La gallega que vive a 40 grados bajo cero: «En Finlandia los bebés de un mes duermen la siesta en la nieve para que espabilen»
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Claudia Paz creció al lado del mar, en Miño, y con solo 17 años se fue a vivir a los países nórdicos. Ocho años después continúa en Finlandia, donde ha formado una familia y trabaja como guía
28 mar 2023 . Actualizado a las 22:11 h.Se define a sí misma como «unha galega de Bemantes con descendencia finlandesa» y ese puede ser un gran resumen de su historia. Claudia Paz (Miño, 1997) se fue a Finlandia en el 2015 con una beca para realizar las prácticas curriculares de la FP de Actividades Físico-Deportivas en el Medio Natural que estaba estudiando. Se marchó, «por probar», durante tres meses, que se han convertido en casi una década.
Eligió Finlandia con tan solo 17 años y después de pasar su infancia y adolescencia al lado del mar: «Lo único que sabía de este país era que hacía frío y que aquí vivían Papá Noel y el piloto de fórmula 1 Kimi Räikkönen», reconoce. Y esa ignorancia fue, precisamente, una de sus motivaciones: «Buscaba la experiencia más radical y Finlandia era el país culturalmente más distinto y más lejano a España».
Al hablarle de Galicia, a Claudia se le vienen a la cabeza todas las cosas que extraña, y la palabra «morriña» se le escapa en más de una ocasión, pero hay un término que se repite una y otra vez al referirse a Finlandia: casa. «La primera vez que vine aquí fue como llegar a casa. Siempre tuve la sensación de estar en mi hogar, desde el primer segundo sentí que era mi hábitat natural», recuerda. El primer invierno ya se encargó de dejarle claro lo que le esperaba: «Llegamos a estar a -41,5º». Ese es el récord que ella ha vivido, pero el día a día también es gélido: «La semana pasada, por ejemplo, estuvimos a -27º, es lo normal en esta época del año. La temperatura ideal para venir aquí y hacer las actividades es -15º, así no se pasa ni frío ni calor».
Guías turísiticos
Se fue con la idea de volver y seguir estudiando. ¿Por qué se quedó? «Una cosa llevó a la otra». Inicialmente permaneció en Finlandia por trabajo, así llegó el amor y de ahí vino la que para ella fue la mejor de las sorpresas: el pequeño Oliver, su hijo.
Claudia y su pareja, el finlandés Mikko Mäkelä, se conocieron en el mismo empleo que conservan hoy en día: ambos trabajan como guías turísticos en el país nórdico: «Llevamos a clientes de todo el mundo en moto y raquetas de nieve, les enseñamos cómo se pesca en lago congelado, paseamos en trineo de perros husky, vemos renos,...», explica. Su historia de amor surgió entre auroras boreales, una de sus cosas favoritas de su nuevo hogar: «Ver una aurora boreal es algo que no se puede explicar. Es indescriptible, impresionante, hay que vivirlo. La primera vez creía que me estaba abduciendo». Ahora se dedica a acompañar a otras personas a vivir esa experiencia, algo que, asegura, la emociona cada día: «Me encanta disfrutar de la ilusión de la gente la primera vez que la ve. Me transporta a cómo la viví yo hace ocho años».
«La temperatura ideal para venir aquí y hacer las actividades es -15º, así no se pasa ni frío ni calor»
Con 21 años fue madre: «No estaba para nada planeado, pero pasó así y aquí está mi príncipe», reconoce. Su «príncipe» tiene ahora 4 años, va a la guardería y a su madre le cambia la voz al hablar de él. «Soy consciente de que su infancia está siendo radicalmente distinta a la mía, pero yo creo que es un niño muy feliz», reflexiona.
La llegada al mundo del pequeño Oliver supuso para sus padres una odisea: «Vivimos en una zona bastante remota y las ciudades más grandes están a tres horas en coche. Para dar a luz tuve que recorrer esa distancia con las contracciones hasta el hospital más cercano». Finalmente todo salió bien, pero Claudia sabe que no todas tienen su suerte: «Conozco muchas madres que tuvieron que dar a luz de camino». Solo 30 días después de nacer, el pequeño ya tuvo que enfrentarse a un nuevo reto y experimentar la peculiar técnica finlandesa para acostumbrar a los niños al frío: «Aquí a los bebés, cuando cumplen un mes de vida los ponemos a dormir la siesta fuera, en la nieve, para que espabilen y sepan de qué va a ir su vida».
Vuelven a Galicia cada verano, a «recargar vitamina D». Para Claudia, la diferencia más notable sigue siendo la que percibió la primera vez: «Una de las cosas que más llama la atención de Finlandia es el silencio. Aunque los gallegos no somos los más gritones, se nota cuando hay uno por aquí. Después de los tres primeros meses, cuando volví a Madrid, lo primero que noté fue el ruido». Para su pareja y su hijo, en cambio, es otra: «A Mikko y a Oliver lo que más les choca y les gusta, curiosamente, es el calor de Galicia». «Adoran ir a la playa, porque aquí no hay tanta y desde luego no tan buena como la de Miño. La comida también les encanta y cuando vamos a A Coruña el niño alucina con tanta gente», añade Claudia, que lo que más disfruta es poder volver a sus raíces y pasar tiempo con su familia, que la añora cada segundo. «Todas las tardes hablo con mis padres e intentamos que la distancia no suponga un gran problema. A veces me pongo a cocinar y los llamo. Ni siquiera hablamos, simplemente sabemos que estamos ahí», indica.
¿Cómo se tomaron que su hija se fuese a vivir a 4.000 kilómetros de distancia? «Mi madre siempre ha sido muy aventurera, así que lo recibió bien. Mi padre, en cambio, es lo más gallego que te puedas imaginar y le encanta estar en su casa, así que cuando se lo conté me dijo: ‘Neniña, pero que se che perdeu alí?'». Claro que esa sensación no tardó en cambiar para dejar paso a otra: «Enseguida vieron que era muy feliz aquí y creo que están muy orgullosos de que su hija esté sacando adelante una vida en otro país con otra cultura».
Al preguntarle sobre su futuro, ofrece la respuesta gallega por excelencia: «depende». «Vivir aquí, en el medio de la nada, es precioso, pero al cabo del tiempo se hace duro. Es posible que dentro de unos años me mude, pero a otro sitio de Finlandia, más al sur. Aunque nunca se sabe», concluye.