Tony López, «El encantador de padres»: «Idealizamos lo que es ser padre y ser madre,  de ahí viene la culpa»

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«Obligar a un niño de 2 o 3 años a compartir es una barbaridad, como si te piden que saltes cuando no sabes ni siquiera andar», afirma este profesor que triunfa en Instagram, que advierte que papás y mamás somos a ratos brujos y a ratos encantadores. Con «Bluey», señala, todo se aprende sin superpoderes, mejor...

13 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día cuando era niño, uno parecido a esos a los que como profe ha ayudado a crecer, a Tony López su tío le dijo, viendo el programa El encantador de perros, de César Millán: «¿Te das cuenta, Tony, de que de media hora que dura el programa, 5 minutos César educa al perro y otros 25 al amo?». Aquella observación de su tío le impactó. ¿Quiere eso decir que para educar a un niño debes educar al padre o a la madre?, pregunto al adulto, experto en crianza respetuosa, que triunfa en redes como El encantador de padres, sin olvidar el guau que espabiló su vocación. «Sí, esto de educar es un poco El encantador de perros. Que se me entienda la analogía: los niños no son perros, pero cuando no hay un trabajo con las familias, no se corrigen los vicios», comenta Tony. «Trabajando con niños dentro del aula, cuando comenzaba el curso, me daba cuenta de que los padres y las madres venían y te preguntaban siempre lo mismo. Se iban repitiendo, año tras año, las mismas preguntas, tenían las mismas dudas. Lo que solía ocurrir era que tú trabajabas en una dirección y cuando llegaba el verano, todos desconectábamos, volvía a comenzar el curso en septiembre y en los niños se había dado un pequeño retraso», comenta Tony, que revela las cuatro preguntas que está bien hacerle a un niño al salir del cole o las frases de Disney para hacerles sentir imparables. Sus post valen un ¡guau!

—Los niños y los perros tienen algo en común. A veces tiene más un niño en común con un perro que con un adulto, por su capacidad de estar en el presente. ¿Para educar a un niño hay que educar, entonces, al padre o a la madre?

—Sí. De hecho, hay una frase de Napoleón Bonaparte que me encanta, que dice que la educación de un niño comienza 20 años antes de su nacimiento, con la educación de sus padres.

 «Nuestros hijos son lo que les decimos»

—¿Podemos cambiar ese patrón educativo? ¿Hay que decir «te quiero» más que «¡corre, apura, come!»?

—¡Son matemáticas! Si yo le digo todos los días que le quiero, el impacto en la autoestima del niño y en su comportamiento va a ser mejor que si le digo a menudo: «¡Qué desastre eres!, ¡Apura!». Es muy importante el lenguaje que usamos con los hijos. Yo siempre digo que nuestros hijos son lo que les decimos.

—¿Cuánto hay de mágico y cuánto de racional en cómo se van formando?

—En cuanto a lo racional, el cerebro de los niños funciona más o menos igual, los comportamientos son los mismos al pasar por las mismas etapas, tienen más o menos las mismas inquietudes, pero en lo mágico existe un lado emocional, y eso es propio, humano, individual, y de cada uno de su casa...

—¿Suspenso a los padres de entre 35 y 50 años?, ¿cómo nos ves?

—Bueno, hay aspectos positivos. Hemos avanzado porque hemos descubierto, por ejemplo, la crianza positiva. Hemos evolucionado respecto a nuestros padres o abuelos en la forma de educar con cercanía y respeto. ¡Antes funcionábamos como una fábrica o como un Ejército! Antes no podías ni contradecir a tu padre. Muchos de nuestra generación, que hoy son padres, no conocen a sus padres. Ha habido una lejanía emocional grande. Esto no significa que no te quieran. No se trata de criticar eso, pero hoy en día hay muchos estudios, muchas investigaciones, que revelan la importancia que tiene esa parte emocional. Nos hemos dado cuenta de que esa parte es tan importante como poner un límite, como decir: «Debes recoger tu habitación antes de irte con tus amigos», por ejemplo. En esto hemos avanzado respecto a nuestros padres.

 «Cuántas veces dices: ''Yo nunca le diré esto a mis hijos' y, al final, acabas repitiendo la misma frase que te decía tu madre o tu padre»

—¿Qué se nos resiste más?

—Como no tenemos las herramientas o no las conocemos, nos siguen saliendo las frases y comportamientos que se han utilizado mucho con nosotros. Cuántas veces dices: «Yo nunca le diré esto a mis hijos» y, al final, acabas repitiendo la misma frase que te decía tu madre o tu padre.

—Hoy, una novedad respecto a hace 30 o 40 años es la velocidad para todo, el multitarea, la agenda interminable. Y a veces los padres y las madres queremos ser heroicos y acabamos desplomados, haciéndolo peor.

—Por agotamiento. Está muy idealizado lo que es ser padre o ser madre. Las madres y los padres perfectos no existen, igual que no existen los niños y los hijos perfectos, no existe nada perfecto. Aquí sí que cometemos un error: ahora gracias a las redes, lanzamos tips, consejos, y a veces los padres piensan que tienes que cumplir todo lo que dices. ¡No! Yo intento humanizar siempre. Yo les digo: «Oye, que a mí también se me escapa un grito con mi hijo alguna vez». Yo he castigado a mi hijo una vez, también he perdido los papeles, porque somos humanos, pero una cosa es que un día se te escape un grito, y luego pidas perdón, y otra que uses el grito como recurso educativo. Hoy en día, la culpa está en todas las casas. Todas las madres sienten que no son lo suficiente, que no son tan buenas como la madre de al lado, pero la culpa no ayuda a mejorar.

 «Cuando digo 'fuera móviles' yo me refiero siempre a los padres, no a los niños. Antes 'la caja tonta' era la televisión. Ahora te llevas siempre contigo 'la caja fina', que pesa 100 gramos»

—¿Cómo lidiamos con esa culpa?

—No puedes ser mala madre o tener culpa cuando estás intentando hacerlo mejor. Esto para empezar. Si te informas leyendo libros o siguiendo a profesionales, es que quieres aprender. Todos vamos en modo sprint, como pollos sin cabeza. De ahí viene la culpa, porque al final tenemos la sensación de que no pasamos el tiempo suficiente con nuestros hijos. No hay nada que reemplace ese valor, el tiempo. Lo que tienes que intentar conseguir es que el tiempo que pase tu hijo contigo sea de calidad. Es decir, ¡fuera móviles!, fuera todo lo que te pueda distraer de prestar atención a tu hijo. Con «fuera móviles» no me refiero siempre a los padres, no a los niños. Al final, ¿qué aprende tu hijo? Lo que haces tú. Una pantalla droga a los niños y a los adultos. Antes la «caja tonta» era la televisión. Ahora te llevas siempre contigo «la caja fina», que pesa 100 gramos...

 «Del revés 1 y Del revés 2 son una masterclass para padres, sobre cómo funciona una cabeza y cómo el cerebro emocional se apodera del cerebro racional...»

—¿Para manejar la culpa hay que empezar por relajarse al educar?

—Por supuesto. Primero hay que hacer un trabajo de introspección y entender que no lo estás haciendo tan mal... Si tu hijo va creciendo y madurando, no lo estás haciendo mal. Y, luego, educación emocional hacia ti y hacia tus hijos. Intentar que no haya distracciones en ese tiempo compartido, comprender a tu hijo como es y lo que le pasa. Por ejemplo, cuando un niño tiene una rabieta es importante separar el miedo del enfado, validar el malestar. «Los niños no lloran», aún se oye. ¿Cómo que los niños no lloran? Los niños lloran y los adultos también. Hay momentos para estar triste, para sentir envidia, para sentir frustración, para sentir rabia... Yo pongo como ejemplo una película que me parece una masterclass. Del revés 1 y Del revés 2 son una masterclass para padres. A modo de cómo funciona una cabeza y cómo el cerebro emocional se apodera del cerebro racional.

—¿Cómo nos alteran y nos confunden hoy las redes sociales?

—Lo vemos en un paisaje, ¿no? Que es muy feo o muy bonito según dónde enfoques. Pues eso pasa con las personas. Tú te haces una foto y en Instagram queda como «¡Qué familia tan bonita!». Y a lo mejor el que ha hecho la foto, la ha hecho diez veces porque el crío estaba por el suelo y no quería posar. Así que estamos focalizando nuestra atención en que salga una foto de cara a la galería, pero no comprendiendo lo que está sintiendo nuestro hijo.

—¿Debemos forzar a los niños pequeños a compartir?

—Obligar a un niño a compartir con 2 o 3 años es una barbaridad. Es como si piden que saltes cuando no sabes andar. Hay que enseñar a los niños a compartir, porque es una habilidad que tienen que aprender, sí. Hasta que cumplen 3 años, los niños viven en un estado egocéntrico. A los 4, empieza ya el trabajo de papá y mamá de enseñarles a compartir. Sí que es cierto que hay que enseñar a compartir, pero hasta cierto punto, porque hemos radicalizado el compartir. Hay cosas privadas que no se deben compartir. Cuando los niños tienen 6 o 7 años, a veces yo veo el caso de que un hermano mayor tiene un coche y llega el pequeño y se lo quita al mayor. Y la frase típica es: «Déjalo, que es pequeño». Lo que me parece un error es quitarle una cosa a tu hijo para dárselo al otro niño si tu hijo no quiere compartir. Porque el niño lo que está aprendiendo ahí es que hay que arrebatar las cosas.

—«Bluey» es otro de tus dibujos animados favoritos para educar. ¿Qué nos enseña esta perrita?

—Es una serie que muestra a dos cachorritas, como si fueran dos niñas, que juegan como niñas: no se ponen en trajes de superhéroes, no tienen superpoderes, son perras-niñas jugando a lo mismo que juegan tus hijos por su casa. Asumen unos roles que son adecuados para los niños. 

—Con «Bluey» aprenden los padres...

Bluey no solo son unos dibujos para niños. Tú te sientas a ver Bluey y lo primero que ves es que tus hijos se van a quedar encantados con esos dibujos porque aprenden a jugar a lo mismo que juega Bluey, que es lo propio de su edad. Segundo, te sientes identificado con familia porque dices «esto también lo hago yo». Y tercero, son dibujos que te están dando continuamente lecciones y tips sobre cómo educar a tus hijos desde el respeto, de forma positiva. No castigan, no gritan, no pegan a sus hijos, y eso que Bluey se pelea y grita con su hermana, porque es lo normal. Es lo que ocurre con los niños en todas las casas. No hay que idealizar, es así. Son unos dibujos educativos.