María Elena Vicente está al frente del único vivero de marisco de A Guarda y defiende una tradición que resiste al tiempo y a los temporales
16 dic 2024 . Actualizado a las 22:01 h.En A Guarda, un municipio con olor a salitre y sabor a marisco, sobrevive una tradición que el paso del tiempo y las mareas han dejado casi en el olvido. María Elena Vicente, la mujer al frente de Viveros Manuel Vicente Lomba, es la última representante de una actividad que un día fue emblema del pueblo: las cetáreas del mar. «Mis padres tenían una en la zona, cerca de la fuente de Santa Catalina. Cuando yo era pequeña, había unas cuatro de mar y otras tantas de tierra», recuerda María Elena con una mezcla de nostalgia y orgullo, mientras el vapor de una olla rebosante de marisco dibuja nubes blancas en el aire frío del Atlántico.
Hoy, apenas queda rastro de aquellas cetáreas que bullían de actividad. Los viveros de mar se abandonaron porque los permisos eran complejos, la jubilación de los antiguos mariscadores llegó y los temporales no dieron tregua, recuerda. Pero María Elena no se rinde. Su empresa sigue abasteciendo marisco no solo a particulares, sino también a restaurantes y negocios hosteleros, tanto en Galicia como en otras partes de España. Entre ellos al del Riveiriña. Fundado por sus abuelos en una antigua bodega de rederas. Hoy, el establecimiento es un referente de la cocina gallega.
«He pasado todas las Navidades de mi vida trabajando en una cetárea», confiesa con la firmeza de quien está acostumbrada a capear tormentas.
Inaugurados en 1979, los viveros que dirige se han convertido en el último bastión de una tradición centenaria. Mientras atiende pedidos, María Elena rememora cómo era la vida en las cetáreas. «El trajín en estas fechas sigue siendo enorme era enorme, pero han cambiado algunas cosas. Antes enviábamos por tren o camión, y ahora tenemos transporte urgente cada día» explica.
A menos de un kilómetro del antiguo vivero natural de Santa Catalina, —el que trabajaban sus padres y el último en dejar de trabajar—, María Elena mantiene viva una conexión íntima con el mar. El trabajo no entiende de domingos ni festivos, pero ella ama lo que hace y, sobre todo, lo que representa, afirma con una sonrisa que delata su determinación.
Con la llegada de la Navidad, el marisco se convierte en el protagonista absoluto de las mesas gallegas y españolas. El ir y venir de pedidos no cesa en los viveros de María Elena. Entre los productos más demandados está el buey de mar, aunque ella tiene claro cuál es su favorito. «El 99 % de la gente que viene desde Tui y O Val Miñor es de buey, no de centolla. Pero para mí, donde esté una centolla de nuestra costa, que se quite el buey», sentencia.
La inflación ha cambiado los hábitos de consumo, pero no ha restado protagonismo al marisco en las celebraciones. «Antes, quien ponía langosta ahora pone bogavante, y quien ponía bogavante ahora pone buey», dice. Los precios son reflejo de la época: el buey de mar ronda los 20 euros el kilo, la centolla gallega los 22, el camarón los 95 y el bogavante los 60. «El bogavante es de lo que más subió el año pasado tras la Navidad también», añade mientras repasa un nuevo albarán. Más allá de los crustáceos, la oferta de los viveros es un escaparate del mar gallego: nécoras, langostas, cigalas, almejas, ostras y berberechos, entre otros. Gran parte de la clientela es fija porque la han fidelizado con la calidad y el trato. Conoce bien los gustos de todos.
En un sector tan dependiente del entorno natural, María Elena Vicente sabe que su lucha no solo es contra el paso del tiempo, sino también contra los desafíos climáticos y económicos. Asegura que siempre se ha sentido a gusto, «aunque hasta en la subasta era últimamente la única mujer, pero jamás noté un trato diferente».
Mientras ajusta las cajas que pronto saldrán hacia sus destinos, las palabras de María Elena resuenan con fuerza. En A Guarda, donde el sonido de las olas cuenta historias de generaciones pasadas, ella sigue escribiendo la suya. Una historia de esfuerzo, tradición y amor por el mar y su tierra.