Era informático y le iba muy bien, pero la crisis del 2008 golpeó a su empresa y quedó desempleado. Él supo aprender de las dificultades y encontró su vocación. Ahora vive feliz.
12 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Yago tenía lo que él pensaba que era el trabajo de su vida, pero la crisis del 2008 y la llegada de los gigantes digitales del turismo hicieron que la empresa para la que trabajaba cerrara en el 2010. Yago García-Garabal (A Coruña, 1971) había trabajado hasta entonces como informático, pero de pronto se vio sin empleo durante varios años.
«Yo acabé el bachillerato y, claro, había que decidir una carrera… No me gustaba la administración y en mi casa me habían regalado un Spectrum, así que me inscribí en Informática. Me fue muy bien. De hecho, empecé a trabajar antes de terminar la carrera porque presenté un proyecto de un programa de gestión a una empresa de surf. Estuve ahí hasta el año 98, y tras algunas diferencias con la compañía, decidí marcharme», explica Yago sobre su trayectoria profesional, aunque en ese momento ni siquiera sospechara que su futuro iba a cambiar por completo.
A pesar de renunciar a esta empresa, Yago siguió ejerciendo como informático, primero en un almacén de muebles, luego en uno de náutica y más tarde en una agencia de viajes, en la que pensaba que trabajaría hasta su jubilación.
«Estaba convencido de que el último trabajo que tuve de informático iba a ser el de toda mi vida, hasta que de pronto vino la crisis», cuenta.
Ahora Yago está sentado en la cocina de su casa. Afuera, en el patio, está el huerto en el que empezó a trabajar en el 2009. Un huerto que le dio la vida. En ese momento era un terreno que pertenecía a la casa de sus suegros, y en él empezó a plantar un poco «de coña».
«Yo llevaba cerca de diez años con Pati [su mujer] y un día de primavera vinimos a comer con mis suegros. A mí me gustaba la idea de tener un huertecito y ese día, de broma, mi cuñada me picó para que cogiese las herramientas de la abuela. Yo, sin haber leído nunca un libro de horticultura, tomé el sacho, preparé el terreno, y esa temporada planté unas cositas. Cuando llegó el verano, empezamos a cultivar y a comer coliflores, lechugas, judías, tomates... Y yo pensaba: ‘¡Jo!, esto es increíble’», recuerda Yago con claridad y alegría, al pensar en ese espacio que ahora domina.
Además de la entrada al huerto, la puerta al patio también lleva a unas escaleras hacia una casa independiente donde viven sus suegros, pero Yago no tuvo que pensarlo dos veces cuando decidió mudarse de un piso alquilado en A Coruña a su actual hogar cerca de la playa de Sabón.
«Me fui a la playa a replantearme el futuro. Puse a un lado los pros y a otro los contras de ese cambio de vida, porque era pasar de la ciudad al campo. Pero me lancé. Ahora soy consciente de que mis suegros se van a hacer mayores, pero la verdad es que estoy cumpliendo mi sueño: tengo una casa propia sin tener que pagar una hipoteca», relata.
Patricia y Yago tomaron la decisión de reformar lo que toda la vida había sido el bar de la abuela de su mujer para transformarlo en su casa: la de ambos y la de los hijos por venir. Sin embargo, justo en el momento de haber solicitado el préstamo, la empresa donde trabajaba Yago se vino abajo y lo despidieron.
«Yo estaba trabajando más del 50% del tiempo en casa, pagas extras, vacaciones remuneradas. Ya estábamos con el diseño de la casa, pendientes de que el banco nos diera el préstamo para empezar a construir, y justo mi jefe me dijo que me tenía que ir. Yo le pedí que me esperara al menos diez días, porque si me echaban a la calle, el banco no me daba la pasta, y así lo hizo mi jefe», relata el comienzo de los cambios.
Yago obtuvo el préstamo, tomó el dinero, y al día siguiente se quedó sin empleo. «Yo estaba en el paro y ya tenía la casa llena de obreros, así que les ayudé, me hacía mucha ilusión ver cómo se iba construyendo mi casa. De hecho, hay una pared que la levanté yo solo», rememora Yago orgulloso, sentado en medio de la cocina, en una casa cuya deuda saldó antes del tiempo establecido.
En ese momento empezó su aventura. Hizo un curso de camarero (porque no hubo plazas para cocina), trabajó en bares, y siguió sembrando en el huerto, aunque fuera por hobby. Si bien en el 2012 ya no daba tantos frutos como las primeras veces.
«Cuando iba a rendirme, mi madre me regaló un libro», señala y pone sobre la mesa El huerto familiar ecológico de Mariano Bueno, la biblia en la que se sigue basando, a pesar de haber hecho cursos.
Yago siguió alternando entre las actividades de la casa, ser camarero y su blog de agricultura en el que compartía el día a día de sus plantas. «No sé si valió para algo, pero al menos me fueron conociendo mis futuros clientes», relata.
En el 2016, por fin, su hobby se convirtió en su realidad laboral. «Dejé el trabajo de camarero porque había nacido mi hija y era muy compleja la conciliación. Ese año el ayuntamiento de Arteixo lanzó un curso de 300 horas de agricultura ecológica y al terminarlo, el director me dijo que si quería ser el monitor del huerto urbano de la Torre de Hércules. En esos huertos trabajé con gente vulnerable: víctimas de maltrato, migrantes...; y también con personas con necesidades especiales», relata Yago.
Logró hacerse autónomo al poco tiempo. También, ha sido el coordinador del huerto de Agarimo, y en 2018 comenzó a dar clases de agricultura en dos escuela de Arteixo, donde trabaja en la actualidad.
Él, que era un hombre de ciudad, no puede estar más feliz de trabajar ahora con la tierra. «Yo no sabía lo que era vivir en una casa, ni mucho menos plantar una lechuga. Pero estando con la gente, veías el cambio de actitud, la tierra te relaja, lo notas», cuenta con satisfacción.
Ahora, viendo las cosas en perspectiva, valora positivamente lo que le pasó. «Esto no es un trabajo, es mi pasión. Agradezco muchísimo haberme quedado en el paro y poder vivir de esto, soy un tío feliz», concluye.