El pintor vigués acaba de publicar su primer libro de relatos, una sorprendente colección de historias donde todo ocurrió pero todo es ficción, donde siempre sopla el aire pero a veces es una suave brisa
13 jul 2023 . Actualizado a las 20:51 h.«Una vez mi madre llegaba de la iglesia y me dijo: ‘Me viene siguiendo una mosca'». A partir de ahí nació el relato La mosca otra vez. «Escribir fue un deseo». Así resume Din Matamoro (Vigo, 1958), el relato de cómo se pasó del pincel a la tecla, o del trazo a la palabra, para construir en 24 historias cortas, un cuadro que se lee aunque tiene forma de libro y se titula El viento ese día. No es la primera vez que el pintor, autor de larga trayectoria, con obra en colecciones públicas y privadas y miembro de la Real Academia Galega de Belas Artes, bucea en un ámbito que no es estrictamente el suyo. Hace años firmó una novela. Dolores Ruiz y Alfonso Armada, escritores y amigos, le animaron a no abandonar. La literatura está excluida de las Bellas Artes, pero es un arte bello que aunque no tiene por qué dársele bien a cualquier creador, leyendo sus historias queda claro que a él, sí. Y también hay ilustraciones en El viento ese día. Pero Din Matamoro no quería ser redundante. Las imágenes que acompañan a algunos de los relatos son suyas, pero no explican el texto porque ya lo explican las palabras pintoras.
Matamoro cuenta que fue devorando ensimismado El Señor de los Anillos que se le despertaron las ganas de escribir. «Siempre me gustaron las tormentas y las nubles cambiantes. Cuando empecé a pintar, mi pintura era muy de vientos, montañas y oscuridades», recuerda. Como decía Ignacio Pérez-Jofre, su amigo, también artista metido a editor en la aventura de Solar de Edicións, «en mis cuadros pasaban cosas, eran como paisajes de la mente», concuerda. Ese deseo de escribir le llegó al vigués durante la crisis y los pulió durante la pandemia. «Apagué la luz de mi estudio y empecé a pintar con luz natural, en invierno pintaba menos y a medida que pasaban las estaciones, pintaba más, pero en general tenía tiempo para otras cosas. Me daba tiempo a escribir, a leer, a estar con la familia, con amigos... y comencé a escribir relatos, que salieron como los dibujos, intentando aprender», reconoce. Empezó a escribir relatos a partir de frases como aquella de su madre, y nada es verdad ni mentira, todo ocurrió pero todo está ficcionado en los 24 sorprendentes relatos. Por ejemplo, La aventura del Poseidón es un viaje al pasado. «Vivía de chaval en una casa en la calle doctor Cadaval, que daba a la parte de atrás de los antiguos cines Tamberlick y Odeón. Era tal la fascinación que sentía por las películas, que me iba a escuchar los sonidos pegando la oreja en la puerta. Me fui a ese pasado, pero para crear la historia lo uní a cuando cerraron los Multicines Centro y abrió en el mismo local un supermercado donde, por las noches, cuando oscurece, ocurre algo», y hasta ahí puede leer.
En el primero, Parecidos, la protagonista ve la firma de su padre en una monda de plátano, se hace mayor y empiezan a aparecer en el aire a sus amigos del pasado, pero el viento le hace una jugada y se los lleva.
«Stephen King decía en el prólogo de un libro suyo, que para él la felicidad es que unir dos palabras y que surja una imagen en la mente. Para mí, lo que hice es algo parecido, pienso que estos relatos son muy de un pintor. Mientras lees, visualizas», explica. Y añade que hay penumbra y miedo, «pero hay luz dentro», cuenta el artista, ávido lector de clásicos de las tinieblas. En sus relatos se encuentra humor soterrado, hay finales inesperados y hay también algo que los une a todos. Además del trabajo en equipo, que destaca como esencial para un proyecto conjunto al que un artista que trabaja solo no está acostumbrado: hay viento. «El viento es un personaje, sopla en todos los relatos, en algunos no, en algunos es una brisa», rectifica. También está muy presente la incertidumbre del tiempo que nos ha tocado vivir: «Qué pasará con la tierra, con el mar, con los árboles, con los animales, pájaros y sobre todo las cabras», siempre fuente de inspiración para el autor.
Hasta el diseño y maquetación de Juan Gallego y el tono ocre de la portada son muy él: «Como mi pintura, que es para meterte dentro. La página en blanco rebota en la mirada», concluye.
Exposición en Argonautas 24 y portadas para Cómplices
A Din Matamoro todavía no se le ha borrado la sonrisa de niño con zapatos nuevos con su libro en las manos y ya tiene a la cola la siguiente mueca en los labios —y restos de pintura en los dedos, de horas intensas sin parar de pintar—, esperando la inauguración de la exposición que abrirá este viernes en Argonautas 34, el estudio y galería de Diego Santomé en A Ramallosa. Se titula «Dos oraciones y un sueño» y será una celebración que continuará en la playa de Area Fofa si el tiempo lo permite. El vigués también firmó este buen año las portadas de dos álbumes de Teo Cardalda y María Monsonís, Cómplices.