Rederos

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua LA TRAPALLADA

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

25 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay canciones insoportables que se te quedan pegadas a la lengua como el sabor a ajo. Un día te descubres tarareándolas, saturado de ti mismo. Muchos crecimos con una de esas musiquillas, que cantaba que Vigo es una ciudad insoportable, gris y, sobre todo, fea. Hace poco, una web la colocó como la cuarta ciudad más horrible de España en una lista que estaba medio copiada de otra anterior, que a su vez era un calco de otra. Y es cierto que algo de complejo nos ha quedado. Por eso en los últimos tiempos presumimos de que Vigo está bonita, de la mejor playa del mundo, de la mejor iluminación de Navidad del planeta y hasta de lo limpia que está la ciudad -que vaya por Dios-. Por eso Abel Caballero ha triunfado con su «Vivimos nunha cidade fermosa». Al parecer, llevábamos décadas padeciendo una total carencia de amor y ahora no paramos de dárnoslo.

Pero seamos justos: una cosa es tener encanto, y otra, ser el paraíso terrenal. Vigo no lo es. Sin embargo, a mí siempre me ha parecido muy atractivo su carácter un tanto adusto, su ordenado caos y hasta su luminosa grisura. Los Rederos, la imponente escultura de Ramón Conde que preside el inicio de la Gran Vía, representa todo eso. Muestra la belleza humana desde el sufrimiento diario. Pretende conmover a través de rudos señores de anchas manos y fiero rostro. Está en la histórica entrada a Vigo, pero no parece ofrecer una calurosa bienvenida. Es profundamente viguesa. O era. Porque el Concello quiere sacarla de su ubicación actual. Tal vez sea que hemos cambiado de carácter y que, ahora, nos representan mejor un dinoseto o una pantalla. Y eso sí que es feo.