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El día que Joe Biden, abrumado por las desgracias, decidió no presentarse

Un presidente marcado por el infortunio

El día que Joe Biden, abrumado por las desgracias, decidió no presentarse

Biden con sus dos hijos, su segunda esposa y la hija que han tenido en común en 1987.

El 18 de diciembre de 1972, la esposa y su hija de Biden murieron tras ser embestidas por un camión. No es esa la única tragedia que ha golpeado al presidente. Uno de sus hijos murió de cáncer cerebral y otro luchó contra su adicción al ‘crack’. Esta es la historia de un resiliente que llegó a la Casa Blanca... mucho más tarde de lo previsto. Y que ahora se resiste a abandonarla.

Viernes, 28 de Junio 2024

Tiempo de lectura: 9 min

Dos tragedias familiares, separadas por 43 años, acotan la vida del presidente Joe Biden. En 1972, su primera mujer y su hija pequeña murieron en un accidente de coche; en 2015, uno de los dos hijos que sobrevivieron a aquel accidente murió de un tumor cerebral. Hay golpes que forjan el carácter. ¿Pero de dónde ha sacado fuerzas este hombre para no hundirse? En Washington destacan sus orígenes: una familia católica de clase trabajadora y raíces irlandesas. Es la cohesión del clan lo que lo sostiene. Una familia extensa donde todos suman, los presentes y los ausentes, los que tiran del carro y las balas perdidas. Porque un clan nunca deja atrás a ninguno de sus miembros, vivo o muerto. Los Biden no tienen el glamour de otro clan irlandés y católico, el de los Kennedy, pero comparten el destino trágico.

Retrocedamos hasta el 18 diciembre de 1972, cuando su esposa Neilia cargó el coche de niños y se los llevó a comprar el árbol de Navidad. Joe Biden tenía 29 años y estaba en la cima. Acababa de ser elegido senador. Estaba casado con la mujer de la que se había enamorado en la universidad. La pareja tenía tres hijos: dos niños y una niña. Pero Biden tuvo un presentimiento. «Va a pasar algo. Es demasiado perfecto», le dijo a Neilia.

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Accidente mortal. Con Neilia tuvo tres hijos. «Va a pasar algo. Es demasiado perfecto», le dijo a su esposa. En un cambio de rasante, un camión embistió al Chevrolet que conducía Neilia (dcha).

Ocurrió en un cruce, en una carretera rural del estado de Delaware, un cambio de rasante donde un camión que transportaba mazorcas de maíz embistió por un costado al Chevrolet blanco que conducía Neilia y lo arrastró 50 metros hasta un prado. La calzada quedó sembrada de cristales y de fichas con los números de teléfono de los votantes de Biden y folletos de su campaña. «Recibí una llamada cuando estaba en Washington», recuerda Biden.

Lo informaron de que su mujer, Neilia, de 30 años; y su hija Amy, de 13 meses, habían fallecido antes de llegar al hospital. «No estaban seguros de que mis dos hijos fueran a vivir». Beau, de 3 años, tenía múltiples facturas; y Hunt, de 2, heridas en la cabeza. «Fui a verlos con mi madre, una dura y compasiva madre irlandesa. Y, cuando salimos de la habitación, me miró y me dijo: ‘Joey, de las cosas terribles que nos pasan, al final sale algo bueno’».

Medias verdades

Beau y Hunter se recuperaron. Pero Joe Biden tardó media vida en encajar aquel golpe. «Un camionero que había parado a echar un trago en una licorería chocó contra el coche de mi mujer y mis hijos», relató durante la campaña electoral de 2008, en la que formaba tándem con Obama. No fue así. El conductor del camión, Curtis Dunn, no fue acusado de nada. Al parecer (el informe policial se perdió), Neilia llevaba al bebé en brazos mientras conducía, paró en el stop y reemprendió la marcha sin percatarse de que un camión bajaba por la pendiente. La hija del camionero se sintió herida por las palabras de Biden. Cuando el candidato a vicepresidente se enteró, la llamó y le pidió disculpas. Quizá, como sugieren algunos psicólogos, Biden creaba su propia narrativa del horror, cambiando el destinatario de la culpa, para hacer la pena menos insoportable.

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Días negros. Juró el cargo de senador en la habitación donde seguía ingresado su hijo. Su suegro sostenía la Biblia.

«Los primeros días me vi atrapado en un vértigo constante, como en un sueño en el que empiezas a caer. Solo que yo caía todo el tiempo. Entonces empecé a entender que la desesperación puede llevar a la gente a rendirse; que el suicidio no era solo una opción, sino una opción lógica. Pero luego miraba a Beau y a Hunter dormidos y me preguntaba qué nuevos terrores habría en sus sueños y quién les explicaría que yo también me había ido. Y supe que no tenía otra opción que luchar por seguir vivo», escribió Biden, que juró el cargo como senador el 5 de enero de 1973 en la habitación del hospital donde continuaba ingresado su hijo Beau. El suegro de Biden sostuvo la Biblia.

«Empecé a entender que la desesperación puede llevar a la gente a rendirse; que el suicidio no era solo una opción, sino una opción lógica»

Pero no quería ir a Washington. Creía que estaba acabado. Le aconsejaron que se tomara un descanso. Vagabundeaba por las calles buscando pelea. Entonces, le recomendaron que se mantuviera ocupado. «Trabaja, trabaja», le dijo un senador. Biden cogía el tren todos los días entre Delaware y Washington. Cuatro horas diarias, casi 300 kilómetros entre ida y vuelta. «Lo hacía porque quería darles las buenas noches a mis hijos y un beso por las mañanas. Pero, si he de ser sincero, yo necesitaba a mis hijos más que ellos a mí», recuerda. Pasó un año. A veces se quedaba sin aire. «El segundo año fue incluso peor que el primero». Pasaron 10, 20 años… Comenzó a sufrir migrañas, y se le descubrieron aneurismas en el cerebro. Fue operado dos veces a vida o muerte. Pero se recuperó y siguió subiendo a aquel tren durante casi cuatro décadas.

Este tipo de pérdida, según los psicólogos, no se va mitigando con el tiempo hasta que un día desaparece. Va y viene, como las mareas, pero nunca se calma del todo. «Algunas veces me abruma», dijo Biden 30 años después del accidente. Otros expertos aseguran que Biden es un ejemplo de «crecimiento postraumático». Una especie de salvoconducto hacia la resiliencia. «Los que lo alcanzan tienen un sistema de creencias y una comprensión de la vida que los prepara para los traumas que puedan llegar», afirma el psicólogo Rich Tedeschi.

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Comprometido. Cogía un tren diario. Casi 300 kilómetros para dar un beso a sus hijos: «Los necesitaba».

«Neilia era mi mejor amiga, mi aliada, mi amante», le confesó Biden a una periodista en 1974. «Cuanto más tiempo vivíamos juntos, más disfrutábamos con todo, desde el sexo a los deportes. Cuando pierdes algo así, pierdes una parte de ti mismo y ya nunca la recuperas». La periodista contó 35 fotos de Neilia en el despacho del entonces senador. «Déjeme que le enseñe mi favorita», le dijo Biden. Era una foto de su mujer en bikini.

Y el drama volvió a golpearlo

Neilia era maestra. Y tuvo que ser otra maestra, Jill Jacobs, la que rescató a Joe Biden del abismo. Se conocieron en una cita a ciegas que organizó un hermano de Biden. Le devolvió las ganas de vivir. Y de luchar por su propia carrera política. Fue reelegido senador dos veces y en 1987 presentó su candidatura a la Presidencia, pero plagió un discurso y tuvo que renunciar. La primera dama, de 69 años, no será una esfinge, como Melania Trump. Ni dejará su trabajo de profesora de inglés. No lo hizo mientras fue segunda dama. Tienen en común una hija, Ashley, de 39 años, que tampoco se parece en nada a Ivanka Trump. Es animalista y trabaja para una ONG. Su hermanastro Beau, fiscal general de Delaware, era su ídolo. En 2012 se casó con Howard Kerin, cirujano plástico judío, en una boda interreligiosa. También a diferencia de Ivanka, no se convirtió al judaísmo.

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Incondicional. Jill, su segunda mujer, lo rescató del abismo. Se conocieron en una cita a ciegas.

Hunter, el otro hijo, es la oveja descarriada. Adicto al crack en rehabilitación, dio munición a los seguidores de Trump con sus escándalos; entre ellos, haberse liado con la viuda de su hermano. Pero el clan no deja en la estacada a nadie. No lo hizo con Frankie, hermano menor del presidente, un exalcohólico que debe millones de dólares en multas. Siempre hay que dar una oportunidad a la redención. Es la enseñanza de Joe Sr., el patriarca arruinado. El padre de Joe Biden fue un empresario venido a menos que se mudó con la familia de Pensilvania a Delaware, a casa de los abuelos maternos. Trabajó como vendedor de automóviles. Biden fue un niño temperamental que se defendía a puñetazos cuando se burlaban de su tartamudez. «Mi padre solía decir que no importa cuántas veces te tumben, la medida de un hombre está en lo rápido que te pones en pie».

«A diferencia de muchos otros políticos de Estados Unidos, Joe Biden no recibió una educación de élite: es el primer presidente en décadas que no ha asistido a una universidad de la Ivy League. Su madre le dijo una vez: ‘No eres mejor que nadie, pero tampoco peor’», relata su biógrafo, Evan Osnos.

Al propio John Biden le descubrieron aneurismas en el cerebro. Fue operado dos veces a vida o muerte. Su hijo no tuvo tanta suerte

Pero a Biden todavía le quedaba un cáliz muy amargo que beber: enterrar a Beau, su primogénito. «Tenía lo mejor de mí, pero se había quitado los defectos de fábrica», decía. Estaba planeando presentarse a gobernador cuando le diagnosticaron un cáncer muy agresivo en 2015. Fueron meses atroces. Obama le preguntaba a Joe Biden por su hijo, con mucho tacto, durante las reuniones en el Despacho Oval. «Le gustaba Beau y, pensaba, como yo, que mi hijo tenía un gran futuro por delante. Me encontré dándole explicaciones sobre el tratamiento, intentando mantener la conversación solo en el ámbito clínico. Lo hacía para protegerme. No quería derrumbarme, y menos ante el presidente», cuenta.

La muerte de su hijo según su biógrafo

Cuando murió su hijo Beau, «el cambio de Biden fue palpable, fue como un puñetazo en la boca del estómago: para él fue un recordatorio de que el universo puede hacerte la peor injusticia posible sin que tú puedas hacer nada al respecto. Biden se volvió más tranquilo, menos descarado. Uno de sus empleados me dijo que la muerte de Beau había cerrado el... Leer más

El tumor avanzaba a toda velocidad y la familia se encomendó a un tratamiento de inmunoterapia experimental en Houston. Los médicos le inyectaron un virus para luchar contra el cáncer. Y avisaron de que su estado se agravaría, pero que podría salvarse si conseguía resistir. Beau contrajo neumonía, fue conectado a un respirador… Luego pareció mejorar. Pero fue efímero. Beau tenía líquido en el cerebro y los médicos no conseguían drenarlo. Una noche, el capellán del hospital se acercó a darle la extremaunción, pero Jill –la madre– le prohibió que entrase en la habitación. No quería que su hijo perdiese la esperanza. Biden visitaba a su hijo temprano por la mañana. «Alegra la cara, papá. Si pareces triste, todos se pondrán tristes, y no quiero que nadie sienta pena por mí», le decía Beau mientras pudo hablar. El 30 de mayo falleció. Biden anotó en su diario: «Dios mío, mi hijo. Mi precioso hijo».

Una semana después del funeral, Biden dudaba si abandonar la carrera presidencial o presentarse, como hubiera querido su hijo, que iba a ser su director de campaña. Pero un titular de prensa sugirió que iba a utilizar su desgracia como baza: «Exclusiva: Biden en persona filtró el último deseo de su hijo», decía. Fue demasiado para él. «Sentí que la ira me inundaba. Comprendí el peligro, dado mi estado emocional. Si alguien mencionaba el tema, temí que no iba a poder controlar la rabia. Y diría o haría algo que acabaría lamentando». Decidió no presentarse.