Ricardo Darín: «Soy un mentiroso que siempre dice la verdad»

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Gabriel Machado

El argentino representará en marzo en Santiago «Escenas de la vida conyugal», una obra que pone sobre la mesa los secretos de un matrimonio. «Yo no soy un buen marido, tendría que ser más obediente», confiesa Darín, que lleva 30 años con su mujer, Florencia

29 feb 2020 . Actualizado a las 11:20 h.

Hablar con Ricardo Darín (Buenos Aires, 16 de enero de 1957) es una ventana a esos ojos que se te clavan con la certeza del humor. Es pillo, ingenioso y tan encantador que una no puede más que agigantar la leyenda de este actor que tiene la picardía de Nueve Reinas, la resistencia de Kamchatka, la ternura de El hijo de la novia y la pasión de El secreto de sus ojos. Claro que Darín por más que cumpla años conserva esa coquetería de galán de sus primeras telenovelas y se ríe de sí mismo con tanta gracia que cada dos frases su vida es un chiste. Es abierto, entregado a su mujer, Florencia, y a una familia que lo ancla por más kilómetros que su trabajo le ponga por tierra. De Buenos Aires a Galicia la distancia es tan estrecha que la charla con Darín más que un tango desgarrado es un chachachá con mucho ritmo.

-Nos conocimos en Madrid en una entrevista. ¿Crees en el amor a primera vista o tengo que pasar dos veces? [Risas]

-Ja, ja, ja. Bueno…

-Ya ves que entro fuerte, así que vamos al lío. Vienes a Galicia con «Escenas de la vida conyugal», un texto de Ingmar Bergman, dirigido por Norma Leandro. ¿Cuál de los dos impone más?

-Es una combinación de ambas cosas. Norma no solo es la directora del espectáculo sino que también trabajó en una versión de la obra, y ahora quería una obra más agiornada, próxima a nuestros días, pero sin perder cierto aura de neutralidad, no hacerlo demasiado localista en ningún lado. Ella ha trabajado muy fino. El texto parece de nuestros días y fue escrito hace más de 60 años.

-Hubo una serie, luego una película y después la obra de teatro, ¿no?

-Sí, primero fue la serie, se estrenó en Estocolmo en el 73, luego la película y en base a la película, la última mujer de Bergman le dijo que le diera una vuelta y finalmente sintetizó estas siete escenas en el transcurso de la vida de estos dos personajes.

-¿Es más satírico, más cínico?

-No, la apuesta de Norma y nuestra interpretación latina, por decirlo de una manera amable, le fue imprimiendo un poco más de humor a una situación que es dramática. Los personajes se dicen cosas tremendas pero en una atmósfera aparentemente cordial.

-Bueno, como un matrimonio…

-Ja, ja. Exactamente, como nos ocurre a cualquiera de nosotros.

-Si cierras los ojos, ¿qué flash te viene de la obra?, ¿cuál es la clave?

-La clave es siempre cómo enfrentas la primera escena. Cuando uno llega al teatro y se prepara es una cosa. Ahora, cuando estás a punto de abrir el telón hay un cosquilleo estomacal que produce una incertidumbre porque te enfrentas a una nueva audiencia y siempre es un encuentro inédito. Y esa conexión se produce o no se produce en la primera escena, de ahí arranca. De ahí salimos o bien armados o desarmados.

-Vosotros salís muy bien armados. ¡Porque mira que has tenido éxito! ¿Dirías que es más difícil superar un éxito que un fracaso?

-Yo lo veo como el trabajo del día a día. Toda vez que encaramos una nueva temporada, como en este caso, siempre tenemos ansiedad. No hay nada que esté resuelto sobre el escenario. Afortunadamente tengo a una compañera, Andrea Pietra, que no solo es una actriz fantástica sino que además es una mujer con mucha energía. Regala energía. Y eso es contagioso. Muchas veces llegas sin tanto ánimo al teatro y al lado de ella es imposible, es una especie de tsunami que te arrastra, así que ahora me estoy preparando bien físicamente para estar a la altura, ja, ja.

-Juan, tu personaje, pone los secretos sobre la mesa.

-Sí, quizás es la única virtud que tiene [se ríe]. En realidad lo que hace es decir las cosas como son, sin eufemismos, sin edulcorantes, y plantea una hecatombe porque enfrenta a su mujer y le dice algo que nadie espera, y mucho menos ella. Genera una situación para la que hay que estar muy bien parado para enfrentarla.

-¿Tú eres de correr riesgos, serías capaz?

-Yo sí. Yo creo que la verdad es siempre el camino más corto, aunque sea el menos frecuentado. Hay que tener coraje, porque a la larga siempre se sabe la verdad. Podemos dar rodeos, pero al final la verdad va a ser una.

-¿Tú dirías que eres un buen marido?

-Nooooo, jamás diría eso. Un buen marido es alguien obediente, sumiso, dispuesto a aceptar todas las directivas de la patronal, como digo yo, y esteee, yo en mi caso soy bastante discutidor, pero tenemos una buena coartada Florencia, mi mujer, y yo, que es el humor. Tenemos un vínculo muy fuerte, muy sólido, muy amoroso, pero plagado de humor. A veces nos decimos barbaridades, pero… [risas].

-Llevas más de 30 años con Florencia, ¿eres detallista en plan vamos a cenar el día de los enamorados?

-Sí, siempre estoy dispuesto a buscar esas atmósferas, pero no soy muy de las fechas. Tienes que estar todos los días, el día del amor tiene que ser todos los días…

-Bueno, esa es una frase tópica, ahora voy a discutirte yo: luego al final los hombres así no hacéis nada…

-No, no, no [se ríe]. Entiendo el punto, pero de verdad que no hay que bajar la guardia, no hay que distraerse, ya sabemos que la jungla está llena de caimanes alrededor. Yo tengo una mujer maravillosa, que la piropean mis amigos todo el tiempo, entonces tengo que estar muy atento.

-¿Qué hay de cierto en el relato de cómo os conocisteis? ¿Fue ella la que provocó el encuentro? ¿Tú la viste a través del cristal?

-Un mix, un día hicimos contacto visual casi sin darnos cuenta, nos buscamos y ahí quedó ese germen flotando en el aire. Y al día siguiente, yo estaba ensayando en la calle Corrientes y salí a tomar un café con un compañero y -¡oh, casualidad!- ella estaba allí, la volví a ver pasar, entonces hicimos contacto verbal.

-Y le dijiste: «¿Bailamos?».

-Ja, ja… Sí, porque yo siempre he sido un gran bailarín y necesitaba utilizar mi herramienta más potente.

-¿Entonces crees en el flechazo?

-Sí, sí. Sin duda, sin duda. Esas cosas se dan o no se dan, uno puede hacer todo el esfuerzo del mundo que cuando uno no quiere, dos no pueden.

Gabriel Machado

-Ahora tu hijo es actor, estáis los dos mano a mano trabajando, me da la sensación de que te exige él más a ti que tú a él. ¿Te tiene muy en cintura?

-Muy cortito, muy cortito. No me pierde pisada, lo que pasa es que además de mi hijo es un gran amigo que también cultiva el don de decir la verdad, aunque después sea cruda, y eso me gusta en él. Es sincero, no anda con vueltas, es incapaz de mentirte, te dice la verdad de forma amable y eso es lo que me gusta. Yo quiero que mis amigos me digan la verdad. Porque si estoy equivocado, prefiero escucharlo de boca de un amigo.

-¿Tú a él también le dices la verdad?

-Bueno, yo ahí soy más político que él, trato de no herir sensibilidades y además conociendo la energía que carga un tío de 30 años sobre el lomo, trato de no buscarle las pulgas. Los dos somos de temperamento fuerte y yo, como soy el padre, tengo la obligación de cuidar del bienestar de mis hijos [se ríe].

-¿En el cuerpo a cuerpo quién gana de los dos?

-Siempre va a ganar él.

-Pero por la boca ganas tú, ¿no?

-No, no, él también es un discutidor profesional.

-Tú le aconsejas, le dices: «Chino, por aquí no»…

-Nos tenemos como órgano permanente de consulta. Además somos socios en una productora de cine y esto ha abierto un nuevo territorio entre él y yo. Hasta aquí éramos hijo y padre, además de amigos y compinches, pero ahora somos socios. Entonces estamos obligados a tener reuniones de trabajo, donde tenemos que ser conscientes y responsables, muy enfocados. Pero, bueno, lo hacemos bastante bien. Él es muy trabajador y yo también, eso aliviana mucho las cosas. Y tenemos otro socio que es el que media y trata de ayudar para que las cosas salgan bien [se ríe].

-Intuitivamente, me da la sensación de que tu hija es más de ti y tu hijo de su madre. ¿Me equivoco?

-Puede ser, puede ser, tranquilamente. Físicamente es como lo describiste recién. Las hijas mujeres con los padres siempre tienen un poco más de misericordia, los varones con sus madres... La verdad es que tenemos una familia maravillosa; he formado con esta gloriosa mujer que es Florencia un ámbito muy amable, muy alegre, y esto hace que estemos muy unidos. Siempre buscamos la manera de estar juntos, de compartir, a pesar de la distancia por el trabajo.

-A ver si cuando vengas a Galicia te traes a tus hijos también. ¿Habéis estado en alguna ocasión?

-Sí, sí. Con Florencia he estado, hemos sido invitados por el gran gallego de España, que es Luis Tosar. Estuvimos conociendo a sus padres, que son maravillosos, son una ternura, a su hermana, sus amigos de la infancia, conocimos su casita que está pegada a un río pequeño, muy amable. Fue una jornada maravillosa, conocí a sus amigos de la infancia.

-La próxima vez te vienes conmigo a Coruña y con mi familia, no te lo digo de broma.

-No, no, estoy seguro. Alguien de mi familia me acompañará, no sé cuál todavía [risas].

-¡No le voy a abrir yo la casa a Ricardo Darín, o a Richard!

-Ja, ja. Sí, algunos de mis amigos me dicen Richard, me gusta.

-He leído que tú eras mucho más natural, más inconsciente y con más humor que tu hijo a su edad.

-Era más inconsciente, no sé si con más humor, pero era más inconsciente y eso sí te puede dar la sensación de que estás enfrente de un energúmeno. Porque no medía las consecuencias. Hoy los chicos tienen mucha más información y más datos que procesar, que yo a veces me quedo pasmado de lo que hacen. Me parece maravilloso. Toda esperanza está basada en ellos, el futuro será mejor porque tal como vamos, muy contento no me tienen.

-Eso que tú no te callas nunca lo que piensas.

-Pero a veces eso te trae problemas.

-¿Te meterías en política?

-No, no es que no me interese, porque todos estamos implicados, pero los trámites y todos los intereses de la política no tienen que ver con mi forma de ser.

-Yo en una ocasión escribí que al menos una vez había que cruzarse con los ojos de Ricardo Darín. El secreto de tus ojos es que no mienten.

-No soy yo quien pueda decirlo, alguna vez leí una frase que me gustó y adopté: «Yo soy un gran mentiroso que siempre dice la verdad». Yo no sé si es aplicable a esto que estamos hablando, pero aprovecho y la utilizo. A todos se nos nota en la mirada o en la cara, no lo que estamos pensando, pero sí lo que estamos sintiendo. Y algunos tienen algo de más pudor que otros en darlo a conocer, no es mi caso. Si uno no tiene algo pesado en la mochila, no tiene que andar escondiendo nada. Y puede ser que los ojos sean eso, la ventana del alma.

-En una conversación con Javier Cámara le di tres nombres para irse de fiesta: Santiago Segura, José Coronado y tú. ¿Con cuál te irías?, le dije. Y me respondió: «Sin duda, con Ricardito».

-Ja, ja. Pero Javier es un hermano, no solo mío sino también de Florencia. Somos familia, es un ser tan maravilloso, tan maravilloso. Aparte de que es un actor descomunal. Pero personalmente es un ser humano maravilloso. No solo nos queremos y nos conocemos mucho, sino que nos divertimos muchísimo. Es imposible no reírse con Javier, es una bocina permanente de humor, de buena energía. En este momento está filmando con una íntima amiga nuestra y todos los días recibimos el parte diario de cómo lo están pasando.

-Ya en el Whatsapp te mantiene al tanto.

-Sí, sí. Todos los días nos mandamos mensajes, comentamos cosas. Javier es una bocina, no para jamás.

-Tú tampoco paras, eh. Que haces cine, teatro

-Tengo miedo de quedarme quieto y quedarme dormido, ja, ja. Tengo que estar permanentemente en movimiento, si me detengo, me duermo.

-Me dijiste en una ocasión: «Yo vengo acá a dejarme el cuerpo», te referías a que dabas todo por los españoles porque te querían, te abrazaban, te paraban por la calle.

-Sí, porque hacer teatro es eso, poner el cuerpo, pararse encima del escenario, que es lo que más me moviliza de todo, y recibir ese abrazo.

-A ver, que no me quiero olvidar de lo anterior, ¿entonces no eres muy parrandero?

-Ya no, ya no. Eso era hasta el año pasado [se ríe], ahora ya en el 2020 no, pero de verdad. Lo noto también en los chicos, que se quedan en casa, todos estamos muy cansados.

-¿Y qué haces?

-Me quedo con Florencia, enseguida nos armamos un programa o salimos, pero mucho más tranquilo. Eso de quedarse hasta las cinco, seis de la mañana no me funciona muy bien. Lo pago muy caro al otro día.

-Lo has vivido mucho.

-Sí, hay bares por los que paso y los mozos no me dejan entrar: «Otra vez aquí no». [Risas]

-Tienes 63, ¿cómo lo tomas?

-Bien, estoy sumergido en un entrenamiento diario con Florencia, vamos a caminar, a nadar, en fin, juego al tenis para mantenerme en buena forma.

-¿Quieres ser abuelo?

-Es un tema que no me corresponde a mí: no sabe, no contesta.

-Decías después de hacer «Relatos Salvajes» que lo que más teme uno es su propia violencia.

-Claro. Porque la de afuera es incontrolable, el problema es el trabajo que tiene que hacer uno consigo mismo. Controlar esa especie de bestia, que en algunos casos habita profundamente, y en otros más a flor de piel. Y eso es lo que más temo. De las pocas veces que perdí los jabales, no me gustó lo que vi. Hago un trabajo permanente de no convertirme en mi parte bestial. Todos deberíamos hacer eso. Cuando se pierden las formas, cuando la educación recibida no alcanza para manejarte de buenas. Estamos a expensas de la ira de los demás y en las grandes ciudades se vive eso con mucha claridad. Hay que domesticarse.

-Yo las he visto todas: «Nueve Reinas», «Kamchatka, El hijo de la novia», «El secreto de sus ojos», «Relatos»… ¿Cuál es la tuya?

-No lo sé, a lo mejor un poco de todas ellas. Como trato de subirme a historias que de alguna manera me movilicen, yo creo que hay algo de uno en cada una de ellas. No puedo decirte una, pero tampoco puedo renegar de ninguna. Yo creo que las acciones de cada uno lo definen más que su discurso. Mis acciones son mi trabajo.

-Uno no puede cambiar de pasión, ¿cuál es la tuya?

-Mi pasión es el trabajo y el amor por los míos, mi mujer, mis hijos, mis hermanas, mis sobrinos, mis amigos. Esa es mi pasión en la vida. Luego, sí soy un fan de…

-…De Messi.

-De Messi ni hablar, claro, de la selección argentina, de todas las selecciones [se ríe]. Soy seguidor de ese tipo de cosas, pero no soy fanático. Lo que más energía me consume es mi trabajo y mi familia.

-Y el humor que lo tienes siempre presente...

-Eso tiene que ver con la composición cromosómica, mis padres eran así, crecí en un ambiente de esas características. Y luego está lo que aporta cada uno. Mi mirada tiende a ser esa, demasiado drama hay por todos lados.

-¿Qué queda de aquel galán de los comienzos?

-He cambiado en muchos aspectos, cosas que pensaba que eran inamovibles a los 20 las he modificado. El mundo está en constante cambio, estamos permanentemente cambiando. El que no sienta eso pierde el tren. La verdad es que muchas cosas que las había jurado de por vida, he visto que no, tengo otros enfoques. Hay principios, pero como decía Groucho Marx, puedo tener otros. Creo que hay que amoldarse porque uno acaba aceptando cosas que no hubiera aceptado jamás. Tiene que ver con evolucionar, con entender a los demás, con la empatía.

-Tú has dicho: «Les caigo bien a los españoles porque no saben nada de mí».

-Claro, no saben nada de mi pasado [se ríe], por eso creen que soy un buen actor. En realidad soy un impostor, ja, ja.