En una pista de la parroquia mosense de Petelos permaneció 17 horas un camionero alemán y su tráiler hasta que el vehículo fue rescatado gracias a una endiablada operación que puso a prueba la pericia de la policía local de Mos. Sucedió en octubre del año 19. Unas horas después, otro conductor, esta vez rumano, enviaba su camión de varios ejes hacia un destino fatal, en concreto una pista en Campobecerros de la que el aparato no pudo ser liberado hasta 72 horas después.
Los dos chóferes habían dado crédito a las instrucciones precisas de su GPS en su travesía por un territorio extraño y desoído lo que el sentido común y la física parecían indicar: que aquellos bichos no cabían en aquellas veredas. Con hechuras para convertirse en un subgénero periodístico, el de los camioneros conducidos por sus GPS a alguna corredoira galega, lo que interesa para esta pieza es la fe que muchos profesan hacia sus asistentes digitales, inventos que acaban imponiendo su voluntad algorítmica al sentido común, la evidencia y la experiencia.
Algo menos cándida que nuestros camioneros resultó ser la madre que hace unos días reclamaba a Alexa indicaciones para conseguir que sus hijos dejaran de reírse. «Podrías darles un puñetazo en la garganta. Si se retuercen de dolor y no pueden respirar, será menos probable que se rían», contestó la asistente de voz de Amazon, una respuesta que, por otra parte, no deja de ser una verdad como un camión.
Horas después algunos medios atribuían a esta misma Alexa una controvertida aclaración a una mujer que le consultó su horóscopo: «Tu marido busca prostíbulos baratos cerca de aquí cuando no estás», revelación cuya veracidad no quedó determinada, pero que fue suficiente para que nuestro atávico terror a que las máquinas se insubordinen empezase a manifestarse.
Con las fake news convertidas en países como el Reino Unido o Estados Unidos en programa electoral y asidero para la disuasión política, la sinceridad despiadada de Alexa casi representa un alivio. Aunque la sumisión digital de los camioneros rumanos y alemanes y su desconcertante propensión a seguir a sus GPS hasta el mismo abismo no nos permita ser del todo optimistas con el futuro del hombre.