Myriam empezó como albañil y ahora es una de las pocas fontaneras de Galicia: «Cuando les dicen que va una chica, lo primero que preguntan es: ¿Y sabrá?»

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M.MORALEJO

A  los 27 estaba reformando baños y llegó a ser jefa de obra. Su hijo fue quien la animó a hacer la entrevista para ser fontanera. «No me falta trabajo», apunta esta todoterreno, que reconoce que se siente muy valorada tanto por sus clientes como por sus colegas de oficio

10 dic 2024 . Actualizado a las 11:49 h.

Myriam es de esas mujeres que no se amilanan ante las dificultades. Todo lo contrario. Cuanto más grande es el reto, la motivación también mayor para esta vecina de Vigo. Ella es una de las pocas fontaneras que hay en Galicia. Pero lo vive con absoluta normalidad y muy orgullosa de ello. Además no cambia su trabajo por nada del mundo. Reconoce que es feliz, aunque a más de uno se le nota la cara de sorpresa cuando la ven aparecer. «Yo soy delineante industrial, técnico en audiovisuales y trabajé en márketing y comercio. Pero con 27 años ya fui jefa de obra. Al promotor que tenía le gustaba mucho enseñar. Y empecé a hacer reformas de baños como albañil. Luego cambias un grifo de sitio, unos desagües, quitas una bañera y pones un plato de ducha... Entonces mi hijo empezó a trabajar como ayudante de fontanero para una subcontrata de un seguro y les habló de mí, por si necesitaban un albañil. En ese momento yo estaba en período de impás, de no saber qué hacer en mi vida. Y llegó y me dijo: ‘El lunes tienes una entrevista’. Y empecé así», recuerda esta todoterreno, que tuvo su primer contacto con el mundo de las obras cuando vendía químicos para la construcción: «Y después ya me metí en el sector. Al ser jefa de obra haces cálculos de material, conoces a más gente, ves que el tema de las reformas puede salir adelante...».

Pero lo que surgió de manera natural, acabó convirtiéndose en casi una vocación, porque le encanta su trabajo: «Todo lo que tiene que ver con las reformas me gusta. Pero la fontanería, más. Es como Misterios S. A. El agua es como un fantasma. Aparece en un sitio, pero no sabes por dónde sale. Y me gusta resolverlo. Me parece entretenido, como poco». Además, reconoce que tuvo otros empleos en los que estaba realmente agobiada. «Llegaba a casa llorando muchos días de la impotencia. Por la saturación del trabajo y porque tenía que tener todo como si fuera mío, y no tenía un salario acorde a las horas que yo le dedicaba. Y con las ventas, al final es lo mismo. Acabas el mes y tienes que volver a empezar, es una presión constante. Y si no llegas a un objetivo, no cobras nada. Y aquí dependo de mí misma», dice. Por eso hace cuatro años montó su propia empresa de fontanería 4P y trabaja para dar cobertura a una aseguradora, aunque también hace trabajos por su cuenta.

Menos machismo

Siendo una de las pocas mujeres que se dedica a la fontanería en Galicia, la pregunta es obligada. ¿Se sorprenden los clientes cuando la ven aparecer?: «Te diré que me encontré mucho menos machismo que en otros sectores. Pero, a ver, se sorprenden, claro. Si algún compañero me recomienda y les dicen que va a ir una chica fontanera, lo primero que preguntan es: ‘Pero, ¿y sabrá?’. Después, cuando ya me ven trabajando, va todo bien. Es la primera impresión. El choque. Pero luego, incluso la gente mayor reacciona muy bien. Y me dicen: ‘¡Las mujeres tienen que hacer de todo!’. Yo siempre les respondo que no hacemos lo que no queremos. Ahora, que te guste más o menos, eso ya depende de ti». Aunque a Myriam no le duelen prendas en ponerse manos a la obra, eso no quiere decir que no le guste cuidar también su apariencia: «Cuando voy a reuniones con empresarios y demás, me calzo mi tacón y voy toda mona. Una cosa no quita la otra. Eso sí, este oficio no es para llevar puestas uñas de gel».

«No cambio la fontanería por nada del mundo. Y reconozco que no me gano mal la vida, aunque trabajo más horas de las que debería. Pero también porque tengo mis objetivos y soy una persona ambiciosa. Quiero crecer. Al ser proveedora de una aseguradora, siempre voy a tener trabajo. A veces, de más. Y luego, también colaboro con otras empresas. Eso sí, no suelo poner citas a muy largo plazo. Pero de fontanero y de albañil, el trabajo no falta», asegura, aunque se queja de todos los impuestos que tienen que pagar los autónomos: «Estamos muy machacados». Tampoco está de acuerdo con los que piensan que es más fácil ser influencer que fontanera: «Están equivocados. Trabajar en las redes sociales, ser instagramer o youtuber es un trabajo 24/7. Lo sé porque también gestioné redes. Tienes que estar todo el rato pensando en crear contenido, en cómo generarlo, cómo editarlo... Y no tienes un momento para desconectar».

No deja nada a medias

Cuando Myriam acepta una obra, «la empieza y la acaba». Eso de dejar al cliente empantanado no va con ella. «No puedo dejar algo a medias. Pero eso no es una cuestión de género. Va en la persona. Y yo no puedo dejar algo sin acabar. Lo que no puedo garantizar es ir a una hora en concreto. Porque, como le digo a mis clientes, sé cuando entro, pero no cuando salgo. Y te puedo dar una hora aproximada, pero nada más. Hay que entender que a lo mejor voy a un sitio pensando que solo tengo que desatascar un grifo o un inodoro, y luego resulta que tengo que picar el suelo o reparar la bajante. Son trabajos que si tienes una fuga y estás perjudicando al vecino de abajo, lo tienes que solucionar. No puedes demorarte mucho en el tiempo. Y eso te puede hacer retrasar el resto de las citas», explica.

No sabría decir por qué hay tan pocas mujeres fontaneras, pero cree que con el tiempo serán más. «La oficina de empleo empezó a hacer cursos algo más relacionados con la construcción, la albañilería y demás», de ahí que opine que cada vez sean más las profesionales que trabajen en la construcción. Tanto su pareja como toda su familia asumió con total naturalidad que acabara siendo fontanera. Aunque cuenta una anécdota que le pasó con su madre: «Le fui a colocar un inodoro. Y ella me veía trabajar y me decía: «¡Mi hija fontanera, manda carallo! Pero luego al ver que estaba todo bien, ya me llegó mi padre con las plaquetas del suelo para que se las colocara. Al principio les sorprendía, pero ya se han acostumbrado, porque ven que trabajo y que estoy contenta».

No es para todos

Aun así, reconoce que no sirve cualquiera. «No es para todo el mundo. Es un trabajo duro. No es para estar impoluto todo el día. Y claro, si te da asquete meter la mano en el inodoro y demás... Tienes que tener algo de cuerpo también. A mí, a lo mejor me molesta en cierto momento, pero es algo puntual. Y después ya tiro para adelante. Como cuando estás haciendo un desatasco importante de una comunidad... Hubo una vez que saqué dos kilos de toallitas por un desagüe de 40 milímetros. Y claro, no salen solo toallitas... Eso es la peor», reconoce. Pero luego, le encanta el trato con la gente y encontrar la solución al problema. «Y si tienes un mal día, solo tienes que buscar una fuga en una pared o en el suelo y ya te desestresas. Le metes tres marretazos a la pared, te concentras en lo que estás haciendo y listo», bromea esta experta en tuberías. «Y lo mejor de todo es que la gente es muy agradecida. Porque no sabemos la falta que nos hace el agua hasta que no la tenemos». Y tanto.