Nunca es tarde para aprender
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Ahora se sienta orgullosa en la primera fila del aula de una escuela de Ilorin, al oeste de Nigeria, y no le importa que los otros niños puedan ser sus nietos, ni le avergüenza tener que, a su edad, llevar uniforme. Está haciendo lo que siempre soñó y dice que su formación la ayudará también en su negocio, una tienda de bolsos y carteras hechos por ella a mano. Además, sonríe, disfruta haciendo los deberes con su nieta de seis años.
Hade se considera afortunada en un país que ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, considera entre los «peores del mundo para nacer mujer». Pobreza, hambre, violencia y discriminación marcan el día a día de millones de ellas. En Nigeria las familias priorizan la educación de los varones, el 75 por ciento de las niñas no va a la escuela y apenas el 14 por ciento completa la educación primaria, sacadas muchas de ellas del sistema educativo para ser entregadas en matrimonios forzosos –el 18 por ciento ya están casadas con apenas 15 años– y procurar convertirlas en madres lo antes posible.
En algunos grupos étnicos, incluso, las jóvenes son utilizadas como garantía para préstamos. O, en el caso del grupo terrorista Boko Haram, como arma de guerra. La milicia yihadista ha secuestrado a miles de mujeres y niñas en los últimos años. Las obligan a ejercer como esposas, esclavas sexuales, cocineras, guerrilleras o como bombas humanas, enviadas con frecuencia –previamente drogadas o sometidas a un lavado de cerebro– a inmolarse en mercados o templos con un cinturón de explosivos a la cintura.
En Nigeria las familias priorizan la educación de los varones, el 75 por ciento de las niñas no va a la escuela y apenas el 14 por ciento completa la educación primaria
La violencia de género y sexual es otra lacra. Para cuando alcanza los 30 años, al menos el 28 por ciento de las nigerianas ha sufrido alguna forma de violencia física. El 5 por ciento de ellas, incluso, durante el embarazo. Aunque las cifras reales sean, en realidad, difíciles de ajustar ya que las mujeres raramente denuncian, temerosas de enfrentar más violencia y un devastador estigma social que puede implicar la expulsión de tu propia comunidad. La violación marital, además, no está reconocida, ya que como esposa no puedes negarle el sexo a tu marido. Una situación que no parece mejorar tras el divorcio o la viudedad, ya que las mujeres bajo esa condición tienen el doble de probabilidades de sufrir violencia de género que las casadas.
La saña patriarcal recorre así religión, cultura y legalidad, dejando a las nigerianas desamparadas en materia de herencias, divorcios o salarios en un país con uno de los índices más bajos de representación política femenina del mundo. Apenas hay un 8 por ciento de mujeres en la Asamblea Nacional, una única ministra en todo el gabinete federal, ausencia total de gobernadoras entre los 36 estados del país y escasez manifiesta de féminas en la mayoría de las administraciones locales.
Son situaciones todas ellas que ocurren en el mayor productor de petróleo de África. Una riqueza que no ha impedido a Nigeria convertirse en la nación con más personas extremadamente pobres del planeta, por encima, incluso, de la India, con siete veces más habitantes. Al fin y al cabo, el oro negro es en este país sinónimo, más bien, de corrupción y de una desigualdad que se ceba sobre todo con las mujeres. Por eso, más allá de sus futuras calificaciones y logros escolares, Hade ya considera un triunfo el inicio, no importa que sea tan tardío, de su trayectoria escolar.
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