Gracias, alcalde. Estoy completamente convencido de que colocará el barco en la rotonda por sus santas criadillas, algo que me avergonzará cada vez que pase por allí, pero, de momento, tengo que agradecerle estos buenos momentos que estamos pasando gracias al humor que generan sus ocurrencias.
Las redes sociales no cesan de mostrar el ingenio del vigués, otra característica destacada del lugareño, bien sea de O Berbés o de O Calvario. Su última comparación ha sido tan inmensa que deja en ridículo el poema nasal de Quevedo, y claro, la sucesión de lo que antiguamente se llamaba paridas no ha cesado.
En el sector de memes la cosa es desternillante. Le hemos visto, señor alcalde, transformado en Castro, el vendedor de periódicos de la calle del Príncipe; en el nadador de Leiro; en uno de los rederos de la Gran Vía; e incluso en un Verne sedente sobre el pulpo acéfalo. Y todo sin salir de su querida rotonda.
Alguien le supuso un prócer romano para elevarlo al medallón más alto de la Fontana aludida. Con muy mala idea, debo reconocer, le imaginaron en Hendaya saludando a Hitler, con uniforme de capitán general. En el lado más amable, quisieron encontrarle parecido con Chanquete.
Pero con quien más me he reído fue con la opinión de un veterano periodista que, aludiendo al título que tanto le enorgullece, el de oficial de la Marina Mercante, sentenció: «Y tiene ocurrencias como la de meter el barco en las piedras». Y es tal cual el asunto. La polémica esta del barco Bernardo Alfageme es una metáfora de su política. Consciente o inconscientemente está metiendo la ciudad en las piedras. Claro que a lo mejor es usted un visionario y realmente está poniendo el barco en donde, dentro de unos siglos, fluirán las aguas oceánicas sin problemas por aquello del cambio climático.
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