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Los perros radiactivos de Chernóbil (y el misterio de su supervivencia)

Claves para entender el sistema inmune

Los perros radiactivos de Chernóbil (y el misterio de su supervivencia)

Vivos y coleando. Los perros de la zona de exclusión de la central nuclear que sobrevivieron a la catástrofe han convertido a sus descendientes en laboratorios andantes. Podrían tener la clave para entender cómo funciona el sistema inmune y mejorar los tratamientos contra el cáncer.

Viernes, 28 de Junio 2024

Tiempo de lectura: 5 min

Una explosión averió el sistema de refrigeración del reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil (entonces, en la Unión Soviética; hoy, en la frontera entre Ucrania y Bielorrusia) el 26 de abril de 1986. Fuera de control, inició una reacción en cadena. La tapa de 2000 toneladas voló por los aires. Como de un volcán en erupción, comenzó a emanar el horror absoluto en forma de isótopos radiactivos: invisibles, inodoros, letales. Cientos de miles de personas fueron evacuadas, dejando atrás a sus mascotas. Casi cuarenta años después, nadie ha podido volver. Pero los perros siguen allí, vivos y coleando.

Son los descendientes de los que sobrevivieron a la radiación enloquecida de los primeros meses y a los disparos de los soldados, con órdenes de liquidarlos para que no esparcieran aquel veneno sigiloso que se infiltraba en los pulmones y se pegaba a las patas y al pelo, en contacto con el suelo contaminado. Hoy merodean a su aire por la zona de exclusión, un perímetro restringido de unos 30 kilómetros alrededor de la central.

Mendigaban comida a los guardias y a unos pocos turistas temerarios hasta que la guerra de Ucrania militarizó aquel erial maldito. Un sarcófago de hormigón envuelve el reactor. Y los niveles de radiación, aunque en muchos lugares siguen siendo unas treinta veces superiores a lo normal, ya no son mortíferos a corto plazo. A pesar de la atenuación de su malignidad, Chernóbil sigue siendo una sucursal del infierno. Pero también es uno de los lugares más enigmáticos del planeta. Y un laboratorio evolutivo a cielo abierto.

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Un trabajo en equipo. Veterinarios y expertos en radiación han estudiado durante años a los perros de Chernóbil, midiendo su exposición a esta. Algunos perros llevan GPS para cartografiar la contaminación en la región.

No solo los perros han medrado (y varios cientos incluso han encontrado cobijo en las ruinas de la central; asilvestrados, aunque sanos). Muchas otras especies han prosperado. Y eso es algo que intriga a los científicos. De hecho, la radiación había envenenado la leche de las vacas; jibarizado el cerebro de las aves; repartido tumores y malformaciones a diestro y siniestro. Topos con cataratas, abejas estériles…

Se estima que un millar de perros callejeros vive en la zona de exclusión de Chernóbil. Muchos de ellos son descendientes de los canes que sobrevivieron solos en la zona de exclusión después de la evacuación de 1986

En aquella catástrofe ecológica, una luz al final del túnel apareció en 2016, cuando dos investigadores españoles, Germán Orizaola y Pablo Burraco (Universidad de Oviedo), encontraron una rana sorprendente. Debería ser de color verde brillante, pero era negra. Se las había ingeniado para proteger su piel con un escudo de melanina. La naturaleza, que por algo es sabia, debió de considerar que si la melanina (el pigmento que nos pone morenos) sirve contra las radiaciones ultravioleta ¿por qué no contra las radiaciones ionizantes del cesio? Funcionó.

El jardín del edén, versión nuclear

Otros mamíferos han colonizado aquel improbable edén posapocalíptico: caballos salvajes, alces, ciervos, linces… (En Fukushima, otro páramo nuclear, los jabalíes). Pero son los cánidos, tanto perros como lobos, los que pueden tener la clave para desentrañar el misterio de cómo lo hacen y responder a la pregunta del millón: cómo desafían al cáncer a pesar de la exposición diaria a una radiactividad que, de media, sextuplica los límites que se consideran seguros.

El último estudio lo ha publicado la Universidad de Princeton. Y es muy prometedor. La bióloga Cara Love y su equipo viajaron a la zona de exclusión para tomar muestras de sangre de la población de lobos y otros cánidos. Y les pusieron collares con un dispositivo GPS y un dosímetro. De este modo sabían por dónde se movían y cuánta radiación recibían. Los investigadores jugaban con cierta ventaja, pues ya se ha descifrado el genoma completo de casi todas las razas de perros, y también se ha secuenciado el ADN del lobo gris, zorros, coyotes...

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Los guardianes del horror. Los cánidos, lobos y perros, son los más interesantes para los investigadores porque hay más información genética sobre ellos. Pero otros animales también han sobrevivido en la zona: alces, linces, caballos salvajes...

Además, tenemos identificados muchos genes que son dianas para los tumores. Por tanto, se trataba de ir viendo si los cánidos de Chernóbil tienen genes alterados a causa de la radiación. Y si esas mutaciones, en lugar de matarlos, los hacen más fuertes. ¿El bonus? Podemos extraer lecciones que nos sirvan a los humanos, pues los canes no son solo nuestros mejores amigos, sino que compartimos con ellos tres de cada cuatro genes.

La conclusión es que esos lobos aparentan ser bastante inmunes al cáncer. Esto es, tienen menos probabilidades de sufrirlo y, si lo hacen, de superarlo. Pese a que están en la cima de la cadena alimentaria, lo que hace que no solo absorban la contaminación del entorno, sino que coman animales contaminados que a su vez se han alimentado de pastos tóxicos. Y sí, su genoma ha mutado… ¡para bien! Tienen su sistema inmunitario alterado de forma similar, sostiene Love, al de los pacientes de cáncer que reciben radioterapia.

Su genoma ha mutado… ¡Para bien! Tienen su sistema inmunitario alterado de forma similar al de los pacientes de cáncer que reciben radioterapia

Con una diferencia notable: no están inmunodeprimidos, como suele pasarles a los enfermos oncológicos. Al contrario, se los ve fuertes y la densidad de su población es siete veces mayor que las reservas naturales. «Nuestra teoría es que estos lobos están pasando por una especie de proceso acelerado de selección natural; es decir, que, entre las generaciones que vivieron durante e inmediatamente después de la catástrofe, algunos individuos tenían una mutación que los hacía más resistentes: estos fueron los que sobrevivieron y transmitieron sus genes a sus descendientes, que ya contaban con una protección natural que podría haberse hecho más fuerte de una generación a otra», explica Love.

Quedan muchos interrogantes abiertos. Solo han pasado quince generaciones desde el accidente. ¿Son suficientes para desencadenar un proceso que suele tardar miles o millones de años? Otro estudio de la Universidad de Carolina del Sur (2023) también comprobó que el genoma de los centenares de perros que rondan por la zona de exclusión había sufrido mutaciones, aunque en este caso no se pudo vincular a la radiación (pues no era el propósito de la investigación), sino a la endogamia, pues estos perros viven aislados y se reproducen entre ellos. Hay muchas miradas (y muchas esperanzas) puestas en Chernóbil.