María de Mondo, coach experta en amor propio: «Es más urgente rebajar el ego a quien le sobra que reforzárselo a quien le falta»

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«No somos lo que hacemos ni lo que tenemos», dice la autora, que asegura que el trabajo no nos define y señala que una persona segura de sí misma no necesita demostrar nada, competir con nadie ni posicionarse por encima

05 ene 2025 . Actualizado a las 10:27 h.

El reto de saber quién es realmente uno mismo, de diferenciar nuestro ser de nuestro ego, lo asumió María de Mondo el día que lo dejó todo: su relación de pareja, su trabajo en una consultora financiera y hasta el país. La autora de La opinión de los demás está de más (HarperCollins) se fue de voluntariado a Argentina y regresó renovada para convertirse en coach experta en amor propio y ego. Este último tiene mala prensa, pero late dentro de cada uno de nosotros. «Incluso está detrás de ese ser de luz que hace todo bien, que no juzga a nadie y tiene los mejores hábitos», apunta.

—¿Qué hay detrás de un gran ego?

—Hay una gran inseguridad. Esas personas que aparentan tanta seguridad, que tienen afán de superioridad o de protagonismo, de «aquí estoy yo», son las más inseguras. Una persona que realmente es segura de sí misma no necesita demostrar nada a nadie, ni hacer pequeños a los demás. No necesita posicionarse por encima, porque ya se ama y se respeta tal y como es, y no necesita compararse ni competir. Las personas que buscan pisar al otro, llamar atención o sentirse importantes, lo hacen porque tienen una carencia. También forma parte del ego cuando las personas se identifican con el hacer, con el puesto de trabajo. Quieren valer más por aquello que hacen o han conseguido, pero una cosa es lo que tú eres y otra muy distinta es lo que haces y tienes. Lo que tú haces y lo que tú tienes no te define.

—Pero hay profesiones muy vocacionales en las que va un poco más unido el ser y el hacer, ¿no?

—Claro, pero entonces piensa que de repente cambias de profesión por lo que sea, ¿entonces ya no eres? Hay que tener mucho cuidado, porque podemos estar alineados con lo que hacemos, pero eso no significa que nos defina. Para poner un ejemplo supersencillo, tú imagínate que estás pasando por un mal momento y de repente dejas de contestar wasaps. No quieres hablar con tus amigos, a lo mejor sueltas contestaciones bordes o eres impertinente. Pero ese hacer tuyo no te está definiendo, tú no eres mala persona o una mala amiga. Podemos estar alineados con nuestro hacer. Hacemos y tenemos cosas, pero no somos lo que hacemos, lo que tenemos ni lo que trabajamos. La identificación con el trabajo es un ejemplo perfecto de ego. Cuando alguien dice: «Yo soy abogada». No, tú eres María y ejerces la abogacía. Y si un día te despiden y te quieres reinventar, harás otra cosa, pero no es tu identidad.

—El ego es nuestro personaje ante los demás, pero unos se esconden más en él y muestran menos lo que son. ¿Por qué?

—Cuando tú cuidas mucho lo que muestras, lo que dices y lo que haces fuera de tu círculo más íntimo, lo haces por miedo, porque tienes miedo a ser juzgado, a la imagen que puedas estar proyectando a los demás. Por eso escribí este libro, porque estamos tremendamente condicionados por la opinión ajena. Cuando no te permites ser tú mismo, da igual con quién, es por temor.

—Planteas preguntas difíciles, como cuándo empezaste a ser como se esperaba que fueras, perdiéndote a ti mismo. ¿Es posible no perderse?

—Todos nos hemos perdido. Cuando eres un niño o un adolescente, simplemente, coges información externa, lo que te dicen tus padres, tus amigos y tu entorno en general, y vas tirando. Lo importante es llegar a la edad adulta y ser capaces de cuestionárnoslo. De decir: «Oye, ¿cómo me siento conmigo misma y con mi vida?». Y es ahí donde vamos a empezar a rascar, porque si tú no te sientes bien, si no estás en paz, ¿qué está pasando? Que no puedes estar tranquila, que no puedes ser feliz. A lo mejor has elegido la carrera que papá y mamá te recomendaron, te estás rodeando de personas que ya no resuenan contigo, o estás tomando decisiones desde el miedo o desde el qué dirán, y entonces te has perdido.

—¿Somos esclavos de nuestro entorno?

—Muchas veces sí, porque estamos cumpliendo expectativas y con la imagen que queremos proyectar. Ahora, cuando uno se libera, también deja de encajar un poco en el lugar en el que estaba, es inevitable. Si tú de repente aplicas una serie de cambios en tu vida, o la reorientas en función a lo que quieres, también hay que estar preparado para eso. Hay gente que tiene miedo porque sabe que va a haber personas a las que va a tener que soltar o que la van a soltar.

—Tú lo dejaste todo para encontrarte.

—Yo me lo replanteé todo, y sigo teniendo gente del colegio y alguna amiga de la universidad, pero mi crisis existencial fue después de estudiar la carrera. Tenía una relación con alguien y la dejé, también el trabajo y el país. Me fui con billete de ida a Argentina. Solo sabía que me gustaba mucho trabajar con niños, e hice un voluntariado hasta que se me acabó el dinero. Volví a España y ahí ya empecé a construir, empecé a estudiar coaching y Psicología, y a tener mi primer trabajo alineado conmigo.

—¿Qué urge más, reforzar el ego a quien le falta o rebajárselo a quien le sobra?

—Siempre es más urgente rebajar el ego a quien le sobra, porque a quien creemos que le falta, en realidad no le está faltando, sino que es su propio ego el que le hace sentir pequeño. En Occidente, tendemos a decir «cuánto ego tiene» a una persona que consideramos soberbia, prepotente, que se cree por encima de los demás... Y eso es ego. Pero la persona que se siente insegura, pequeña e inferior también, porque es el personaje a través del que vivimos, que puede ser un personaje altivo, o uno que se crea más inferior. Por eso yo hago la dualidad entre tu ego y tu verdadero ser. Tanto si te crees la última Cocacola del desierto como si te consideras una mierda pinchada en un palo, es tu ego, que te está juzgando.

—Los «coach» soléis recomendar que nos hablemos mejor a nosotros mismos, ¿pero no deberíamos también mirar cómo hablamos a los demás, a los que quizás tengamos machacados?

—Totalmente. Esto es importantísimo, porque uno solo puede dar lo que tiene dentro, punto número uno. Punto número dos, lo que hacen y dicen los demás habla de ellos, no habla de ti; entonces, si alguien te critica o te está machacando, está dando información sobre cómo es, y es muy importante no tomárselo de forma personal. Normalmente, aunque de apariencia parezca que se habla bien, es mentira. Quien habla mal a los demás, cien por cien se habla mal a sí mismo.

—¿Dónde se concentran los «haters»?

—Yo siempre digo que un hater puede ser tu madre. No siempre están ocultos en las redes, los haters más poderosos están en nuestro entorno. Puede ser un familiar, un amigo, un compañero de trabajo... Es alguien que constantemente te está haciendo críticas destructivas y gratuitas.

—Dices que las personas que menos soportas son las que más te van a enseñar sobre ti. ¿Por qué?

—Todos tenemos una historia, unas heridas y un sistema de creencias. Entonces, las personas que más te saquen de quicio te van a dar información sobre ti, sobre cómo funcionas. Es como una sesión de autoconocimiento. Que te saque de quicio tiene que ver contigo, con lo que tú estás pensando acerca de lo que dice. Si alguien tiene el poder de sacar lo peor de nosotros, podemos mirar dentro para ver qué tenemos que trabajar.

—¿Pero suele ser porque estás viendo reflejadas actitudes tuyas que no te gustan o porque esa persona encarna todo lo que va en contra de tus valores?

—Pues depende de la persona. Hay personas a las que les molesta algo porque ellos mismos no se lo permiten. Imagínate que tienes en tu grupo de amistades a alguien que siempre dice que no puede. Entonces, tú que eres tan complaciente y que no sabes decir que no y te cuesta incomodar al resto, te molesta. Pero, en el fondo, es que tú no te permites no ir cuando no te apetece. O no te permites decir que no. Aquello que tú no te permites te molesta que la otra persona lo haga. Los defensores de la ley del espejo te dirán que siempre que no te gusta algo es por eso, pero yo lo cojo con pinzas, porque igual no te lo permites porque no lo compartes. Dependiendo del profesional, te vas a encontrar una respuesta u otra.

—¿Qué ocurre con el ego enmascarado?

—Ocurre que vas identificando lo que son los buenos hábitos, y entonces te transformas en ese ego espiritual, en el que todo lo sabe, que es el mejor para los demás, que no para de dar consejos, que no se permite no hacer deporte un día o que se machaca si se ha comido una hamburguesa. Al final, la autoexigencia viene del ego. Y, de repente, te transformas en un ser de luz que hace todo bien, que no juzga, que tiene los mejores hábitos... Pero sigue siendo el ego, que te está exigiendo dar una imagen, ser perfecta.

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—¿Dónde termina el amor propio y dónde empieza el ego?

—No tienen nada que ver el uno con el otro, porque el amor propio es el amor incondicional hacia ti misma y el ego es lo opuesto, el que te juzga, te critica y te exige. Cuanto más amor propio tengas, el ego tendrá unos juicios más amables. Una pregunta que he hecho mucho es: ¿del cero al diez, cuánta autoestima o amor propio te gustaría tener? ¿Y sabes lo que contesta la gente? Un siete, un ocho o un nueve. ¿Por qué un diez no? Porque es demasiado. O sea, está mal visto amarse incondicionalmente.

—¿Qué se aproxima más a lo que somos, lo que creemos que somos o lo que ven los demás en nosotros?

—Lo que creemos, si has hecho tu proceso de introspección y autoconocimiento. La autoestima es la valoración que tienes de ti misma. ¿Qué pasa? Que esa valoración la has creado en base a lo que los demás piensan de ti. Si tú tienes una baja autoestima no es porque valgas menos, sino porque tus padres, tus familiares o tu entorno no te han dado la validación o el amor que tú necesitabas. Si desde pequeñita te has sentido superquerida, valorada y respetada, vas a tener una autoestima sana, porque has crecido creyendo que tienes valor. Por eso hago la distinción entre autoestima y amor propio. El amor propio te pertenece; la autoestima, muchas veces, no. Ha dependido de la suerte.