El vigués Rogelio Rivas, que participó en las series de los 100 metros en los Juegos de Japón, fue homenajeado medio siglo después por el Comité Olímpico Español
26 nov 2014 . Actualizado a las 09:43 h.Rogelio Rivas Abal (Vigo, 1944), retrocedió ayer cincuenta años en el túnel de la memoria. El atleta gallego, un velocista en la tierra del fondo, rememoró con muchos de sus compañeros de expedición el viaje al lejano Oriente con motivo de los Juegos Olímpicos de 1964. Coincidieron en la sede madrileña del Comité Olímpico Español, que les rindió un homenaje.
«Tenía 19 años cuando viajé a Japón», recuerda este vigués que compitió en los 100 metros lisos. «La pista era de ceniza, hacía un día de lluvia asqueroso porque se celebró en el mes de octubre y no pude hacer mi mejor marca porque había estado lesionado», recuerda. Rogelio había hecho meses antes, en abril, la mínima olímpica con su mejor marca de siempre: 10 segundos y 4 décimas, un buen registro dados los medios, que fue récord de España. En la serie eliminatoria de los Juegos se quedó muy lejos, y los 11 segundos con 11 centésimas no le dieron para alcanzar el corte. Fue octavo de diez.
Pero, a cambio, Japón le regaló un cúmulo de experiencias que todavía hoy, recién jubilado a los 70 años después de toda una vida ejerciendo de aparejador en Asturias, mantiene intactas en la memoria. La primera, el viaje, menos largo de lo que pudiera parecer. «Tardamos lo mismo que hoy día. Me acuerdo que nos recogió en Madrid un Boeing de Air France, hicimos cuatro escalas de media hora cada una y enseguida nos plantamos en Tokio».
En la ciudad japonesa estuvieron los quince días que duró el evento. «Entonces no era como ahora, que se organizan tandas en función de la modalidad. Fuimos para la inauguración y nos quedamos hasta la ceremonia de clausura, y una vez terminada nos subieron a todos al avión y para casa».
El atleta gallego compitió en los primeros días y después tuvo tiempo para adentrarse en las costumbres orientales de la época. «Entonces -recuerda- el 90 % de la gente iba en kimono, apenas se veía la ropa occidental». Rogelio también tuvo la suerte de que unos estudiantes de español contactaron con él y le enseñaron el Japón profundo y sus costumbres. «Recuerdo ir a una casa a tomar el té y lo primero que me pidieron fue que dejase los zapatos en la entrada».
De idéntico modo pudo vivir el ambiente de la villa olímpica de principio a fin. «Recuerdo que la expedición española éramos pocos, pero vivíamos en casitas de planta baja y nos desplazábamos en bicicleta. Era todo muy austero en comparación con lo que vemos ahora».
Aquellos Juegos marcaron la carrera deportiva del vigués, que después de volver de Japón dio el salto a los 400 metros, proclamándose campeón de España en tres ocasiones entre 1965 y 1970. Para entonces ya había sido becado para estudiar y entrenar en la residencia Blume y tras acabar los estudios de aparejador se instaló en Asturias, pero en ningún momento a lo largo de sus 70 años dejó de lado a su Celta de atletismo y a Galicia. «Toda la vida he militado en el mismo equipo y siempre que he podido me he escapado a Vigo». Porque en las viejas pistas de Balaídos comenzó un sueño que se hizo realidad en Japón. Ayer, el ourensano Alejandro Blanco, el presidente del COE, se lo recordó en Madrid.