Xurxo Carreño, el influencer gallego con más seguidores: «Estuve del 2013 al 2019 sin ver un duro, lo hacía porque me gustaba»

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Santi M. Amil

Triunfa en las redes con sus vídeos de humor, pero aún le cuesta identificarse como un cómico al uso. Lo que está claro es que hace reír cada día a muchísima gente. «Tengo casi 16 millones entre las tres plataformas. Mucha gente me dice que si no fuera gallego, no hubiera llegado tan lejos», dice

15 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Con la resaca del festival EMHU, el Encuentro Mundial de Humorismo, que se acaba de celebrar en A Coruña, Xurxo Carreño (Ourense, 1991) regresa a su casa de Portonovo con el alma repleta de risas y de consejos. Reconoce estar aún en una nube. Le parece imposible haber compartido mesa y conversación con los grandes cómicos de este país.

—¿Es A Coruña la capital del humor?

—Sí, es un festival que se lleva haciendo cuatro años y es una pasada, porque vienen los cómicos más potentes de España. Estuvimos con Leo Harlem, Goyo Jiménez, Silvia Abril... Es una experiencia muy guay, porque me gusta mucho verlos y aprender de ellos.

—Y tú, entre ellos también...

—Yo flipo. Estuve comiendo con Leo Harlem todos los días. Es una persona a la que tienes idolatrada, porque me encanta su humor, y luego ves que estás comiendo con él y que es una persona totalmente transparente y normal. Y que te está diciendo: «¡Oye, Xurxo!». Yo estaba en una nube. Como diciendo: «¿Qué está pasando aquí?». Es una pasada.

—¿En qué momento decidiste subir un vídeo coñero a las redes?

—Pues empecé en el 2013. Llevo once años ya. Comencé a ver vídeos de gente que se dedicaba a las redes sociales, en YouTube principalmente, que era antes donde se subía todo el contenido. Y pensé que también me gustaría hacerlo. Pero, claro, como yo en esa época estaba estudiando y no ganaba dinero, no me podía comprar un ordenador para hacer esas cosas. Fui ahorrando hasta que me pude comprar un micrófono semiprofesional, que me costó 200 euros. Y un día estaba viendo cosas por internet, y vi a un tío americano que se dedicaba a doblar vídeos graciosos con voces. Me gustó muchísimo la idea. Y decidí probar a hacerlo.

—¿Y cómo fue?

—Empecé con vídeos de First Dates, el programa de Carlos Sobera, también con algún informativo. Le ponía voces con comentarios graciosos y empecé a subir los vídeos de una manera desinteresada, porque me hacía gracia. Entonces, me seguía muy poquita gente, mis 30 o 40 amigos. Y algunos me decían que por qué subía esa mierda, pero otros me animaban porque los veían supergraciosos y que siguiera haciéndolo. Les hice más caso a los que me animaban que a los que no y seguí subiendo cosas. Hasta que un día, una cuenta grande de Instagram me cogió un vídeo, lo subió a su cuenta y me mencionó. Me siguieron como 9.000 personas de golpe. Fue una locura. Pasé de tener 40 seguidores a 9.000. Y ahí ya la gente empezó a pedirme que siguiera haciendo vídeos. Luego empecé a doblar a animales, y la bola se hizo más grande.

—¿Cuántos seguidores tienes?

—Entre Instagram, TikTok y YouTube tengo casi 16 millones. Es mucha gente. En un año llegué a tener 100.000 seguidores, y en los siguientes ocho meses, pasé a tener un millón. Me pilló estudiando Ingeniería Informática y lo compaginaba con los vídeos. Pero la carrera no me llenaba, no me veía trabajando en una oficina como programador. Con esto tenía un trabajo no remunerado en dinero, pero sí de corazón y mente. Y como me lo pasaba tan bien, lo seguía haciendo. Y todo fue a más. Estuve desde el 2013 al 2019 sin ver un duro. Lo hacía porque me gustaba. Y lo sigo haciendo a día de hoy porque me gusta. Pero ahora puedo vivir de esto, de las publicidades de las marcas.

—Como programador informático ganarías una pasta...

—Sí, pero de las redes sociales también se vive bien.

—Imagino que, a toro pasado, no te cambiarías, ¿no?

—Ni de coña. Se vive mucho mejor de las redes sociales.

—¿Es tan difícil hacer reír a la gente?

—Sí, siempre lo digo, y no solo yo, toda la gente que hace humor. Hacer reír a la gente es un oficio muy noble, que no está tan valorado, pero que es muy complicado, porque tienes que estar todos los días subiendo contenido o hacer un monólogo sobre un escenario que sea lo suficientemente gracioso para que la gente se lo pase bien. Porque a todo el mundo no le hacen gracia las mismas cosas. No es que tú digas: «Va una canica y vuelca», y que ya la gente se empiece a reír. Habrá personas a las que no le haga ninguna gracia. Y tienes que adaptar tu humor a que esa persona se ría. Es complicado.

—Pero tú has dado con la tecla...

—Por suerte, sí. La gente se ríe con lo que hago. No sé cuál es la clave ni nada, pero es verdad que yo nunca me adapté a las modas de lo que funciona en ese momento. Yo creo que lo que le gusta a la gente que me sigue es que soy una persona natural y que sigo la misma línea. Creo que esa es la clave, más que saber hacer humor o no.

—Hay una creencia muy extendida de que el humor gallego solo es para gallegos. En cambio, contigo se ríe mucha gente de fuera...

—Ayer, precisamente, lo hablaba con David Amor, que a la gente le choca que se haga humor a través de las redes sociales. Y él me dijo: «Entonces, ¿tú qué estás haciendo? Eso también es humor, porque haces reír a la gente, pero en plataformas digitales. Y es verdad que el humor gallego tiene cierta retranca o expresiones que solo pillamos nosotros. Pero yo he tenido la suerte de que les hace gracia. Hay mucha gente que me dice que si no fuera gallego, no habría llegado tan lejos. Es como que les gusta el acento, las cosas que digo... y me parece la leche.

—En tu caso en lugar de ser un hándicap es un beneficio.

—La gente se ríe un montón. Subo a veces vídeos en gallego y digo expresiones muy gallegas, y la gente se parte el culo. Sin embargo, igual en un monólogo no entra igual. Yo creo que también la gente se va adaptando, y eso de que el humor gallego es solo para gallegos ya es pasado. A la gente ahora le hace gracia igualmente.

—¿Y tus padres cómo se tomaron que dejaras la carrera por hacer vídeos?

—Fliparon. Fue bastante duro de asimilar para ellos. Porque era algo totalmente nuevo, y veían que hacía cosas raras. Me encerraba en la habitación y me ponía a gritar en los vídeos. Y me decían: «¿Tú qué estás haciendo?, ¿pero no estabas estudiando?». Mi padre siempre me decía que me centrara en la carrera, que me labrara un futuro con el que ganar dinero. Pero yo seguía estudiando y haciendo los vídeos porque era lo que realmente me llenaba. Hasta que un día iba por la calle con mis padres y un chaval empezó a gritarme con frases de los vídeos que yo hacía. Y mis padres se quedaron flipados. Ya les tuve que explicar lo que hacía. Con el paso del tiempo vieron la repercusión y que he trabajado con todo tipo de marcas grandes, que también hice teatro, y se dieron cuenta de que con esto me podía ganar la vida. Además, me ven feliz. Ahora son mis mayores fans. Mi madre me llama todos los días para darme ideas de vídeos y para ver qué trabajo tengo. Son los number one. Y cuando vinieron a verme al teatro se emocionaron.

—¿Cómo fue la experiencia en el teatro?

—Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Las redes sociales también me han ayudado a perder la vergüenza y el pánico escénico, a tener más facilidad de palabra y a no ponerme nervioso ante ese tipo de situaciones. Yo era una persona supertímida. En la universidad si me tenía que poner delante de 40 personas lo pasaba fatal. Y el teatro me ayudó mucho. Las primeras veces, si tenía que actuar el sábado, ya estaba toda la semana fatal del estómago, con ansiedad y nervios. Pero todo eso fue cambiando y empecé a sentir el placer de subirme a un escenario. Y luego, cuando acababa los shows, siempre decía: «Estoy como si hubiera corrido una maratón de 80 kilómetros». Una sensación de decir: «¡Qué pasada lo que acaba de pasar aquí, el aplauso de la gente...!». .

—¿Eres el gallego con más seguidores?

—No me gusta decirlo, porque eso no implica que sea el mejor, pero sí. Creo que solo está por encima Pedro Alonso. Pero viviendo en Galicia, soy yo [se ríe]. Y Mario Casas, que tampoco vive en Galicia.