Mela se atreve a contar su historia tras cuatro intentos de suicidio para «demostrar a otras chicas que se puede sobrevivir y volver a sonreír»
24 oct 2023 . Actualizado a las 00:33 h.«A mí la vida me rompió». Mela calla. ¿Por qué? «Son tantas cosas que ya no sé por dónde empezar». Se vuelve a quedar en silencio. Trata de ordenar los recuerdos que se resisten a aparecer. A sus 26 años muchos los ha bloqueado inconscientemente «porque duelen mucho», explica. Su historia «es un buen drama», pero, por lo menos hoy ya se le escapa alguna sonrisa. Hace unos años eso era «tan difícil», recuerda. Desde la sede de la Asociación Érguete, donde llegó para buscar ayuda y se quedó porque encontró «a personas que me entienden y me escuchan», se atreve a contar «una vida» que espera que ayude «a alguna niña que, como me pasó a mí, no sabe qué hace en el mundo».
Para entender a Mela hay que ir al primer golpe que hizo que su realidad se tambaleara. Tenía nueve años y «mi primo abusó sexualmente de mí». Nadie la creyó. Ella no entendía qué le había pasado. Siguió viviendo. Poco después, sus padres se separaron. Ella se quedó con su madre, pero los fines de semana se iba a casa de su padre. «Vivía dos realidades», cuenta. «No encontraba un lugar en el que estar segura». Lo peor era con su padre. «Él era alcohólico y disfrutaba maltratándome psicológicamente. Yo de niña no me daba cuenta de lo que hacía, pensaba que me trataba así porque me lo merecía, pero, ahora, sé que hubiera preferido una paliza cada año antes que haber aguantado su desprecio». Con su madre la vida tampoco era fácil. «Ella pagaba sus frustraciones conmigo y las cosas malas que le hicieron me las hacía sufrir a mí también».
El abuso y la relación con su padre destruyeron sus esquemas mentales cuando se estaban construyendo. Mela buscaba una identidad hasta que se la arrebataron. «No tenía cariño, me odiaba a mí misma y solo quería que me prestaran atención». A Mela le duele recordar. Buscó el cariño y su lugar juntándose «a personas que me dejaron de lado y me hicieron caer más». Hizo cosas de las que «me arrepiento» por su atención. También se refugió en las drogas para escapar, pero «no había salida». Comenzaron los problemas con su cuerpo. «No me aceptaba ni por dentro ni por fuera», explica.
Un día se rompió e intentó quitarse la vida. «Desde aquella vez lo he intentado otras tres», cuenta. «Es horrible sentir que no hay hueco para ti aquí», dice.
Un día, en medio de la pandemia, todo explota. Corta la relación con su padre, se refugia en su pareja y en su psicólogo, lo conoció a través de la Seguridad
Social, y, «por fin», respira un poco. «Les debo la vida a los dos», cuenta. «Es muy difícil convivir con una persona enferma, a la que le duele la vida. Nadie quiere vivir algo así, pero ellos se quedaron conmigo cuando más lo necesitaba», explica. Sobrevivió gracias a ellos. «Me salvaron, pero aún tengo mucho que luchar». Cada día me levanto y me convenzo de que «merece la pena vivir». Por lo menos, ahora «entiendo mejor lo que me pasa».
En sus ingresos en el hospital y con el psicólogo descubrió que tiene cuatro patologías mentales. «Me tocó el bote», bromea. Presenta un trastorno mixto de la personalidad, bulimia nerviosa, dismorfia corporal, fobia social y «algo muy raro que se llama trastorno conversivo». Esta enfermedad consiste en que su mente se inventa dolencias físicas que en realidad no tiene.
«Llegué a perder la movilidad de partes de mi cuerpo en algunos episodios», cuenta. «Pero ahora, por lo menos, ya va todo mejor», destaca con una media sonrisa. De hecho, si pudiera volver a hablar con aquella niña de 16 años que no quería vivir le diría «que estoy muy orgullosa de ella por su fuerza para sobrevivir a tantas cosas». Ahora, «estoy segura de que puedo conseguir lo que me proponga».
En su camino también se encontró con una sociedad que no la entendía. «Hoy a todos se les llena la boca de salud mental, pero cuando tratan con personas que, como yo, están enfermas, nos evitan». Mela quiere dejar claro que «no somos locas ni bichos raros» y cree que «visibilizar casos como el mío puede ayudar a chicas que piensan que ya no hay salida». Por eso,
Mela ha creado un canal en redes sociales donde comparte su aprendizaje y su historia. Explica lo que aprende con su psicólogo, en su día a día y en lo que comparte con Andrea y Noelia, las educadoras sociales de la Oficina É Muller con la que la Asociación Érguete da una atención personalizada a las mujeres con problemas de adicción o situación de vulnerabilidad. Con su ayuda, Mela ya no consume y también se siente mejor, «aunque me queda mucho camino por recorrer».