Rechazo a cómo se ha hecho la exhumación de Franco; acoso mediático a una ciudadana por subir el alquiler de su vivienda; y, lo que es más importante, defensa de un referendo de autodeterminación en Cataluña y del indulto a los líderes del procés en plena explosión de la violencia en Barcelona. En solo una semana, Pablo Iglesias se ha retratado políticamente. Ha vuelto el lobo y ha desaparecido el cordero Fray Pablo. Frente a un hecho histórico como es el desahucio del dictador, que debería haber alegrado a todos los demócratas, sobre todo a la izquierda, ha denunciado, visiblemente irritado, que fue un acto electoralista, un funeral de Estado y una «vergüenza democrática». Dejando muy claro que no soporta que Sánchez haya cumplido su promesa sin que él esté en el Gobierno. Al tiempo, Irene Montero lideraba en las redes sociales una campaña de linchamiento a la propietaria de un piso. Su falta de rigor hacía que también sufriera las consecuencias otra mujer con el mismo nombre y apellido. En el tema de Cataluña, Unidas Podemos se ha puesto una vez más al lado de las tesis independentistas. Ada Colau votaba con los secesionistas una moción de rechazo a la condena del Supremo que exigía también la libertad de los que llama «presos políticos». Tanto la alcaldesa como Iglesias han incidido en los supuestos excesos policiales y han dado la razón a Torra, criticando a Sánchez por no cogerle el teléfono. El líder de UP ha diseñado su campaña como un ataque frontal al PSOE, sin apenas alusiones a las dos derechas, y menos aún a la ultraderecha, mientras en paralelo insiste en una coalición que él mismo hace inviable. Mientras, las encuestas coinciden en que la hemorragia de votos va a continuar.