Víctor vive en el bar de una de las aldeas con mejor conexión de Galicia: «La vida de aldea no siempre te relaja, pero ayuda a aterrizar. Tener una huerta da fruto también para la cabeza»

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Víctor ha convertido en hogar multiusos, con gimnasio y permacultura, el antiguo bar de Anceu.
Víctor ha convertido en hogar multiusos, con gimnasio y permacultura, el antiguo bar de Anceu. Felicitas Döring

En Anceu, la que algunos llaman la aldea milagro de Ponte Caldelas, este maestro de Madrid montó una huerta que le da de comer, un hogar y Rural Champs, que es mucho más que un gym

03 dic 2024 . Actualizado a las 09:45 h.

El gato Pancho es afortunado, teniendo en cuenta que Víctor Herrero, con quien pasa una de sus siete vidas en Anceu, siempre ha sido de perros. «Pero Pancho es una maravilla», asegura este maestro emprendedor que ha encontrado su rincón de paz, con gato, con esfuerzo y sin soltar del todo el lastre del estrés que se traía en la mochila, en la que algunos llaman la aldea milagro de Ponte Caldelas, que desde hace cuatro años remonta el censo y la actividad en la zona con buena conexión por fibra y un coliving (espacio de convivencia y trabajo colaborativo) que hace que algunos que pasan por él quieran permanecer en el lugar y echen raíces cerca del río Oitavén.

 Es el caso de Víctor, que tiene 34 años y lleva ya cuatro viviendo en aldeas de diferentes puntos de España. «Trabajé cinco años de maestro en una escuela en Madrid, pedí una excedencia que coincidió con el año poscovid, y ahí fue cuando empezó mi experiencia rural», comienza a contar quien hoy vive en el que fue el bar de la aldea, que llevaba cinco años abandonado y es hoy punto de encuentro, de deporte y de aprendizaje de idiomas para niños y grandes.

La madre de Víctor, que vivía en Colmenar Viejo, se ha mudado también a Pontevedra, cerca del lugar en el que su hijo ha aprendido a comer lo que va cosechando en su huerta. Su hogar, ese antiguo bar reconvertido de Anceu que se presta en ocasiones a la sesión vermú, es a la vez un estudio desde el que da clases online de idiomas y un gimnasio, pero todavía conserva la memoria de lo que fue, porque ahí sigue cruzando el espacio la barra que quedó en pie tras el cierre del local.

Víctor lleva un año y tres meses instalado en este hogar multiusos con ambientazo: «Estoy muy bien, pero esto es bastante intenso. Mi casa está abierta, pasa bastante gente por aquí... Esto es un bar camperizado», dibuja. Es singular el compromiso de Víctor con este entorno donde a la gente se le da bien conectar, con y sin wifi. Para esos «campeones rurales» que viven en su aldea va su iniciativa Rural Champs, que es para los que «se lo guisan y se lo comen a su rollo y lejos del ruido cosmopolita».

En invierno, más que el frío, dice Vítor, aprieta la humedad. «Pero el segundo año es siempre más tranquilo que el primero, porque sabes más... Yo estoy tranquilo; hay calma en Anceu. En verano, es un pueblo con mucha vida, pero a mí me gusta más el otoño. Anceu tiene una energía flipante. Aquí hay un asociacionismo fuerte. La gente es generosa. Te traen comida a casa. Este es un sitio especial por estas cosas», valora.

En esta aldea, subraya uno de sus 153 habitantes, hay gimnasio y hay estudio de yoga y de tatuajes. Y una conexión que nada tiene que envidiar a las urbes.

El viaje nómada de Víctor arrancó con un trabajo en una bodega, continuó con un tiempo en un coliving en los Alpes, del que salió decepcionado por «el punto elitista», y rodó en diferentes destinos lejos de la ciudad. Ahora, está haciendo un doctorado sobre Anceu que «despliega controversias» sobre ruralismo e ideas de neorruralismo que no siempre resisten la prueba de la realidad. Él aborda la cuestión desde un punto de vista etnográfico: «Es un método que da mucha voz a los sujetos del campo. Yo empiezo a vivir en el campo haciendo el trabajo de fin de grado y empezando el doctorado. Mi mirada sobre el campo es crítica con los discursos de exotización e idealización de lo rural y con esos otros pesimistas» que horadan el drama de la llamada «España vacía».

Víctor nació y creció en Madrid, pero de niño tenía pueblo en Almería, el de los abuelos paternos. Y es uno de los sitios que en los últimos cuatro años ha habitado «mucho más». «Últimamente, he pasado temporadas más largas en esa casa familiar», comparte.

Pero de niño no tenía mucha vida de aldea, ni fue el cansancio urbano lo que le llevó a dejar la ciudad, sino algo más circunstancial. Víctor le da mucho valor al trabajo estacional, físico, a las horas de cortar leña que le permiten calentarse, centrarse, relativizar. Es la calma mental de las manos que trabajan. «Hay posibilidades en las aldeas, hay ciertas facilidades. Una de ellas es la sostenibilidad a nivel económico, que en Madrid se puede hacer muy difícil», dice quien advierte que en las aldeas hay otro tipo de estrés, el que genera, por ejemplo, «una tormenta que te lleva la cosecha, o que llueva 33 días seguidos y no puedas salir a sachar leña».

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En Francia fue donde dio por primera vez con el modelo de las comunidades de nómadas digitales, los colivings. Y decidió dejar la escuela para ser freelance y buscarse la vida como autónomo, dando clases online. En su primera etapa de nómada creó Nomad Teachers, academia de clases de idiomas virtual en la que varios profesores trabajan a tiempo parcial. En Anceu, crece hoy con Rural Champs, gimnasio y permacultura, ese hogar multiusos con pasado de bar en el que, entre otras cosas, hay cuatro sesiones a la semana de boxeo. A ello suma su trabajo como entrenador personal y de una escuelita de baloncesto que se ha puesto en marcha en octubre en Ponte Caldelas. Su tiempo libre es para la permacultura: «Se lo dedico todo a mi huerta, a producir lo que como». ¿Es duro, tendemos a idealizar eso? «Sí, está muy idealizado. El huerto es algo precioso y duro, requiere mucho trabajo y saber hacer cosas, pero también da mucho fruto, para la cabeza y físicamente», afirma Víctor.

Hay voces que se pronuncian sobre las diferencias de vivir en la ciudad y en el campo. ¿No es posible un mestizaje entre esos dos estilos diferentes? «Hay idiosincrasias distintas —considera—. Lo que sí creo es que en los chavales, en las generaciones más jóvenes, ese dualismo empieza a estar roto». Los niños del campo están igualmente enganchados online, observa, «pero hay formas de vivir que son distintas, relacionadas con la privacidad, el trabajo estacional, pero también hay grandes diferencias de un barrio a otro de una ciudad».

La salud mental tiene que ver con ir con el ritmo y la luz del día, con las estaciones, con poner el cuerpo en las cosas, dicen algunos expertos. «Tiene sentido. La gente que ha crecido aquí [en el campo] vive de manera diferente el estrés, las prisas. Yo soy una persona estresada, con las prisas de una persona de clase media que ha crecido en Madrid. La mochila del estrés no cambia con cuatro años en el campo, ahí hay que tener cuidado con el discurso del neorruralismo. Eso de que vas a llegar a la aldea y te vas a relajar..., depende. La vida de aldea no es tranquila, aquí todos están siempre ocupados. Hay gente que se ha ido a zonas rurales a jubilarse. En mi caso, tengo toda la vida por hacer... Tengo que trabajar; y haciendo leña, trabajando en el huerto, ves que el trabajo es exigente, que te exige una constancia grande. Si eres una persona ansiosa, eso te puede generar estrés».

En la aldea tampoco hay vivienda, como en la ciudad, «y sí que hay trabajo, pero debes estar dispuesto a». «La aldea no es para todo el mundo. La vida de aldea no siempre te relaja, pero te aterriza, te hace aterrizar», advierte. 

En el coliving de Anceu, Víctor vio, frente a otros que había conocido, que había un empeño real en el desarrollo rural, y una estructura abierta y horizontal. A través de él, fue descubriendo el que llaman «el efecto Anceu», que solo yendo se habrá de experimentar...

La aldea le va dando a Víctor madera de estoico: «Comes lo que tienes, te calientas con la leña que tienes. La leña te calienta tres veces, cuando la cortas, cuando la carretas y cuando la prendes. El fuego es compañía. Esta vida a mí me hace bien, implica aprender a tolerar la frustración».

Somos pequeños, nos necesitamos. Es algo que a veces ignora la ciudad.