En verano, los atractivos de Vigo retienen a estudiantes internacionales
01 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.«De momento, me he quedado aquí, cerca de la playa, y no pienso irme muy lejos, solo adonde me lleven las olas». Ronja Lesiw llegó a Vigo en el 2022 como estudiante Erasmus y desde que puso un pie en Patos supo que nada la haría volver a su hogar natal en Frankfurt. Junto con su novio Dennis, también un estudiante Erasmus de Alemania, decidió mover cielo y tierra para encontrar la manera de quedarse en la ciudad, muy cerca de la playa, con calas en las que, dice, «se surfea como en ningún otro sitio».
A algunos les mueve el mar y a otros, la montaña. En el caso de Katarina Kapriková, su primer flechazo con Vigo tuvo lugar en el monte de A Guía. Cuando la recogieron en el aeropuerto preguntó por aquella iglesia que corona Vigo en las alturas y, al día siguiente, lo primero que hizo fue caminar durante tres horas bajo la lluvia para llegar al mirador del barrio de Teis. Fue cuando supo que dejaría atrás Eslovaquia, cambiándola por una ciudad donde «toda la gente es increíble, hasta las cajeras de los supermercados parecen tus mejores amigas».
Ronja y Katerina lo tienen claro. En el plato, zamburiñas y pulpo. En el diccionario, morriña. Pero si tienen que escoger entre una de las experiencias vividas en Galicia, se encuentran en problemas. No pueden quedarse con tan solo una de todas las actividades organizadas por la ESN, una red de estudiantes que, voluntariamente, acoge a los nuevos Erasmus en cada ciudad. Katerina, además, se unió a la organización como voluntaria al terminar su intercambio. Su cariño no solo es para los universitarios internacionales, sino también para sus amigos locales, y Ronja dice tener «la sensación de que los gallegos son muy similares a los alemanes». Esto incluye a los profesores, de los que destaca su trato cercano y su memoria para los nombres de cada alumno, algo insólito para ella.
Estos estudiantes han encontrado en Vigo la posibilidad de trabajar en aquello para lo que se habían formado. Ronja, como analista, y Katarina, como traductora para empresas de todo el mundo. A pesar de teletrabajar, están en contacto constante con la gente local y hasta conviven con algún vigués. «Como hablan siempre en gallego, yo he conseguido entenderlo a la perfección, pero hablarlo...», comenta Katerina, que asistió a clases para aprender nociones básicas. Todos ellos comparten la intención de establecerse a largo plazo en Vigo.
Si alguien sabe lo que es echar raíces en la ciudad, ese es Livio Mistretta. «Al terminar mi Erasmus en 2015 llamé a mis padres y les dije que no volvía, que me quedaba aquí», dice el siciliano que, guiado también por su pasión por el surf, decidió que Vigo era el lugar ideal para asentarse. «El surf me lo ha dado todo», asegura, y no exagera. Cabalgando las olas afianzó gran parte de las amistades que lo rodean, y también encima de las tablas recibió una propuesta de trabajo por parte de uno de sus compañeros. Gracias a este puesto de consultor en la empresa de Wofco, hoy Livio puede hacer realidad el sueño de quedarse en la ciudad y seguir conociéndola. Entre sus planes preferidos están el de caminar sin rumbo por las calles. «Me despierto un domingo y me voy de Churruca hasta el zoológico. Un día terminé en el monte Galiñeiro sin saber ni dónde estaba».
Cuando tuvo que solicitar su plaza Erasmus , Livio solo conocía Vigo por el Celta. Sus compañeros no pensaban que fuera una ciudad llamativa, pero él se alegra de haberla escogido igualmente. Gracias a esa decisión, ahora puede estar dentro del agua día sí y día también. En la gastronomía, también se moja. «A veces pienso que la comida gallega es mejor que la italiana», dice, y añade que la chuleta de vaca vieja es incomparable. Con este año se cumplen ocho de su llegada y asegura que, cuando termina el curso, siempre hay al menos uno o dos estudiantes Erasmus que se niegan a volver a sus ciudades.
Mariña Heras, presidenta de la ESN, cree que Vigo es la ciudad perfecta para estudiantes internacionales. «Con mar y montaña, ni muy grande ni muy pequeña, las relaciones se vuelven más cercanas que las que se dan en grandes ciudades», afirma. Destaca el incremento en la llegada de estudiantes de los años pospandemia, que los ha llevado a acoger a más de 500 universitarios procedentes sobre todo de Italia, Francia, Alemania y Polonia. Los que vienen, dice, «no suelen tener a Vigo como su primera opción, pero todos ellos se van con el deseo de volver otra vez».
Alumnos de más de sesenta países en la Universidad
En los tres campus de la UVigo estuvieron matriculados en el curso 2022/23 664 alumnos que procedían de 63 países.
Uno de los principales obstáculos que enfrentan los universitarios internacionales para estudiar en Vigo es el nivel de castellano exigido para acceder a las aulas. Se requiere como mínimo un título de B2, algo exigente teniendo en cuenta que en otras universidades a los Erasmus se les pide un B1.
Para conseguir la acreditación, muchos recurren a Campus Spain, un programa que recibe a los universitarios que llegan de otros países para que consigan mejorar su habilidad con el castellano antes de iniciar el curso. Hasta 75 estudiantes recurrieron a esta organización vinculada al Centro de Lenguas Modernas para aprender más del idioma y de la cultura españolas. Proceden de países de todo el mundo, como Australia, Indonesia, Egipto, Ucrania, y demás. El objetivo de la Universidad de Vigo es que, tras terminar su intercambio, los estudiantes internacionales se matriculen en los másteres que ofrece la institución.
Campus Spain prevé que el próximo año se inscribirán 120 alumnos en la iniciativa. La organización asegura que la mayoría de los estudiantes que acogen provienen de Malasia, India e Indonesia, países que albergan un gran número de menores de veinte años. Escogen Vigo, en su mayoría, porque están interesados en hacer las ingenierías que ofrece la universidad, por la localización y ambiente de la ciudad.
La empresa cobra 2.000 euros a los universitarios que ya saben hablar español para facilitarles los trámites burocráticos, diferentes según el país de origen. Los que optan por el curso de idioma pagan hasta 7.900 euros. Los directores de Campus Spain aseguran que estos estudiantes viven como turistas y gastan hasta 15.000 euros al año.