez de los prisioneros
Pero ni en sus peores pesadillas podían suponer qué les esperaba. Eugenio Batiste, en su autobiografía El sol se extinguió en Mauthausen, explica la candidez de los nuevos prisioneros: «Cuando llegamos al campo, vimos una alta chimenea de la que salían humo y llamaradas. Despedía un olor nauseabundo. Creímos que era el sistema de calefacción».
El franquismo se desentendió de aquellos ciudadanos y el tema del holocausto fue en España un tabú durante toda la dictadura. Fernando Villot, nieto de Agustín Cameselle, relataba recientemente: «Mi familia supo de su muerte por una carta de un superviviente exiliado en México, que lo había visto morir en sus brazos». En Mauthausen, se les tatuó su número de preso, se les vistió con el drilich -el pijama de rayas- y se les identificó con un triángulo azul y una S.
Supervivientes gallegos de los campos hay documentados menos de medio ciento. «Muchos ocultaban su procedencia para proteger a sus familias», aseguraba Pablo Iglesias. Hoy ninguno de ellos vive. La foto de la liberación no cuenta qué pasó después: El último drama de sus vidas fue que los aliados avalaron a Franco y ellos nunca pudieron regresar a su país.
Fue una segunda maldición histórica. Los combatientes con Hitler en la División Azul regresaban a casa como héroes. Las víctimas españolas del holocausto siguieron en el exilio y derrotadas. Como Mercedes Núñez Targa, que sin embargo nunca cejó en su lucha. Y que pudo finalmente regresar y asentarse en Vigo, donde falleció en 1986. Hoy una calle en Vigo, en la zona de Bouzas, honra su memoria.
La bujía del domingo, por Eduardo Rolland