Marcos Míguez Puhinger, vigués que abandonó su trabajo en Citroën para dedicarse al arte, exhibe en el espacio La Contenedora una muestra representativa de lo que se puede hacer con un bolígrafo
06 abr 2023 . Actualizado a las 00:47 h.Hace casi diez años, Marcos Míguez Puhinger dejó su puesto en Citroën por el dibujo hiperrealista con boli Bic. Un enunciado que parece el de un anuncio de reventa de entradas de conciertos: «Regalo empleo bien remunerado en una fábrica puntera y vendo retratos pintados a bolígrafo». Tras una hernia discal y un contrato que nunca llegaba, Marcos dejó atrás el trabajo en la cadena, con el que vivía cómodamente sin romperse la cabeza, para abrazar la incertidumbre creativa. No le pesa.
A lo largo de una década, ha atravesado períodos de duda ante un horizonte incierto, pero nunca volvió a mirar atrás. Comenzó dando pasos de principiante, sin conocer un sector, el del mercado del arte, que, por otra parte, se ha ido transformando, en algunos casos, hasta extinguirse. Paralelamente, han brotado nuevas formas de entender el encuentro entre artistas y espectadores en espacios que imponen menos a los neófitos a ambos lados.
En este momento, el autor redondelano, vigués de adopción, expone una representativa muestra de su obra en La Contenedora, un multiespacio que forma parte de ese nuevo entramado de locales dúctiles como la plastilina, que se amoldan a mil cosas y comparten calle con la gente, dinamizando la zona y haciendo barrio con actividades como exposiciones, mercadillos de ropa y talleres.
Marcos comenzó haciéndose él mismo una cartera de clientes a través del boca a boca y las redes sociales. Durante años evitó el círculo de los profesionales sintiéndose un advenedizo, pero el círculo se fue ampliando a la vez que él llegaba más lejos. Así se encontró, por ejemplo, con la galería Quattro, o con la invitación del galerista y coleccionista Beni Fernández, lo que le permitió entrar en contacto con otros autores en Espacio Beni. «Trabajar con él me ha abierto puertas, para mí es un lujo compartir sala con autores reconocidos, como Tino Canicoba, Ramón Conde, Barreiro, César Galicia... creadores con un bagaje impresionante. Ya solo hablando con ellos, aprendes. De cada conversación sacas algo de provecho», asegura.
Su participación en la feria madrileña Art360 también ha supuesto un impulso para su creatividad, adormilada tras la pandemia: «Yo salgo a la calle y ya me inspiro, no necesito gran cosa para que salte la chispa, pero ver cosas nuevas te abre los ojos y estaba notando que me faltaban impactos visuales, además de la oportunidad de empaparte contemplando la enorme oferta que hay», destaca de su experiencia madrileña. Míguez reconoce que desde hace unos cuatro años ha notado «un salto cualitativo y cuantitativo» en su trayectoria. Puhinger, que como otros hiperrealistas ha tenido que bregar con los prejuicios por dibujar el detalle con precisión fotográfica, recibe ahora encargos que van más allá del retrato, donde se ve que saber pintar no es un problema, sino al contrario. Además de originales, hace reproducciones muy exclusivas. «No más de diez al año, para limitar el mercado, y tiradas muy cortas en deferencia a cliente que tienen originales», razona. En La Contenedora (Eduardo Iglesias, 11) se puede ver hasta el 15 de abril obra gráfica muy representativa: «Son cuatro obras que pertenecen a distintos años: 2017, 2020, 2021 y 2022, obras que me han llevado desde 180 a 300 horas», explica.
Tres kilómetros de tinta
Marcos Míguez presume de sus dos murales en el entorno urbano de Vigo y de otro de nueve metros en la Facultad de Económicas en el campus vigués. «Fue el mayor de los regalos que me pudieron hacer. Para mí , que me cuesta tanto valorarme en ciertos aspectos, fue como un regalito», reconoce el artista, que sintió un espaldarazo impagable con el reconocimiento público que supuso confiarle sendos encargos.
Aunque el vigués está acabando con las reservas mundiales de tinta, no es el único material que utiliza en sus trabajos. También usa lápiz policromado, carboncillo, plumilla o pastel.
Aún así, el boli Bic es la marca con la que se reconoce. Preferentemente, Bic cristal, que en sus manos no escribe normal sino hípernormal, No ha echado cuentas de cuántos compra al año. Cajas y cajas de todos los colores, aunque explica que dan mucho de sí. La propia marca presume de que un boli suyo da para pintar una línea de tres kilómetros y medio de largo. Y eso es mucho», asegura. Se surte de ellos en las tiendas de su barrio, donde ya tienen remanente para cuando aparece por la puerta «el de los bolis Bic».
El artista prepara con calma ahora una exposición en el Santander Work Café y valora que la gente joven vuelva a engancharse a al arte por otras vías menos trilladas.