Leopoldo Varela, un viaje por el color

Beatriz de SAN ILDEFONSO MIEMBRO DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS VIGUESES Y CONSERVADORA DEL MUSEO DE PONTEVEDRA

VIGO

La Casa de Galicia en Madrid expone la obra del pintor vigués

06 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Un viaje por el color es el título de la exposición que la Casa de Galicia en Madrid dedica al pintor Leopoldo Varela, porque la fuerza del color fue la característica más destacada de su pintura. Pintor autodidacto, solo contó en sus inicios con las indicaciones del pintor catalán Marcé, que utilizaba una pincelada muy empastada de colores vivos, con el que coincidió cuando pintaba en los alrededores del Parque de Castrelos.

Desde sus comienzos estuvo inmerso en el ambiente cultural vigués y sus primeras exposiciones fueron en 1954, en sala de Foto-Club, donde expuso acuarelas, técnica que entonces especial protagonismo entre los pintores y que él utilizó en su primera etapa, donde su nombre se incluía junto a acuarelistas como Torres y Rafael Alonso. Estas muestras fueron el inicio de muchas más, individuales y colectivas, como las Exposiciones al aire libre de la plaza de la Princesa, una idea que surgió entre los artistas que participaban en la tertulia del Eligio, entre los que no faltaba Leopoldo Varela. Participó en varias de aquellas exposiciones y, en la de 1972, el Ayuntamiento de Vigo adquirió su Paisaje con mar para formar parte de la colección del Museo Municipal Quiñones de León. Se trata de un óleo, técnica que cada vez será más frecuente en su obra, en aquellos años seguidora de los postulados de la Escuela de Madrid, una pintura figurativa, antiacadémica que rehúye de tópicos, seguidora del estilo de Benjamín Palencia y de colorido sobrio, tendencia que pronto cambiará. El mismo estilo que utilizó en la acuarela que recibió, ese mismo año, una Medalla de Plata en la Bienal de Arte de Pontevedra.

La sobriedad cromática de aquellos óleos desaparece durante la segunda mitad de los años setenta y es sustituida por la fuerza del color. Sus paisajes abandonan los parámetros de la Escuela de Madrid para adentrarse en un estilo personal, a la vez que comienza a centrar su interés en la materia, utilizando la espátula. Su empeño consistía en saber transmitir el color del paisaje gallego, que él reconocía que era mucho más de lo que se ve y se dice, por ello Blanco Amor le decía a Leopoldo: «tú, en la pintura, sacas a flor de tierra lo que no vemos los demás».

Su obra, cada vez más presente en el panorama expositivo, ya no abandonará nunca el intenso cromatismo que en ocasiones llegará a la intensidad de los fauvistas y, como ellos, no dudará en recurrir a la transgresión cromática cuando lo crea necesario. Porque Leopoldo Varela no transcribe el paisaje miméticamente sino que lo representa como él lo ve, un paisaje tamizado por el mundo de los sentidos. Voluntariamente elude adherirse a grupos o estilos del momento para configurar el suyo, y por ello recurre a todo el conocimiento acumulado en su memoria, pero sirviéndose solo de aquello que aporte un elemento necesario para su visión del paisaje, así no duda en conceder alguna referencia a artistas de la generación de los treinta, como Colmeiro o Frau, que modernizaron las visión del paisaje gallego, y tampoco elude las referencias a las atmósferas de Turner, pintor al que admiraba especialmente. Pero, sobre todo, le interesa experimentar con las consecuencias de la Nueva Figuración de los años setenta, un movimiento del que extrae el expresionismo cromático, mostrando un especial interés por el proceso gestual del informalismo matérico.

A finales de los noventa, retoma la acuarela, de tonos transparentes y manchas difuminadas, y sus óleos acusan su viaje hacia la fuerza del color, con una pincelada cada vez más pastosa. Aplica la materia con la espátula de un modo muy gestual, con fuerza, no pinta, sino que modela el pigmento, en ocasiones aplicándolo con los dedos. Color y materia son los elementos con los que construye la obra, por ello los árboles y las arquitecturas, cada vez menos dibujadas, son meros pretextos para impregnar con fuerza el óleo sobre el lienzo,

A Leopoldo Varela no le preocupa perder el vínculo con la realidad, porque su realidad es el color, la fuerza del color que se convierte en el instrumento básico de su pintura. Y acercándose al final del viaje, el color invade el lienzo llegando a destruir las formas, sin preocuparle las referencias espaciales, reduciendo la obra al efecto provocado por la luz y el color, como sucede en sus últimos cuadros.