Llueve mal... o no

YES

Miguel Ángel Polo | EFE

02 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Ha cambiado la forma de llover. Lo certificaron estos días los científicos a los que se ha recurrido para tratar de entender qué pasó el martes en Valencia para que el cielo se cayese sobre las cabezas. Los negacionistas del cambio climático, contra los que habría que empezar a tomar medidas más contundentes que el desprecio, lo van a tener muy difícil para persistir en su estupidez con decenas de cadáveres sobre la mesa. Pero transcurrido el duelo de estos días, lo que nos va a quedar es esa convicción de que ya no llueve como antes, como si la naturaleza del futuro viniese del cielo, con todo el sentido metafórico de esta conclusión. O sea, que todos los esfuerzos por establecer un relato laico o ateo de la realidad acaba chocando con la poesía, que impone sus reglas también en las tragedias.

Que sea la lluvia el elemento a través del cual se nos manifiesta un futuro problemático puede ser interpretado desde Galicia como un signo de que los tiempos nos acompañan. Hay otros síntomas, como la apabullante decisión de valorar a nuestros poetas y escritores como los mejores y al gallego como una lengua de prestigio y de futuro. Pero lo de la lluvia es especialmente llamativo en un país que presume de tener medio centenar de palabras diferentes para definir el agua que cae del cielo, lo que significa que aquí tenemos un dominio del fenómeno y un respeto por sus consecuencias del que quizás carezcan en latitudes que a diario viven rebozados por el sol.

Con la bestialidad de lo que sucedió en Levante esta semana sobre la mesa, destaca el contraste de lo vivido. Mientras allí una catarata celeste se lo llevaba todo por delante, aquí lucía un sol morno y amoroso, tras semanas de lluvias constantes, pero mucho más pacíficas que las violentas del este. Al final, convivir con el agua nos ha preparado mejor para el futuro.